En Familia

El odio mata. Viva el amor

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Rubén Panotto (*)

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En el artículo precedente, he mencionado que existen palabras -y por consiguiente su significado- que van entrando en desuso. Los cambios sociales y culturales van produciendo esa metamorfosis lingüística, mientras que a su vez resurgen palabras y términos que señalan conductas y actitudes negativas que creíamos controladas, y que son sumamente perjudiciales para el ser humano. Este es el caso del odio, vocablo muy antiguo que identifica una pasión descontrolada de desprecio y muerte. Los términos que más se le acercan son la envidia, los celos, la ira, aunque ninguno supera al odio en su capacidad de matar el alma del que lo siente y que, por ende, lo padece.

Por otra parte, la diferencia entre el odio y la ira está en que ésta última puede producirse por razones que no incluye a individuo alguno, ni contiene la obsesión por destruir a alguien, mientras que el odio apunta a una persona o comunidad a la cual aniquilar.

El odio es, sin duda, la pasión y el sentimiento más destructivos, un fuego infernal que enciende las guerras con mayor intensidad que la ambición y avaricia de gobernantes y pueblos enteros. Está comprobado que cuando dos bandos se enfrentan en lucha, aquel que a las armas le sume el aborrecimiento y el odio, tendrá efectos de mayor superioridad y destrucción en el combate. Hablemos claro: cuando el enemigo alimenta su fanatismo con el odio a los demás, tiene más posibilidades de vencerlo, ya que el fanático está dispuesto a luchar hasta ver destruido a su oponente.

Aires contaminados

No voy a referirme precisamente a la situación ecológica del planeta, cuando más preocupante aun es la contaminación del cuerpo, del alma y del espíritu humano. Cuando los titulares de los medios de comunicación nos atosigan cada día con situaciones de muerte, con decenas de víctimas inocentes, nos preguntamos qué le está pasando al género humano. Ciertas opiniones positivistas aseguran que en el mundo siempre hubo guerras, peleas y muerte, pero se desconoce que alguna vez haya existido tanto desenfreno, con personas que matan por diversión, por una alienada razón de desprecio por la vida propia y ajena.

Es llamativo que en nuestra querida familia argentina, lejos de haber logrado la paz que nos merecemos, estemos reconociendo odios y rencores que afectan a personas y comunidades enteras. El escritor español Mariano Arnal dice que “las grandes guerras siempre han contenido un carácter revolucionario para producir cambios de ideas, de modelos económicos y culturales; no obstante para lograr los objetivos buscados, han necesitado ideologías con las cuales fanatizarse para mover los odios colectivos”.

La decepción y el enojo inicial pasan rápidamente a un estado de rencor permanente, que se anida en los pensamientos y emociones, provocando enfermedades de todo tipo, inclusive el cáncer. El que odia tiene cautivo en su ser interior al odiado, y como si fuera una escena teatral imaginaria, saca al odiado cada tanto, lo castiga con agravios, acusaciones y deseos destructivos, para volverlo a guardar en la celda de sus sentimientos. ¡Cómo salir de semejante infierno!

Tomar el toro por las astas

La primera actitud es reconocer que el odio se instaló en su vida. Entienda que más allá de sus razones para despreciar, el odio afecta su vida y no la del otro/a. Esta experiencia es muy común en los desacuerdos matrimoniales y agresiones intrafamiliares. Cada cual piensa que el problema se resuelve con la “desaparición” del otro/a en su ámbito relacional. Si acepto que el problema lo tengo yo, la salida también depende de mí. El perdón unilateral al ofensor/a sin esperar una respuesta, declarándolo ante sí mismo y según su fe ante Dios, proveerá el primer síntoma de alivio y paz. No hablar mal del ofensor ni buscar provocarle algún tipo de daño o tomar revancha, completará su alivio. Un proverbio proclama que: “La respuesta amable calma el enojo, pero la agresiva echa leña al fuego”.

Nuestros niños y adolescentes se dañan con palabras y acciones impensadas, tan sólo imitando a los adultos en su comportamiento, entre quienes se incluyen sus propios padres y referentes sociales e institucionales, que proclaman su odio, responden públicamente con insultos y amenazas, bajo el engaño de declararse sinceros y defensores de la verdad.

Un sabio consejo de la Biblia recomienda: “... abandonen también el enojo, la ira, malicia, calumnia y lenguaje obsceno. Dejen de mentirse unos a otros, habiéndose quitado el ropaje de una naturaleza corrompida, y ya vestidos de la nueva, que se va renovando en su conocimiento a imagen de su Creador. En esta nueva naturaleza no hay discriminaciones sino que Cristo es todo y está en todos. Por lo tanto como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de afecto entrañable y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia, de modo que se toleren unos a otros y se perdonen cuando uno tiene queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes. Por encima de todo, vístanse de amor, que es el vínculo perfecto”.

(*) Orientador Familiar