En Familia

La devaluación generalizada

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Rubén Panotto (*)

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Cuando hablamos de devaluación, comúnmente nos referimos a la pérdida del valor de la moneda, sobre todo cuando sus efectos alcanzan visiblemente a nuestra economía familiar y estándar de vida. Al pasar los años, han sido tantas las veces que hemos sufrido devaluaciones, que nos hemos ejercitado para volver a empezar, aun ante la incertidumbre y el tembladeral que producen tales destructivas decisiones. Así, nos vamos acomodando en la lucha, con la esperanza de que sea la última, y la sensación de haber superado una vez más sus siniestras consecuencias.

Devaluar es una operación financiera o cualitativa, que consiste en disminuir el valor del signo monetario de un país o de otro elemento con un valor acordado, para depreciarlo.

La devaluación monetaria ha sido siempre el talón de Aquiles de las políticas económicas de las naciones y, en muchos casos, un flagelo que terminó perjudicando a muchas de ellas.

De lo que no se habla, no obstante su nefasta vigencia, es de la devaluación de los valores éticos y morales. Se denuncia la corrupción, el enriquecimiento ilícito y el prevaricato, sin embargo no se escuchan las severas voces de referentes sociales, políticos, religiosos, etc., denunciando la infamia y la injuria que nos involucran a todos. ¿Por qué este silencio, cuando todos conocemos la historia universal de diferentes culturas y edades, de pueblos y naciones que han dejado evidencias de crecimientos humanos estupendos, viviendo al amparo de valores éticos y morales en verdad y justicia? Pareciera que la posmodernidad y la propuesta de una cultura progre y hedonista han diluido la resistencia de brechas generacionales, que han sido avasalladas por el irrespeto y la descalificación.

Ejemplos tenemos

La semana pasada, el Congreso de la Nación trató temas álgidos que exigían un estado de certeza y convicción cívica superior, en lo personal y grupal. Millones de niños, niñas y adolescentes vieron y escucharon a algunos diputados de la Nación agraviarse de manera vulgar y repudiable. Una conocida diputada declaró que “... en el contexto de las discusiones, ser bueno y educado no sirve para nada”, para agregar en otro momento que en su ámbito “el fin justifica los medios”. ¡Cuánto delirio, cuánta vergüenza provoca esto!

Desde esta columna clamamos a nuestros conciudadanos que no naturalicemos la violencia verbal, que rechacemos la vulgaridad y restablezcamos las consignas devaluadas de la dignidad y el honor personal. No está de más recordar frases del Cambalache, de Discépolo: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador. Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor...”.

Cuando consensuamos que la salida primordial está en dar educación de calidad a las nuevas generaciones, surgen graves impedimentos que echan por tierra el deseo y el ideal de millones de padres y docentes: la falta de presupuesto, las huelgas, más feriados sacados de la galera, menos capacitación docente, padres estresados, adultos borrados y, como consecuencia de todo, niños y jóvenes sin incentivo ni entusiasmo para crecer en el ser.

Acciones posibles y recomendables

Muchas personas que desean contribuir al mejoramiento de las relaciones sociales y convivencia pacífica se preguntan ¿qué puedo hacer? Es lamentable admitir que salir de la “devaluación generalizada” no es fácil ni inmediato, pero es posible. Desde las redes sociales y algunos organismos del Estado se están organizando campañas a las cuales podemos adherir y ofrecer nuestro granito de arena, como por ejemplo: intermediar en las campañas de vacunación; ayudar en sectores de la ciudad donde existen niños y personas sin documento personal; apoyar jornadas de capacitación para padres y adultos; colaborar en el Programa Vuelvo a Estudiar para adolescentes y jóvenes, que por razones diversas abandonaron sus estudios secundarios, etc., etc.

El contexto social y familiar no es el mejor, y parece que muchos se ocupan de empeorarlo. No obstante, si atendemos al consejo bíblico, habrá buenos y seguros resultados: “Ama a tu prójimo como a vos mismo”, “Honra a tus padres para que te vaya bien y se alarguen tus días sobre la tierra”

(*) Orientador Familiar