A medio siglo de la muerte de Juan Gálvez

Cuando el pueblo lloró

Cuando el pueblo lloró

En Buenos Aires. Arribando al final de un Gran Premio, la silueta del Ford Nº 5 de Juan Gálvez llegaba a la meta (imagen de la izquierda). Nótese la multitud de público que por aquella época seguía el automovilismo deportivo. Foto: Archivo El Litoral

Este porteño por excelencia fue el más importante protagonista del automovilismo autóctono de los años ‘50. Con sus 9 títulos, aún hoy es el máximo campeón del Turismo Carretera.

Daniel Monticelli

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En la Argentina no hay un lugar donde se hable de automovilismo que por cualquier circunstancia no aparezca el inconfundible sello de Juan Gálvez. Es que este porteño de pura cepa (nació en el barrio de Caballito el 12 de febrero de 1916), supo -junto a sus hermanos Oscar y Roberto- ganarse el respeto de todos.

No sólo porque fue el mejor exponente del Turismo Carretera de la década del ‘50 y en los inicios de los ‘60, donde logró casi todo lo que había en juego, sino que además su don de gentes, rectitud (y pulcritud), distinguieron la vida de este piloto que dejó hasta su vida por una pasión: los autos y las carreras.

Y esa entrega total por el automovilismo, lo llevó a la muerte. Es que un 3 de marzo de 1963, en la ahora famosa “curva de los chilenos” cuando estaba en plena disputa la “Vuelta de Olavarría” de Turismo Carretera, su Ford Nº 5 derrapó a raíz del barro (por la lluvia caída la noche anterior), el auto dio cinco tumbos y “Juancito” salió despedido y falleció instantáneamente. En tanto su acompañante, Raúl Cottet, resultó ileso.

Hace algunos años, tuve el placer de hablar con uno de sus hijos, Ricardo (el menor de dos, el otro lleva el nombre de su padre y está radicado en Estados Unidos). “Tengo muchísimos recuerdos. A pesar de que no compartíamos demasiado tiempo con él porque vivía para el automovilismo y las carreras. Eso le llevaba mucho tiempo. Él vivía exclusivamente para el auto de carreras. No te olvides de que se hacía todo; pasando por el motor, era chapista, tester, mecánico, piloto... se hacía todo ¿y sabés qué?: su taller era mi casa. Muy poca gente colaboraba por ese entonces. Juan -habla como si se tratase de un ídolo y no su progenitor- probaba mucho. Estaba siempre muy pendiente de cómo andaba el auto y viajaba mucho. El preparar y correr los Grandes Premios en ruta le demandaba días y días. Por ahí estaba un mes entero fuera de casa, recorriendo kilómetros y kilómetros. Eso sí, el rato que tenía disponible jugaba con nosotros y después en las vacaciones, ni hablar... Lo teníamos todo para nosotros. Esos son recuerdos muy lindos, sin dudas”, contaba con un dejo de tristeza.

Se puede decir que Ricardo es contemporáneo de quien escribe y nunca lo vimos correr. Pero la verdad es que consultando con colegas que siguieron su campaña como Juan Carlos Fornés, Alfredo Parga, Miguel Ángel Merlo, “Cacho” González Rouco, Carlos Legnani, entre tantos, la mayoría coincidía en que Juan Gálvez era un “extraclase”, “un adelantado para la época”.

Mientras muchos de sus pares aprovechaban los finales de etapas en innumerables ciudades y pueblos que recorrían para descansar o divertirse, Gálvez prefería repasar hasta el último detalle de su máquina, su querido Ford. Por supuesto que por más que el cansancio atravesara su cuerpo, su espíritu de lucha, de grandeza, se imponían. Con su impecable mameluco blanco, tenía un solo secreto profesional: trabajar y trabajar.

Juan Gálvez y sus hermanos (Oscar y Roberto), junto a Dante y Torcuato Emiliozzi, entre tantos, fueron los formadores de aquella rivalidad o dicotomía entre los hinchas de Ford y los de Chevrolet, que aún hoy perdura -y al que el argentino es tan proclive y que toma como una impronta. Pero Juan contaba siempre con lo último en cuanto a técnica. Sus ocasionales adversarios no sabían de qué forma Gálvez obtenía mayor potencia en sus motores; el porqué de sus autos tenían ese comportamiento general, tanto en el rectilíneo como en las curvas; además era un gran estratega y muy veloz tanto en piso seco como con lluvia.

