Crónicas de la historia
La Asamblea del año XIII

Carlos María de Alvear.
Crónicas de la historia
La Asamblea del año XIII

Carlos María de Alvear.
Rogelio Alaniz
Impresiona como un torpe juego de palabras decir que la Asamblea del año XIII se gestó en el año XII. No se trata, por supuesto, de una obviedad cronológica sino de una suma de coincidencias políticas o de acontecimientos que se fueron produciendo hasta alcanzar un resultado. La caída del Primer Triunvirato -calificado por algunos historiadores livianos como golpe de Estado -olvidando que entonces no había Estado-, abre el espacio político para la convocatoria por parte de los sectores más radicales de la revolución a una asamblea que se fijará objetivos ambiciosos, aunque luego los hechos o la vida se encargarán de demostrar que eran de muy difícil cumplimiento, por no decir de imposible concreción.
Sostener que el Primer Triunvirato era de derecha y el Segundo de izquierda, es una exageración o una simpleza rayana con la tontería, pero está claro que la lógica de los acontecimientos empujaban hacia decisiones más radicalizadas, la misma lógica que un año más tarde empujará en una dirección inversa y, en más de un caso, transformará en conservadores y monárquicos a quienes hasta meses atrás se jactaban de su condición de republicanos y revolucionarios. Las luchas facciosas en el interior de la revolución poseían sin duda un componente ideológico, pero reducir a la ideología las diferencias sería el modo más cómodo de equivocarse o de no comprender el proceso histórico.
En esa aldea porteña de 1813 -con una población que arañaba los cincuenta mil habitantes- se tejían intrigas, ambiciones menores, disputas entre clanes familiares, e incluso perspectivas políticas diferenciadas por los roles que se desempeñaban en la sociedad. No era similar la mirada la del tendero que empezaba a ser desplazado por el comercio inglés, que la del ganadero que descubría los horizontes de su actividad, o la de los jóvenes que se iniciaban en la promisoria carrera militar, o la de los intelectuales siempre decididos a ir más allá de los límites de lo posible o a suponer que la inteligencia y la razón alcanzan y sobran para tomar decisiones políticas acertadas.
Si la caída del Primer Triunvirato preparó las condiciones para la convocatoria a la Asamblea; a través del Segundo Triunvirato, la llegada al puerto de una nave inglesa -en marzo de 1812- fue el anticipo de los cambios que se avecinaban. Llegaron en la ocasión -como muy bien las litografías escolares se encargaron de divulgarlo- varios personajes llamados a desempañar un rol importante en la política criolla. Por ahora nos referiremos a dos de ellos: José de San Martín y Carlos María de Alvear. No tenían la misma edad San Martín era algo mayor- pero ambos eran jóvenes, talentosos, y en nombre del deber o en nombre de la ambición, estaban dispuestos a meterse de lleno en las jornadas revolucionarias. Los muchachos se habóan conocido en Cádiz, donde se iniciaron en las logias masónicas, y es muy probable que en aquel clima haya germinado su vocación de libertadores.
Tanto Alvear como San Martín desempeñarán roles importantes en los acontecimientos que concluirán con la caída del Primer Triunvirato, roles que se extenderán luego a la convocatoria y participación de la Asamblea, participación que no excluirá duras disputas internas, al punto de que en poco tiempo los amigos derivarán en enconados enemigos.
La Logia Lautaro, organizada de acuerdo con los ritos, ceremonias y objetivos de la masonería, práctica política que -insisto- era mayoritaria entre los revolucionarios de 1810, será uno de los centros de conspiración de aquellos años. La otra institución clave será la Sociedad Patriótica, la entidad que nucleaba a los morenistas y que contaba con el liderazgo de ese personaje tan apasionante como contradictorio, tan valiente como peligroso, que se llamó Bernardo de Monteagudo, el mismo que una vez constituida la Asamblea será titular del diario de sesiones llamado “El Redactor”.
