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La música de Juan Carlos Paz

De la redacción de El Litoral

Juan Carlos Paz (1897- 1972) fue el compositor renovador más emblemático y prestigioso de la música vanguardista argentina, junto a Ginastera y otros pocos, pero destacándose de ellos por una conducta intransigente y sin concesiones que le deparó no pocas incomprensiones y rechazos..

Omar Corrado, graduado en la UNL y doctorado en Francia, presenta en Vanguardias al sur, subtitulado La música de Juan Carlos Paz, libro editado por la Universidad de Quilmes, un consistente ensayo , acompañado de un apéndice con documentaciones sobre las grabaciones, escritos y catálogos de obras de este singular compositor.

Aun cuando Paz otorgaba una importancia decisiva “a la organización estricta de la forma”, rechazando toda concesión descriptiva o “extramusical” y otorgando una importancia prioritaria a la estructura, Corrado señala el carácter proteico de la obra del maestro, y cita un texto en el que Paz avala el cultivo artístico de lo politécnico en el siglo XX: “De esa manera Stravinsky, Picasso, Ernst Krének, Alois Haba, Serge Einsenstein, Charles Ives, Eugene O’Neill, han demostrado que la multiplicidad y hasta la simultaneidad en el empleo de técnicas adoptadas, además de aumentar la proyección de las posibilidades de realización, revela insospechados aspectos de una personalidad artística, fragmentándola en diversas y sucesivas facetas...”.

Corrado acentúa también la actitud vanguardista de Paz, que “prevaleció en la acción pública rupturista, corrosiva, iconoclasta, en contraste con la actitud extremadamente reflexiva y progresiva que aparece en el proceso compositivo, en el cual cada nuevo elemento, identificado, ensayado y adoptado a través de la lectura de y sobre la música más reciente, se incorpora con anclajes profundos en la experiencia previa y con notable continuidad, pese a la realidad sonora tan disímil de las obras de diferentes períodos”.

Una vanguardia que se reconoce internacionalista, urdida “ideológicamente en las canteras del individualismo libertario, frente al canon académico y nacionalista”. Daniel Devoto escribía a propósito a mediados del siglo XX: “El disparate fundamental no está en querer hacer una música nativa sino en proponerse hacer algo americanizante a la fuerza [...] en querer ser algo determinado, cueste lo que costare, con gozosa mutilación gobernada, en vez de ser sencillamente lo que somos, una vez liberados de las imposiciones de un oficio limitado, anteojeras que nos cierran a todo lo que no sea quichua o querandí [...] ¿Hay algo más nuestro, más argentino que el sol de mayo que florece en la pintura de Pettoruti? Y por encima del milongueo que se pudre en nuestro desamparado panteón musical, nada conozco yo más limpiamente nuestro que el recato, la dignidad perfecta, la redonda nobleza de una partitura de Juan Carlos Paz”.

Es de recordar que Paz tuvo también una significativa importancia en el marco de la renovación cinematográfica del posperonismo. Aparte de trabajar con otros directores, colaboró con Leopoldo Torre Nilsson en cuatro de sus películas principales -lo que es lo mismo que decir en cuatro filmes ineludibles de nuestro cine: La casa del ángel (1957), El secuestrador (1958), La caída (1959) y Fin de fiesta (1960). A propósito señala Corrado: “Para la composición, el músico apela al bagaje técnico acumulado, del que retoma alternativamente procedimientos, rasgos, gestos puestos de práctica a través de las sucesivas etapas. La música adopta así, en algunos casos, disposiciones derivadas de la experiencia neoclásica y atemática de la década de 1930 y principios de 1940, lo que, visto retrospectivamente aparece como un nexo entres éstas y un sector de las obras compuestas después de 1960. En otros casos, mayoritarios, la música se apoya en una atanoalidad que remite al dodecafonismo armónico de mediados de la década de 1930 para la expresión del conflicto dramático, con lo que obtiene momentos de saturación emocional, de alucinada tensión”. Este uso cinematográfico de la música desconcertó incluso a los críticos extranjeros.

Los cambios y derivaciones en el camino composicional de Paz son vistos, justamente, por Corrado, como una expresión de libertad, una libertad que sólo puede permitirse un artista fuera de los estrictos circuitos comerciales internacionales. Algo similar a la libertad que tuvieron, por ejemplo, los dos mayores exponentes literarios del posmodernismo literario: Vladimir Nabokov y Jorge Luis Borges. “El incesante nomadismo técnico de Paz puede explicarse, en parte, porque no tuvo que cargar con las determinaciones socioculturales en cuyo interior debieron fraguar trabajosamente las nuevas formas los inventores de los lenguajes contemporáneos luego internacionalizados. El distanciamiento que este proceso implica jerarquizar de manera notoria el papel de la técnica como mediación: nada está dado de antemano; no hay ninguna tradición que naturalice el lenguaje. En este sentido, el posicionamiento de Paz se corresponde con el de los músicos que también construyeron sus dispositivos de las periferias, las migraciones, los exilios: Varése y Stravinsky, por extraña que aparezca esta conjunción, y a pesar de las consecuencias disímiles de sus respuestas y resultados”.

La música de Juan Carlos Paz

Juan Carlos Paz. Foto: Archivo El Litoral