Preludio de tango
Preludio de tango
Las veredas de Rodolfo Mederos

Manuel Adet
Lo conocí en Santa Fe, hará unos veinticinco años. Fue con motivo de un festival de cine organizado en nuestra ciudad. Recuerdo que se presentaba entonces la película “Las veredas de Saturno”, dirigida por Hugo Santiago con guión de Juan José Saer y Jorge Semprún. Mederos era el protagonista central, un bandoneonista exiliado en París en tiempos de la dictadura militar que conversaba con Eduardo Arolas para asombro de su novia y amigos que sabían que el “Tigre del bandoneón” estaba muerto hacía más de cuarenta años.
En un bar cerca del cine de Luz y Fuerza intercambiamos algunas palabras. Me impresionó como un tipo que respiraba tango por los cuatro costados, algo sorprendente porque se trataba de un músico de vanguardia, alguien que a mediados de los años sesenta había escandalizado a los viejos tangueros constituyendo un grupo musical conocido con el nombre de “Generación cero”, un grupo que pretendía fusionar el rock, el jazz y el tango, un experimento controvertido pero muy interesante, sobre todo por la calidad de los músicos.
Rodolfo Mederos siempre pareció estar empeñado en demostrar que estaba más allá del tango y en más de una ocasión admitió que el género como tal estaba agotado, por lo que su reconstrucción era muy difícil, por no decir imposible. Sin embargo, en otras entrevistas no dejaba de afirmar su identidad tanguera. Digamos, entonces, que el hombre desde muy joven se dedicó a asustar a los tangueros, aunque con los años devino en un tanguero casi clásico, en alguien que nunca dejó de reconocer con orgullo que sus grandes maestros fueron Pugliese, Piazzolla y Rovira.
Los experimentos musicales de Mederos, sus afanes vanguardistas, dan cuenta de un esfuerzo artístico singular por tratar de abrir nuevos horizontes para el tango o, para ser más preciso, la música ciudadana, porque según su punto de vista, el tango debía dejar de ser una realidad localista para transformarse en la música de las grandes ciudades, de las grandes ciudades del mundo, se entiende.
Mederos nació en el barrio porteño de Constitución el 25 de marzo de 1940. Según sus propias declaraciones, su contacto con el bandoneón se dio a los cinco años, en la casa de un vecino que una tarde convocó a la gente de la cuadra para inaugurar la nueva habitación que había construido. Según Mederos, lo primero que vio apoyado sobre una silla fue algo así como una caja negra que el dueño de casa tomó con mucha suavidad. “Fue una revelación”, contó años más tarde.
Mederos nació en Buenos Aires, pero su infancia y adolescencia transcurrieron en Entre Ríos, mientras que los estudios universitarios los hizo en Córdoba. Allí dio sus primeros pasos como músico y comenzó a hacerse conocer en los programas radiales de la ciudad, cuna de ese otro gran bandoneonista que fue Ciriaco Ortiz. Para esos años se inició con sus afanes vanguardistas y fundó el “Octeto Guardia Nueva”, que algunas virtudes debe de haber tenido para despertar la curiosidad de Astor Piazzolla.
Después de un paso fugaz por Buenos Aires, se largó a recorrer el mundo y vivió unos meses en París y en Cuba. Dos años después regresó a la Argentina y el maestro Osvaldo Pugliese lo convocó en 1969 para sumarse a su orquesta, porque algunos de sus principales músicos habían decidido tomar vuelo propio y constituir el Sexteto Tango. En esa temporada con Pugliese, Mederos integró la línea de bandoneones con Arturo Penón, Daniel Minelli y Juan José Mosalini.
En 1976 el hombre se considera con capacidad para volar con sus propias alas y funda “Generación cero”. El grupo contó con diversos músicos, pero una de las formaciones clásicas fue la que estuvo integrada por Mederos en el fueye, Tomás Gusbitsch en guitarra, Gustavo Fedel en teclado, Eduardo Criscuolo en bajo y Rodolfo Messina en batería. También pasaron por allí Oscar Glavic, Francisco Arregui, el baterista Gabriel Calderero, la guitarra eléctrica de Claudio Ragazzi, Arturo Schneider en vientos, el bajista Ricardo Salas y la batería de José Pocho Lapouble. El grupo se disolvió en 1978.