La Asamblea inició sus deliberaciones el 31 de enero de 1813. El discurso de apertura estuvo a cargo de ese maestro de la intriga, la componenda y la sobrevivencia política que fue Juan José Paso. Los diputados se reunieron en la sede del Consulado. Por reglamento se estableció que las sesiones públicas se harían los días martes, miércoles y viernes, mientras que los lunes y jueves habría reuniones secretas. Allí también se fijó el quórum para iniciar las sesiones y las dietas de los legisladores. Según se estableció, las provincias elegirían dos diputados; y las ciudades, uno. Supuestamente las provincias y ciudades de esos territorios que todavía no eran la Argentina, estarían representadas, pero no bien se echara una ligera mirada a la lista de los nombres de los diputados, se arribaría rápidamente a la conclusión de que esa convocatoria a las provincias era más nominal que real. ¿Egoísmo porteño, como dicen los revisionistas a la violeta? Puede ser, pero no es la única explicación.
En principio, no todas las ciudades disponían en esos años de intelectuales en condiciones de ejercer el papel de legisladores. De allí se derivará otro hecho curioso: los pocos letrados provenientes de esas lejanas y polvorientas ciudades, cuando se instalen en Buenos Aires se sentirán muy reconfortados de participar en los grandes debates políticos e ideológicos de su tiempo y en algún momento terminarán siendo más leales a la lógica de la institución que los reconocía que a los mandatos de sus caudillos de tierra adentro.
Uno de los datos más resonantes de la Asamblea fue el rechazo de los diputados enviados por la Banda Oriental. En realidad el rechazo fue a las “Instrucciones” y no a ellos; mucho menos al derecho de la Banda Oriental a mandar diputados, derecho que meses después ejercerán cuando otro de los centros de poder enfrentado con Artigas elija a sus respectivos representantes.
Los problemas con la Banda Oriental no eran diferentes a los planteados con el Alto Perú, Tucumán e incluso con Córdoba, que, por ejemplo, estuvo representada por Larrea y Posadas, un porteño y un español. Sin duda que las ciudades del interior tenían muy buenas razones para desconfiar del centralismo porteño, pero asimismo Buenos Aires tenía también muy buenas razones para recelar de las provincias y, sobre todo, para confiar en sí misma y en las virtudes del centralismo para desarrollar las tareas de la revolución.
En ese sentido, las contradicciones con algunos centros de poder o algunos caudillos ya se presentaban como irresolubles. La tarea de organizar una nación y construir un Estado no iba a ser tan sencilla como lo imaginaban algunos de los inspirados iluministas de 1813. Los problemas de la unidad política trascendían a las personalidades de los caudillos y jefes revolucionarios y en muchos casos obedecían a tendencias de media y larga duración que se resolverían en otras circunstancias y en escenarios históricos muy diversos del existente en 1813.
La relación de Buenos Aires con Artigas nunca funcionó bien y alguna culpa han tenido los porteños al respecto, pero admitamos también que Artigas nunca pudo establecer acuerdos estables con nadie, algo que se demostrará luego cuando rompa alianzas con López y Ramírez, pero sobre todo cuando sea traicionado por los principales caudillos de la causa oriental.
El rasgo distintivo de la Asamblea fue que desde su inicio se declaró soberana y que en sus actas se omite por primera vez el nombre de Fernando VII. El carácter soberano de la Asamblea creará dificultades políticas e institucionales que hasta el día de hoy los historiadores continúan debatiendo. Por lo pronto, los legisladores deberán jurar por una institución que de alguna manera será reivindicada como nacional y por lo tanto estará por encima de las embrionarias provincias. Ese “detalle” ha despertado suspicacias y enconos. Asimismo, el carácter soberano colocaba en un plano subordinado a la institución que era la representativa del Poder Ejecutivo: el Triunvirato.
Todos esos dilemas se fueron resolviendo por el peor de los caminos a lo largo de 1813. Para principios de 1814 el Triunvirato se disolverá y se creará el Directorio, cuyo primer titular será Gervasio Posadas, tío de Alvear. Un año después y en un contexto internacional contrarevolucionario, asumirá la titularidad del Directorio, Carlos María de Alvear. Para entonces San Martín ya estaba en Cuyo. Es que uno de los actos trascendentales de esa Asamblea fue la de haber creado la gobernación de Cuyo atendiendo a las solicitudes de San Martín, decidido a cumplir con su destino histórico.
Alvear durará tres meses en el poder. Su gestión será lamentable desde todo punto de vista. A las derrotas políticas se sumará, como telón final, la rebelión del Ejército del Norte y su renuencia sin pena ni gloria luego de haber intentado gestionar la sumisión a Inglaterra. Para esa fecha se disolvió de hecho la Asamblea del año XIII, aunque en realidad ya hacía más de un año que era un espantajo.