Navidad y Epifanía

Navidad y Epifanía

“La adoración de los Reyes Magos” (detalle), de Gentile da Fabriano.

Pbro. Hilmar Zanello

Navidad y Epifanía son dos celebraciones de la fe cristiana que actualizan la venida del Hijo de Dios al mundo en su encarnación, llegada que seguimos experimentando sobre todo en el misterio de la liturgia.

Epifanía (manifestación), conocida popularmente como la fiesta de los Reyes Magos, celebra a Jesús que se muestra como luz del mundo para alumbrar el camino del ser humano según vemos en el mensaje que nos dio la estrella de Belén.

Estas celebraciones no son meros recuerdos del pasado histórico, sino que actualizan a través de los signos litúrgicos (el misterio de la liturgia según enseñaba aquel insigne teólogo Oddo Casel) una permanente presencia del Hijo de Dios.

Nos encontramos con que este Niño de Belén, tan frágil y débil, como decía el escritor Bossuet, tiene una importancia definitiva para el hombre de todos los tiempos.

Los cristianos estamos invitados a conocerlo como verdadero Salvador, porque nos viene a dar la posibilidad de encontrarnos con un Dios nada lejano de la vida, un Dios eterno, creador del universo, un Dios omnipotente, pero sobre todo un Dios con rostro de Padre nacido en la carne como hermano nuestro, que viene a solidarizarse con todo lo que es humano, menos en el pecado.

Descendió hacia un hombre débil y mortal (Isaías 53,2 ss). El gran regalo que este Niño trae en Belén es esa presencia de un Dios encarnado en nuestra naturaleza humana (Benedicto XVI).

En este Jesús de Nazaret que nació como niño en Belén vive oculto el mismo Hijo de Dios que comparte solidariamente nuestra vida, para que ahora el hombre pueda compartir también solidariamente con Él mismo la vida divina.

Tenía razón San Agustín cuando hablaba del hombre como un compuesto de Cuerpo, Alma y Espíritu Santo. Porque en este Niño está presente la persona divina del Dios Hijo que trae una nueva estructura, enriqueciendo al hombre con una antropología de raíces divinas.

Ahora el mismo Dios desciende al hombre para que el hombre ascienda hacia Él.

Así comienza una transformación de la vida. Una nueva óptica para la marcha del hombre hacia la eternidad.

Desde estos hechos históricos, como son la Navidad y la Epifanía, nacen preguntas para penetrar la riqueza mistérica de este Niño Dios, Jesús de Nazaret:

¿Quién fue Jesús, encarnado en la naturaleza humana, hecho uno de nosotros?

¿Qué fuerza se oculta en Él, si fue ajusticiado como un delincuente?

¿Por qué en algunos despertó tal atracción que lo siguieron hasta el martirio?

¿Por qué fue odiado y perseguido, si pasó su vida sembrando el bien?

¿Sus palabras sabias fundamentaron un nuevo sentido de la vida humana?

¿Trajo algún proyecto definitivo para el ser humano?

¿Por qué sus discípulos encontraron en Él y siguen encontrando en Él una fuerza de esperanza?

¿Por qué a su evangelio se lo conoció como “Buena noticia”?

¿Cuál es la “buena noticia” que trae Jesús al mundo?

¿Su evangelio habrá sido una pura utopía o una fuerza transformadora para el corazón del hombre y de las estructuras sociales?

¿Se habrá equivocado cuando afirmaba que lo que salva en la vida y asegura un sentido definitivo es el “amor”?

¿Sus palabras siguen siendo para hoy una “buena noticia”?

Adhiriéndose y creyendo en Él muchos descubrieron un horizonte nuevo para superar las tormentas de la injusticia, al mismo tiempo que se comprometieron trabajando por su Reino, que anuncia un orden nuevo para un mundo regido por la justicia y el derecho (Isaías 11,5).

Con este Niño Dios nace una nueva manera de descubrir lo profundo de la vida con una óptica de nuevos ojos que en esto consiste fundamentalmente la fe cristiana.

Así nuestra vida desde estas raíces cristianas puede liberarse de todos los engaños, miedos, superficialidades, alineaciones, de toda desesperanza que paralizan la marcha del hombre hacia la eternidad...

Por eso este Niño Dios nos está pidiendo continuamente creer en Él y una continua conversión (Marcos 1,15).