/// OPINIÓN

El símbolo y la política

Griselda Tessio

Desde la Modernidad, las sociedades occidentales han reflexionado sobre la teoría y la praxis política. En verdad, desde Platón y Aristóteles, pero las sociedades surgidas de las revoluciones burguesas han pensado, en este punto, en la democracia como forma de gobierno, el control pendular de los poderes del Estado, las instituciones y la organización de un gobierno tensionado por los distintos actores, pero plural, con intereses y presiones, con capacidad de disenso, de legitimación mayoritaria pero con representación de las minorías. Una república democrática, en síntesis.

Si acordamos con Durkheim que el “Estado es el lugar donde la sociedad se piensa a sí misma”, coincidiremos también en que ese Estado es gestión y teoría, ideología y conocimiento científico, legitimación y rendición de cuentas. Un lugar en donde los gobernantes son esclavos de la ley, para que los ciudadanos no deban arrodillarse ante el poder, el capricho o la banalidad.

Por eso, la política, que es praxis, es también signo, significante y significado. Es símbolo. Y las acciones de los hombres siempre tienen una carga simbólica.

Como ex fiscal federal de la Nación, dedicada durante años a la investigación y persecución de los delitos de lesa humanidad, me agravia, me desconcierta y me preocupa, y como ciudadana de a pie me indigna la frivolidad y la inmoralidad del festejo del ministro Alak y del secretario de Derechos Humanos, Fresneda, organizado en los predios de la Esma.

Se podrá hablar, como lo hicieron desde el ministerio, de exageraciones, de operativos de prensa, de internas de los organismos de derechos humanos -que no cabe aquí y ahora analizar-, pero lo que es cierto es que el hecho aberrante existió.

Todavía los argentinos no sabemos cuáles son las respuestas institucionales que nos merecemos como ciudadanos.

En un lugar de llanto y sangre, de muertes cruelísimas, sólo se impone el silencio y la meditación sobre el mal absoluto.

Es imposible no asociarlo al recuerdo de los campos de extermino del genocidio nazi, donde los jerarcas festejaban y cantaban Noche de Paz al lado del árbol, celebrando el nacimiento de un niño, mientras miles de niños en ese preciso instante eran llevados a la cámara de gas.

Los derechos humanos no son propiedad de nadie sino patrimonio de la humanidad. Ante el misterio de la muerte, el resto es silencio.

* Diputada provincial UCR