EDITORIAL

Nuevos ataques a la figura de Roca

Integrantes de una denominada “Cooperativa 1º de Mayo” intentaron derribar la estatua del general Julio A. Roca en la ciudad de Bariloche. Encapuchados y con porte amenazante hacia los vecinos de la zona, los vándalos procedieron a serruchar la base del monumento, mientras otros ejercían presión para derribarla. La intervención de la policía impidió que lo consiguieran.

 

Según se supo luego, los responsables de la acción dijeron ser descendientes de mapuches y justificaron su accionar afirmando que el general Roca había asesinado a sus antepasados. También manifestaron su derecho a reclamar a las autoridades nacionales y provinciales la devolución de tierras usurpadas por “el hombre blanco”.

No es la primera vez que la memoria de Roca es atacada e infamada en nombre de sugestivos “pueblos originarios”. La ignorancia, la mala fe y la prédica de historiadores anacrónicos, se dan la mano para defender la barbarie. Como es sabido, Roca dirigió hace ciento treinta años la campaña del desierto, un operativo político-militar destinado, en primer lugar, a afirmar la soberanía territorial y la unidad nacional en disputa no tanto con los aborígenes como con los gobiernos chilenos de entonces. Desde esa perspectiva, es llamativo que los actuales nacionalistas no le reconozcan a Roca su condición de artífice de la soberanía nacional sobre la Patagonia, en vez de lanzar invectivas en base a un sesgado enfoque de nuestra historia.

Julio Roca fue dos veces presidente de la Argentina y durante casi treinta años el hombre fuerte del régimen conservador inspirado en los ideales de la llamada “Generación del Ochenta”. Como todo hombre público acertó y se equivocó muchas veces, pero una cosa es la evaluación política de una gestión de poder y otra, muy diferente, la demonización en nombre de pulsiones anacrónicas y violentas que más que buscar la verdad histórica, apuntan a obtener determinados privilegios en el presente.

La campaña del desierto fue promovida por Roca, pero en su momento contó con el aval de toda la clase dirigente criolla. Responsabilizar exclusivamente a Roca por lo sucedido es un error, e implica no entender las ideas de la época ni los conflictos territoriales en los que actuaron los protagonistas que hoy se critican.

Calificar de genocidas -por ejemplo- a quienes en 1880 tomaron estas decisiones es, además, un error conceptual, en tanto “genocidio” alude a prácticas de extermino propias de Estados nacionales del siglo veinte que asociaron su voluntad de exterminio con la disposición recursos tecnológicos capaces de concretarlo.

En el caso de nuestro sur, el belicoso pueblo araucano fue instrumentado por gobiernos chilenos cuyo propósito era apoderarse de la Patagonia. Y Roca fue el muro contra el que chocaron. La memoria histórica le reconoce al militar tucumano el resguardo de la integridad territorial de la Argentina, puesta en tela de juicio por la dirigencia chilena.