OPINIÓN

A 80 años del comienzo del horror

“Y ahora, señores míos, que Dios los asista”, con esta frase el anciano presidente del Reich, von Hindenburg, otorgaba la cancillería a Adolf Hitler un 30 de enero de 1933.

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El perverso régimen de Hitler sólo acabaría tras una nueva guerra mundial, 60 millones de muertos y el genocidio del pueblo judío. Foto: Archivo Agencia EFE

 

Por Esteban Engel

Agencia DPA

“Es casi como un sueño. El ‘Führer’ ya trabaja en la cancillería”, escribía Joseph Goebbels el 30 de enero de 1933. Horas antes, su amigo Adolf Hitler había tomado las riendas del poder en Alemania. El Nazismo daba el primer paso hacia uno de los capítulos más siniestros en la historia de la humanidad.

Estudiante de arte fracasado y combatiente de bajo rango en la Primera Guerra Mundial, Hitler tenía 44 años y presidía el partido nazi cuando recibió el encargo de formar gobierno por parte del presidente Paul von Hindenburg, un anciano de 85 años.

La llegada del “cabo bohemio”

Que un país especialmente educado se pusiera hace 80 años en manos de un partido racista y comandado por un líder delirante -uno de los grandes enigmas del siglo XX- se explica por una mezcla de azar, caos político y un formidable error de cálculo.

“De hecho, casi nada esa mañana apuntaba a que con el nombramiento de Hitler como canciller y la jura del nuevo gobierno comenzara una nueva etapa en la historia”, explica ahora el Instituto Alemán de Educación Política.

Hasta poco antes del nombramiento de Hitler, Hindenburg descartaba tajantemente encargar el gobierno al estrafalario “cabo bohemio”, como lo denominó alguna vez.

El Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) o nazi había sido visto durante mucho tiempo como un nido de fanáticos. Casi nadie escuchaba en serio sus diatribas contra judíos y comunistas ni sus críticas contra el “sistema”.

Los nazis quisieron hacerse con el poder a través de un fracasado golpe de Estado en Múnich en 1923. En las elecciones de 1928 sólo obtuvieron un 2,6 por ciento de los votos.

Pero la frágil constitución política de la República de Weimar y la formidable crisis económica de 1929 jugó a favor del partido. En 1932, el desempleo de Alemania alcanzó un 30 por ciento. Mantenerse en el poder se convirtió en excepción: en los 14 años de la primera república alemana hubo 20 gobiernos diferentes.

Con la clase trabajadora dividida entre socialdemócratas y comunistas, una clase media atemorizada y una nobleza añorante de líderes autoritarios, el experimento de Weimar terminó por ser una república sin republicanos.

“Es un error creer que fue la llegada de Hitler lo que derrumbó la República de Weimar”, explicó el historiador y testigo de la época Sebastian Haffner. “La república ya estaba derrumbándose cuando Hitler entró seriamente en escena”.

La primera gran oportunidad de Hitler llegó en 1930, cuando el NSDAP obtuvo un 18,3 por ciento o 6,4 millones de votos en las elecciones de septiembre. El caos se profundizó: decenas de personas murieron en enfrentamientos callejeros entre las SA, milicias de los nazis y fuerzas de choque comunistas.

Ante la escalada de la situación, el presidente Hindenburg destituyó al canciller Heinrich Brüning y dio el gobierno a Franz von Papen, que se planteó como objetivo una alianza “anti bolchevique” con industriales, banqueros y terratenientes. A nadie se le ocurría aún hacer canciller a Hitler, pero eso cambiaría pronto.

El NSDAP inició el agitado 1932 ganando un 37,4 por ciento de los votos en las elecciones de julio, el doble que dos años antes. En los comicios de noviembre, sin embargo, perdió buena parte de ese caudal. La cúpula nazi sintió que su oportunidad se pasaba. Había llegado el momento de tomar el poder, escribió Goebbels en su diario.

El gobierno había vuelto a cambiar y estaba en manos del general Kurt von Schleicher. A sus espaldas, Von Papen intentó ganarse a Hitler con una idea: integrarlo en un gabinete nacionalista para ganarse la base de votantes del NSDAP y formar un gobierno sólido.

Hitler rechazó la oferta y en una arriesgada apuesta que exasperó a algunos miembros del partido se aferró a una condición: sólo entraría en el gobierno como canciller. Schleicher renunció el 28 de enero incapaz de encontrar apoyo. Dos días más tarde, Von Papen convencía a Hindenburg de poner al Hitler al frente del gobierno.

“La calle es nuestra”

La solución dejó conformes tanto a Von Papen, vicecanciller en el nuevo gobierno, como a Hindenburg. Los nazis, sin experiencia de gobierno, apenas estaban representados en un gabinete de viejas caras conocidas, conservadores e industriales. Von Papen creía que en dos meses habría arrinconado a Hitler hasta tal punto que “se pondría a chillar”.

Bastaron unas horas para que su estrategia se revelara como uno de los grandes errores de cálculo de la historia: la misma noche del 30 de enero, 20.000 miembros de la SA hicieron una demostración de poder marchando por la Puerta de Brandeburgo y el barrio gubernamental. “La calle es nuestra”, escribió Goebbels.

Los acontecimientos se precipitaron. En febrero, Hitler aprovechó el incendio del Parlamento alemán para acusar a los comunistas de intentar un golpe de Estado y suspender los derechos civiles. En marzo asumió los poderes legislativos y en mayo prohibió los sindicatos. La persecución de judíos llevaba tiempo en marcha y los opositores comunistas y socialdemócratas fueron detenidos, los artistas exiliados.

Con la muerte de Hindenburg en agosto de 1934, Hitler sumó el cargo de presidente. Un año y medio después de tomar el poder en enero de 1933, había cimentado una dictadura sin fisuras. El inicio de su régimen del terror sólo acabaría tras una nueva guerra mundial, 60 millones de muertos y el genocidio del pueblo judío.