Con estos antecedentes a cuestas y su singular talento, Mederos sale a conquistar Europa. Sus performances fueron tan comentadas como reconocidas por las nuevas generaciones. Para esos años, se dio el lujo de participar con Daniel Baremboim en la placa “Mi Buenos Aires querido”. No concluyen allí sus audacias. También se entrevera con Mercedes Sosa, Alberto Spinetta y Joan Manel Serrat y el cantor flamenco Miguel Poveda. Algunos de sus discos sorprenden por el título, como por ejemplo, “El día que Maradona conoció a Gardel”, “Buenas noches Paula” o “Fuera de broma”, el gran hallazgo de “Generación Cero”, grabado en 1976 con temas como “Paula viene”, “Al diablo con el diablo”, “Homo sapiens” o “Conspiración”.
Lo suyo fue y será el tango por supuesto, y del bueno. Lo que ocurre es que el tango de Mederos posee sus propias claves estéticas. Lo dice expresamente. “En algún punto el arte debe irritar y provocar sospechas, porque el arte es auténtico cuando no es complaciente”. Sus aspiraciones vanguardistas no significan la aceptación a libro cerrado de todas las novedades. Cuando aparece el llamado tango electrónico, no vacila en calificarlo como la “macdonalización del tango”. Advierte entonces sobre el peligro de las modas, porque “lo que está de moda después se pone en liquidación”. Asimismo, su devoción por Piazzolla no le impide declarar que “hay una suerte de piazzollización que es asfixiante... las piezas de Piazzolla son una luz, pero pueden llegar a enceguecer”.
A pesar de las incomprensiones y los extrañamientos del caso, las puertas del tango se le abren generosamente, y de la mano de los mejores. Eduardo Rovira, por ejemplo, lo presenta en “Tango 66”. En 1999 forma su propio quinteto en donde se destacan el pianista Hernán Posetti, el violinista Daniel Volotín, la guitarra de Armando de la Vega y el contrabajo de Sergio Rivas. De esa época pertenece el disco “Eterno Buenos Aires”.
Con los años, a Mederos le ocurre algo que distingue a los hombres de talento: se vuelven sabios y clásicos. En el 2010 presenta una orquesta típica en la que se destacan en la línea de bandoneones Javier Sánchez, Rodolfo Rovallos y Fernando Taborda; en los violines están Luis Sava, Eleanora Votti, María Cecilia García y Nicolás Tabbush; Rubén Jurado en viola, Fernando Diéguez en violonchello, Armando de la Vega en guitarra, Ariel Azcárate en piano y Sergio Rivas en contrabajo. Los cantores son para tener en cuenta: Ariel Ardit y Lidia Borda.
Mederos corona su carrera en línea con sus maestros, es decir en el Teatro Colón. Lo hace el 13 de septiembre del 2006 acompañado del Cuarteto Gianneo. En síntesis, estamos ante uno de los grandes maestros del fueye, un músico innovador, audaz y exigente, como lo confirman, entre otros, sus alumnos de la cátedra “Elementos técnicos del lenguaje del tango”, de la Escuela de Música Popular de Avellaneda. ¿Pero lo suyo es o no es tango?, insisten los veteranos de la guardia vieja. La pregunta ha perdido actualidad, entre otras cosas porque está mal formulada. Que a nadie le quepan dudas, lo de Mederos es tango y del mejor, lo cual no significa a que a todos les deba gustar o que la suya sea la única respuesta posible a los desafíos musicales del siglo XXI.
Por lo pronto, él defiende su identidad con palabras muy claras. “El tango es una filosofía, una manera de ser en la vida. Hay una tanguidad que tiene que ver con una concepción del mundo que es altamente profunda. Eso también tiene el tango: hoy vas a entrar en mi pasado. Son tres tiempos. Y con eso ya te dije bastante”.