Crónica política

Autoritarismo y deporte

Autoritarismo y deporte

Scioli, Cristina y Mauricio, tres expresiones distintas del populismo argentino. Ilustración: Lucas Cejas.

Rogelio Alaniz

Oficialistas y opositores hoy saben que el mandato de la señora concluye en 2015, pero su destino se juega en 2013. La hora de la verdad serán las elecciones previstas para octubre. Allí se sabrá a ciencia cierta si el oficialismo puede aspirar a la re-reelección y hacer realidad la consigna “Cristina eterna”. O si, por el contrario, la señora y sus colaboradores inmediatos deberán empezar a preparar las valijas para regresar al llano y despedirse de los privilegios, beneficios y satisfacciones personales que brinda el poder y al que tanto tributo le han rendido en los últimos diez años.

Por lo pronto, el gobierno no inicia el año en las mejores condiciones. Temas como el gasto y el déficit publico, la emisión monetaria, el cepo cambiario y la elevadísima presión tributaria, son síntomas de un desequilibrio cuyas manifestaciones sociales más evidentes se expresaron en los recientes saqueos de fin de año. Así y todo, este gobierno ha demostrado capacidad para sacar cartas de la manga y renovar expectativas y adhesiones sociales. Los economistas aseguran que sus márgenes son cada vez más reducidos, pero la experiencia enseña que sobre estos temas nunca es aconsejable creer que la última palabra ha sido dicha. Al respecto, conviene tener presente que en las oficinas del gobierno se asegura que el año más difícil ya pasó y que 2013 será pródigo en beneficios económicos que permitirían reconstituir las alianzas políticas y sociales que se rompieron como consecuencia de la estrechez de recursos.

Es verdad que la soledad del gobierno se ha acentuado en los últimos meses, pero salvo que alguien crea que un país como la Argentina puede ser gobernado por los muchachos de “la Cámpora”, el realismo político y el más elemental sentido común indican que se gobierna con factores reales de poder ausentes en el actual esquema de poder de la señora. La experiencia enseña que no se puede gobernar en el aire, abriendo frentes de conflicto todos los días y rompiendo relaciones con grupos y factores de poder decisivos para asegurar la gobernabilidad.

Gobernar es construir poder, pero en las sociedades modernas ello significa sostener de manera eficaz una trama real y compleja de intereses. Esa tarea se realiza acordando, negociando y cediendo donde sea necesario e imponiendo donde sea posible. El marco ideal de esa construcción de poder, lo brindan las instituciones del Estado de derecho que son las únicas que han demostrado históricamente poseer la plasticidad necesaria como para contener la diversidad propia de un país como el nuestro.

Por supuesto que hay otras maneras de construir poder y para ello basta con observar lo que está haciendo el gobierno. En este caso se supone que el liderazgo carismático suplanta a las instituciones o las reduce a su mínima expresión. Concentrar el poder y concebir la política como un campo de batalla es la consecuencia de esta concepción. Sin embargo, el autoritarismo, el cesarismo, incluso el despotismo, pueden ser prácticas políticas no necesariamente ineficaces. En situaciones de crisis, de disolución nacional, estas soluciones suelen ser aprobadas por las mayorías, y por ahora no viene al caso discutir acerca de la viabilidad en el mediano y largo plazo de estas experiencias autoritarias. Y no viene al caso, porque lo que me interesa destacar es que el actual gobierno tampoco cumple con las exigencias del libreto autoritario. No lo cumple o no puede o no sabe hacerlo.

Lo que la señora parece ignorar es que una gestión autoritaria pienso en Bismarck, De Gaulle, Perón- posee sus exigencias y sus reglas del juego. En primer lugar, los gobernantes asumen el rol de estadistas, miran lejos y actúan en consecuencia. En segundo lugar, el autoritarismo no excluye la negociación con los factores de poder. Es más, no hay gestión autoritaria sin el cumplimiento de estos requisitos, sin la construcción práctica y real de un bloque de intereses sólido y consistente. Ninguna de estas lecciones parece tener en cuenta la señora, cuya tendencia al aislamiento es tan evidente que hasta podría decirse que físicamente la incluye a ella.

