EDITORIAL

El 10 de diciembre, una fecha de todos

Es innecesario recordar que el 10 de diciembre es una fecha de todos los argentinos y no de una facción. El aniversario, como se sabe, evoca la recuperación de la democracia después de una larga y dolorosa dictadura militar. Asimismo, por todo lo que ello significa para los argentinos, fue que se resolvió que esa fecha coincidiera con la del Día Universal de los Derechos Humanos.

 

Estas consideraciones fueron compartidas en su momento por el conjunto de la dirigencia social y política, hasta que los Kirchner decidieron imprimirle su propia mirada, motivo por el cual lo que debía ser una fiesta de todos se transformó en la fiesta de una facción; lo que debía ser una tribuna levantada por la Nación para evocar valores mayoritariamente compartidos, devino en un acto proselitista donde no sólo se propagandizaron puntos de vista pertenecientes a un grupo político exclusivo, sino que se manipuló a la opinión pública reivindicando relatos históricos fraguados y, como si ello no alcanzara, se procedió a atacar al Poder Judicial, al cual, la propia presidente no vaciló en calificar como “fierros judiciales”, con el mismo tono beligerante con que antes su marido descalificaba a los fierros mediáticos.

Toda esta lamentable puesta en escena se realizó, además, con recursos públicos, invocando símbolos, mitos y luchas que de hecho dejaban afuera a la mitad del país y a la totalidad de los dirigentes políticos opositores que de hecho no fueron invitados, certificando en esa decisión su voluntad de celebrar un acto partidario y no una efeméride nacional.

En términos coyunturales está claro que la “fiesta” del domingo se había organizado con anticipación para celebrar el desguace de Clarín y la victoria del famoso “7D”. Como esta jornada se arruinó por la resolución de la Cámara prorrogando la cautelar, lo que se decidió para disimular la derrota y el papelón, fue convocar a la multitud para celebrar el Día de la Democracia y los Derechos Humanos concebida como fecha exclusivamente kirchnerista.

Habituados en el arte de manipular, se procedió en la misma fecha a ajustar cuentas contra los jueces que “traicionaron el mandato popular”. Esa costumbre de confundir su propia causa con la causa de la Nación no es nueva en el kirchnerismo. Al respecto y atendiendo su sugestiva reivindicación de la memoria de Alfonsín, no está de más recordar cuando el entonces presidente Kirchner sostuvo que la lucha a favor de la plena vigencia de los derechos humanos se inició con él, desconociendo los esfuerzos realizados por los anteriores gobiernos en la materia.

Desde una perspectiva histórica, no se debe perder de vista que la tendencia a confundir la propia causa con la causa de la Nación ya estaba prefigurada por el radicalismo yrigoyenista y convalidada luego con prosa militar durante los primeros gobiernos de Perón. La cultura movimientista, propia de los populismos autoritarios, tiene larga data en nuestro país y en ese sentido los Kirchner no hacen más que ser la continuidad, en nuevas circunstancias, de esa pulsión autoritaria.