Mesa de café

Cruceros y barras bravas

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Remo Erdosain

Esta vez estamos tomando el café de la mañana en un bar de bulevar. Se trata de un bar clásico porque, como le gusta decir a Marcial, sólo me siento cómodo dentro del canon clásico, todo lo demás es mal gusto o ignorancia. José, por supuesto, no comparte ese punto de vista, pero como el bar es cómodo y el café que sirven es muy bueno, acepta cambiar de lugar sin hacer demasiadas objeciones.

-Me acaba de llamar por teléfono mi cuñada, dice Abel -está escandalizada porque contrataron un crucero con su marido para pasar unos días de descanso y tuvieron que soportar los desmanes de barrabravas de Racing.

-Yo no sé si esto pertenece al género barroco, al grotesco o al art decó reflexiona Marcial -pero un puñado de facinerosos con una camiseta de fútbol viajando en un crucero por el Atlántico es algo que merece ser atendido, porque yo no sé si es una anécdota o un síntoma de época.

-Me parece que tu razonamiento es algo complicado -señalo.

-Hoy nuestro amigo Marcial -acota José- se levantó complicado y tengo la sensación de que va a seguir con ese tono toda la mañana.

-Coincido con José que estamos viviendo tiempos complicados, admite Abel.

-No comparto responde Marcial -los tiempos no son complicados, ojalá lo fueran, su tendencia por el contrario es la simplificación, la monotonía, la previsibilidad, la fabricación del lugar común. Los cruceros pertenecen a esa categoría, pero también pertenece a ese tópico cierto público que se anota en esos emprendimientos, al punto que yo muy bien podría decir que un lugar así merece a los barrabravas, o para ser más condescendientes, los barrabravas no tienen por qué estar incómodos en un lugar donde pareciera que todas las groserías están permitidas.

-Yo viajé en un crucero y la pasé muy bien -observa José.

-No me extraña -reacciona Marcial con su sonrisa hermética.

-Y ahora que lo recuerdo -intervengo- vos también viajaste en un crucero.

-Así es -responde Marcial-, yo siempre sé de lo que hablo.

-Y si fuiste allí -agrega José- habrás participado de todas las programaciones del caso.

-De algunas responde Marcial -de algunas, las inevitables, porque durante los siete días estuvimos con mi señora encerrados en el camarote disfrutando del balcón al mar, los buenos libros y el aire acondicionado. Y el resto del tiempo recorríamos aquellos lugares donde las multitudes no van, me refiero a ciertos bares alejados de la pileta y los comederos.

-Gorila hasta en los detalles -exclama José.

-Dios está en los detalles -contesta Marcial.

-Y hablando de detalles -digo- ¿Qué me cuentan de lo ocurrido en Rosario con la hinchada de Newell’s Old Boys?

-¿Qué me cuentan de la intervención de Lamberto? pregunta José.

-¿Qué tenés que decir al respecto?

-Que fue un papelón desde todo punto de vista. Un papelón con un posible desenlace trágico, porque la policía entró repartiendo palos en las instalaciones del club y allí pagaron santos por pecadores.

-Los únicos heridos en serio son los policías -puntualizo.

-Me parece que en estos casos la palabra “santo” está demás -observa Marcial.

-Lo que quieras -responde José-, pero la gente estaba tan fastidiada que lo insultó a Lamberto con todos los tonos.

-Con todas las palabrotas -apunta Abel.

-Lo que no entiendo -enfatiza Marcial- es por qué Lamberto se presentó en un lugar donde no tenía nada que hacer ni decir. Tampoco entiendo esa actitud sumisa de bajar la cabeza, como pretendiendo despertar compasión entre los presentes o especulando conque la gente se solidarice con él.

-Yo creo que Lamberto no es tan complicado -observa José-, su problema en todo caso es el inverso, es un hombre demasiado simple para el área que le encomendaron, un hombre en el que se nota a la legua que la responsabilidad lo excede por los cuatro costados.

-Sin embargo -acoto- fue un muy buen legislador.

-A lo mejor, pero no me consta -contesta José con indiferencia.

-Yo me voy a permitir defender a Lamberto, porque creo que es un hombre de bien -manifiesta Abel-, pero sobre todo porque creo que en Rosario como en las grandes ciudades de la Argentina hay problemas sociales muy serios que no se arreglan de la noche a la mañana y mucho menos con una oposición que está especulando para que todo salga mal.

-Te recuerdo -interviene José en voz baja-, que son los opositores a nuestro gobierno, es decir ustedes, los que todos los días nos critican porque no resolvemos el tema de la seguridad.

-Y yo te recuerdo -expresa Marcial- que el narcotráfico en un delito federal por lo que son ustedes los que deben dar el puntapié inicial.

-La incompetencia de Lamberto y Galassi la admiten los mismos socialistas rosarinos- insiste José- y mientras tanto Lamberto cree que a estos temas se los resuelve poniendo cara de ternero degollado.

-Yo no sé la cara que puso Lamberto -respondo-, lo que sé es que no hay manera de garantizar la seguridad si un grupo de facinerosos se propone sembrar el caos en diferentes lugares de la ciudad, y cuando se los quiere llamar al orden se refugian dentro del club, es decir reclaman la protección de quienes hay buenas razones para sospechar que son sus empleadores.

-Es más -agrega Abel-, no deja de llamar la atención que en vez de criticar a los directivos de clubes que financian a esos delincuentes, se critique a un funcionario público que con recursos escasos trata de hacer lo que puede de la manera más honesta posible.

-Llamale hache -contesta José-, pero lo cierto es que Rosario esta cada vez más inmanejable y el gobierno no da pie con bola.

-Eso es lo que dice tu jefe y conductor, Agustín Rossi.

-Es probable que lo diga y que una vez más tenga razón.

-A vos únicamente se te ocurre que Rossi es un tipo razonable -observa Marcial.

-Yo creo que es un oportunista -dice Abel-, porque si alguien hay comprometido con el narcotráfico en la Argentina, ese alguien no es precisamente el Partido Socialista o la UCR.

-¿Y quiénes entonces? -pregunta José.

-No te voy a dar nombres -reacciona Marcial- porque todos sabemos quiénes son.

-Esta semana, nosotros vamos a organizar reuniones y vamos a movilizar a la juventud para poner un poco de orden en Rosario que hoy más que nunca se parece a la Chicago de los años de Al Capone.

-Si Al Capone fuera argentino no tengo la menor duda respecto a qué partido estaría afiliado -precisa Marcial sonriendo.

-A mí lo que me llama la atención -digo- es que se movilicen contra el delito en Rosario y nunca se les haya ocurrido algo semejante en el Gran Buenos Aires donde el hampa es gobierno.

-A mí no me llama para nada la atención -observa Marcial, mientras le hace señas al mozo para que le sirva otra taza de té.

-No comparto, dice José.