Ser autoritario no es hacer lo que a uno le da la gana o comportarse como un chico caprichoso o mal educado. El autoritarismo tiende hacia la simplificación del conflicto político o a reducir y someter por vía ejecutiva a la diversidad, pero nunca es una luz verde para hacer lo que venga en ganas. El autoritarismo político real, significa concentrar la autoridad más allá y más acá de las instituciones, crear sus propias reglas del juego y ejercer una voluntad de poder que no se somete a los límites o controles de las instituciones. A veces da resultados, a veces no. En todos los casos, su viabilidad depende de condiciones sociales precisas y del talento del gobernante. Ninguno de estos requisitos parece darse en la Argentina de estos días.

Por otra parte, la señora se hace cargo de los beneficios del autoritarismo, pero no de sus exigencias. Por lo menos eso es lo que ha demostrado hacer desde que reasumió el poder hace un año. Las consecuencias de esas conductas están a la vista. Soledad, aislamiento, pérdida de consenso social y frentes de tormenta que se abren en todas las direcciones.

Autoritario era Él y lo demostraba acordando donde fuera necesario hacerlo, corrompiendo cuando así lo exigían las circunstancias y preparando las batallas como los grandes generales, es decir, concentrando en el punto real del conflicto un nivel de fuerza superior al de sus rivales. Por el contrario, lo único más o menos eficaz que la señora ha hecho en este nuevo ciclo de poder, fue capitalizar el luto por la muerte de Él. Lo demás ha sido un creciente despilfarro del capital político adquirido por su marido.

La única ventaja que el oficialismo dispone a su favor, no son sus méritos sino las dificultades y los límites de una oposición que sigue exhibiendo serias limitaciones para cumplir con su rol. No soy de los que les gusta regodearse con las faltas de alternativa que existen en la Argentina, pero tampoco es aconsejable cerrar los ojos y suponer que vivimos en el mejor de los mundos.

En el campo opositor se perfila una oposición de centro derecha y otra de centro izquierda. Macri y Scioli están a la derecha; Binner y Sanz, a la izquierda. Empecemos por la derecha. Las diferencias que existen entre Macri y Scioli son uno de los grandes misterios que Dios ya ha decidido que no es capaz de desentrañar. Por lo pronto, se trata de políticos populares, que se diferencian de la señora porque reivindican los acuerdos y reducen la política a la gestión administrativa, una gestión despojada de toda connotación ideológica y valorativa, como si esas consideraciones no tuvieran nada que ver con la sociedad o como si ellos fueran personas que actúan por encima de sus intereses, visiones y prejuicios.

Un dato singular me ha llamado la atención. Ambos han difundido el hábito de hacer conocer sus acuerdos y entendimientos a través de partidos de fútbol que los incluye a ellos como notables y habilidosos jugadores. Estamos tan acostumbrados a la banalización de la política que nada nos llama la atención. ¿Por qué lo digo? Porque no conozco a ningún país del mundo en el que ocurra algo parecido. Sólo en la Argentina, con candidatos que lucen como antecedentes haber sido en un caso presidente de un club popular o, en el otro, haber manejado con relativa destreza una lancha, es posible naturalizar al fútbol como clave del entendimiento político o como la puesta en escena de los grandes acontecimientos públicos.

No quiero irme por las ramas, pero soy una persona mayor y tengo derecho a adherir a ciertas tradiciones. Desde chico entendí a la política como una actividad lúcida, racional, seria y responsable. Sé que lo mío es una exigencia intelectual demasiado elevada para el mundo que vivimos, pero para bien o para mal no puedo renunciar a concebir la política en esos términos, entre otras cosas, porque si así no lo hiciera, ya mismo dejaría de escribir esta columna de opinión, donaría a una biblioteca mis libros y trataría de aprender a jugar al fútbol con la pretensión de presentarme el día de mañana como candidato a intendente, gobernador y, porqué no, presidente.

Dicho esto, agrego que me fastidia mucho esta banalización de la política, esta costumbre de fotografiarse con pantaloncitos cortos y una pelota bajo el brazo, de dos tipos que, dicho sea de paso, tienen casi sesenta años, casi el doble de la edad que tenía Pelé cuando se retiró de las canchas ¿Qué quieren probarnos estos caballeros del deporte? ¿que son populares? ¿que hacen lo mismo que todos? Como dice mi amigo Erdosain: no comparto. Lo siento por algunos, pero soy de los que creen que los políticos tienen que poner a prueba sus ideas, su vocación de poder, su sensibilidad social, sus proyectos de nación. Es lo que pretendo de ellos, porque para disfrutar de una pared, una gambeta, un pase milimétrico, está Messi.