Historia del FBI

Fruto de la revolución más exitosa y apoyada por los espíritus más ecuánimes y libertarios del pensamiento moderno (de Emerson a Whitman), los Estados Unidos se habían reunificado tras la guerra civil, y año tras año recibían grandes migraciones de extranjeros que buscaban la libertad. En ese mismo país casi utópico es que el FBI, la Oficina Federal de Investigación estadounidense se funda, un siglo atrás, y rápidamente se transforma en un servicio de inteligencia bajo el poder de las necesidades de los presidentes de turno, fuesen republicanos o demócratas.

Enemigos es la historia del FBI en ese carácter de servicio de inteligencia secreta. Su autor, Tim Weiner acota enseguida que en inglés, uno de los significados de intelligence es el de “información de valor político o militar”. Y también: “información relativa a un enemigo o posible enemigo”. La historia del FBI es la conflictiva historia entre libertad y seguridad. Como ya en 1787 señalaba Alexander Hamilton: “La seguridad frente al peligro externo es la más poderosa directriz de la conducta nacional. Hasta el ferviente amor a la libertad, con el tiempo, dará paso a sus dictados... Para estar más seguras [las naciones más apegadas a la libertad] finalmente se mostrarán dispuestas a correr el riesgo de ser menos libres”.

Aunque el FBI suele considerarse como una fuerza en sustento de la Ley en general, “la inteligencia secreta contra terroristas y espías es hoy la misión primera y principal de la Oficina, y lo ha sido durante la mayor parte de los últimos cien años”.

Enemigos, como lo señala con propiedad el propio autor, “es la crónica de un siglo de constante conflicto en torno a las actividades de inteligencia secreta en una democracia abierta, el tira y afloja entre seguridad nacional y libertades civiles, la saga de una lucha por estar seguros y a la vez ser libres. Está escrita de manera oficial, sin fuentes anónimas ni citas cuyo autor no se menciona. Se fundamenta en más de setenta mil páginas de documentos recientemente desclasificados, entre ellos una extraordinaria colección de archivos de inteligencia de J. Edgar Hoover, y más de doscientas historias orales registradas por los agentes que sirvieron durante y después de cuarenta y ocho años de mandato como director del FBI”.

Hoover, precisamente, es el personaje clave en esta historia. Ese hombre que “se alza en el centro del siglo XX estadounidense como una estatua salpicada de mugre. Sus partidarios lo vieron como un genio visionario; sus detractores, como ‘una maldita cloaca’, en palabras del asesor de seguridad nacional del presidente Kennedy. Hoy, millones de estadounidenses lo conocen sólo como una caricatura: un tirano ataviado con un tutú, una loca travestida. Nada de eso es cierto. Los archivos abiertos durante los últimos años desmontan la capa de mito y la leyenda, mostrándole bajo una nueva luz. Hoover fue el artífice de misiones secretas que resultaban casi inconcebibles en su época, espiando directamente a los líderes de la Unión Soviética y de China en los días más tenebrosos de la guerra fría”.

El libro, en última instancia, es el intento y a la vez una prueba de la libertad de prensa y del valor del conocimiento histórico real. “Si no somos capaces de leer nuestra historia, perderemos nuestra libertad en el futuro”, asevera Weiner. Pero leer la propia historia no significa leer lo que le conviene al poder de turno, sino un ejercicio honesto, valiente y desprejuiciado, sin evitar el enfrentamiento con los errores cometidos. No es fácil. Enemigos logra enseñar algo sobre ese tipo de lectura. Publicó Debate.

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J. Edgar Hoover, de pie detrás del presidente Roosevelt al comienzo de la “guerra contra el enemigo interior” (1934). Foto: Archivo El Litoral