Hay un sinfín de anécdotas en tantos libros que recuerdan aquella época del automovilismo, que sería imposible enumerarlas a todas. Pero de pronto aparece una que pinta el lugar y el momento que cada competidor o su “peña” (ahora equipo), vivía por ese entonces. Sentían la supremacía de “Juancito” como algo casi imposible de igualar; buscaban hasta el mínimo detalle para ver dónde estaba la diferencia. El porqué les ganaba de la forma en que lo hacía. En algún texto que he leído sobresalía una que la evocamos: “En uno de los Grandes Premios que corrió, era un lugar donde estaba autorizado para reaprovisionarse o reparar las máquinas, ‘venía Juan con una tapa de cilindros, la cual en su parte superior la traía tapada por un trapo (para que no le entrara tierra)... Un mecánico de otro piloto se tiró a su paso, haciéndose el desmayado... Nada que ver, lo hizo para ver si podía presenciar cuál era el secreto que guardaba Gálvez en aquellas famosas tapas de cilindros...”.

Hoy son todos recuerdos que fluyen y que inmortalizan al mejor piloto y sus grandes proezas. Juan Gálvez es, fue y será, una extraordinaria figura del deporte motor argentino. Aquel 3 de marzo y a medida que la gente se enteraba vía radial del fatal desenlace, un manto de tristeza envolvía a todo un pueblo.


Eran las 12:38...

3 de marzo de 1963, primera fecha del Turismo Carretera, la denominación de la competencia era X Vuelta de Olavarría. A las 12.38 en el tristemente célebre “camino de los chilenos”, un accidente de consecuencias evitables arrebataba la vida de Juan Gálvez, el más grande de la historia de Turismo de Carretera, que fallecía a los 47 años recién cumplidos.

El Ford patinaba en el barro, se iba del camino y luego de cinco tumbos, el cuerpo de Gálvez salía despedido del habitáculo, mientras su acompañante Raúl Cottet, quedaba ileso. De ese modo, en esa “S” traicionera y cuando era acosado por los locales Dante y Torcuato Emiliozzi, “Juancito” perdía la vida cuando era el puntero de la carrera.

Su hermano Oscar le había recomendado que no corriera en Olavarría, porque “los Gringos te van a ganar”, pero arriesgado como siempre, el nueve veces campeón de TC decidió todo lo contrario.

Analítico y minucioso. Fueron famosas sus improvisaciones, reparaciones en ruta o reemplazo de partes del motor en tiempos récords, que sus conocimientos, planificación e ingenio le permitían. Pero Juan nunca quiso usar cinturón de seguridad. Esto se debía a que antes de que este elemento de seguridad se ofreciera en el mercado, unos principiantes enterados por las revistas de su uso en el extranjero improvisaron algunos, con tanta mala suerte que al producirse un accidente e incendiarse su auto, no fue posible desabrocharlos por la precariedad de su construcción. Entonces “Juancito” se impresionó y nunca aceptó usarlos.

56

Victorias en TC

Juan Gálvez obtuvo 56 triunfos dentro del Turismo Carretera. La primera fue el 20 de febrero de 1949 (tenía 33 años) en la Vuelta de Santa Fe. La última: 17 de junio de 1962, en la IV Vuelta de Laboulaye.

Cuando el pueblo lloró

En síntesis

Gálvez debutó en 1941 (1.000 Millas con un Ford, fue 2º). Su primer triunfo lo consiguió el 20 de febrero de 1949, año que obtuvo su primer título de campeón. Después se adjudicó los certámenes de TC en 1950, 1951, 1952, 1955, 1956, 1957, 1958 y 1960, que lo convirtieron en el piloto con más títulos dentro del TC (9). Falleció el 3 de marzo de 1963.

/// LO IMPORTANTE

Placa recordatoria

La Agrupación Nacional Amigos de los Gálvez realizó esta mañana un homenaje al múltiple campeón del TC. En la casa donde “Juancito” vivió los últimos 15 años de su vida (Avellaneda 1841 de Capital Federal), se colocó una

placa recordatoria. Además de familiares, amigos e invitados especiales, también estuvieron presentes representantes de la ACTC, recordando al piloto y socio-fundador del ente que rige los destinos del Turismo Carretera.

/// EL DATO