El cielo nuevo y la tierra nueva

Pbro. Hilmar Zanello

No es una fantasía creada por el hombre, ni una hipótesis donde se fabulan mundos e historias irreales como aquellos escritos de Salgari o de Julio Verne que leíamos apasionadamente en los años de adolescencia.

Tampoco este tema bíblico de “El cielo nuevo y la tierra nueva” (Apocalipsis) puede surgir del mismo hombre como una estratégica ficción para responder imaginativamente, como pensaban algunos filósofos, y llenar el vacío existencial de una naturaleza llamada a la eternidad.

Para los cristianos la certeza “del cielo nuevo y la tierra nueva” es la coronación que la fe ofrece como meta final de esta vida.

Será el punto de llegada del caminar del hombre “con la certeza de una vida nueva” como peregrino hacia lo eterno, ya que “el hombre es un peregrino de lo eterno”, como decía Juan Pablo II.

Será el cumplimiento pleno y final del proyecto divino, donde se revelará la bondad de Dios en preparar para el ser humano, post mortem, después de los trabajos y sufrimientos presentes, una eternidad donde “ya no habrá dolores, sufrimientos, enfermedades, ni muerte, porque todo lo de antes pasó” (Apocalipsis 21,4).

A este final de la historia y del hombre la Biblia lo llama “El cielo nuevo y la tierra nueva”.

Esto es una certeza que la fe anuncia como el misterio cristiano para “el más allá” que llena de esperanza la vida del “más acá”.

“El cielo nuevo y la tierra nueva” será “la vida nueva con los valores eternos ya en plenitud”, valores que traerán “un nuevo orden de las cosas regidas por la justicia y el derecho” (Isaías, 11,5). Este nuevo orden tiene mucho que ver con nuestra vida presente, dado que ese futuro ya comienza a actuar en el mundo en la persona de Jesús desde su encarnación.

En Jesús se hace presente este mundo nuevo del cielo nuevo y la tierra nueva. El mismo Jesús introduce esto como posibilidad en la tierra. Es lo que llamamos el misterio cristiano.

Es decir que en Jesús de Nazaret se da ese nuevo orden final que es una realidad oculta en el hoy y que actúa como una fuerza transformadora y dinámica sobre cada corazón humano, en la medida en que nos comprometamos a seguirlo con fidelidad.

En esta aceptación y adhesión a la persona de Jesús se nutren las raíces de lo eterno en el tiempo, como lo proclamaba Charles Péguy después de la luz nueva que recibió en su conversión. Decía: “Siento el estupor de lo eterno en el tiempo”.

Este misterio cristiano constituye la sustancia de la celebración en cada Navidad por la venida de Jesús al mundo. Esa Navidad que volveremos a celebrar este año de la fe con una fuerza sacramental.

Tal orden nuevo con tal esperanza final no es una utopía sino la realización del proyecto de Dios: terminará el mal y toda injusticia, y asistiremos al triunfo del bien total de una vida de amor y solidaridad vivida por el hombre.

Por este “orden nuevo”, con la esperanza del cielo nuevo y de la tierra nueva, se jugaron los primeros cristianos, y así pudieron afrontar diez persecuciones cien mil testigos mártires.

En este Adviento profundizamos en la esperanza del cumplimiento de las promesas de Dios, apoyadas en las palabras de Jesús cuando nos decía: “Mis palabras no pasarán y yo he venido al mundo para que el que crea en mí no muera, sino que tenga vida eterna” (Juan 3, 16).

Esperamos ese orden nuevo, “el cielo nuevo y la tierra nueva”, al final de los tiempos, cuando Jesús aparecerá victorioso en su segunda venida, en su parusía.

Este será el último tema de la teología cristiana en el tratado llamado: “Escatología”.

Una síntesis del tratado de “Escatología” se encuentra resumida en la Constitución del Concilio Vaticano II “Gozo y esperanza” (Gaudium et Spes) en el número 39. Allí “el cielo nuevo y la tierra nueva” aparecen como un regalo de Dios Padre al hombre, su hijo amado, y como la etapa final de la vida humana, final en que saldrán a la superficie todas las obras de amor y solidaridad de los verdaderos discípulos de Jesús.

Según esta “Escatología” no se perderá nada de los esfuerzos del hombre en su histórico vivir de la fe cristiana y en su construcción de un mundo más justo y fraterno, en la entrega sacrificada del cumplimiento de una tarea humana y divina cuyo significado es haber encontrado el verdadero sentido de la vida.

Entonces aparece muy real el cumplimiento de las promesas de Dios con aquellas palabras bíblicas: “Yo hago nuevas todas las cosas” (Apocalipsis).

El cielo nuevo y  la tierra nueva

Corona de Adviento. Foto: Archivo El Litoral