EDITORIAL

Masiva conversión del kirchnerismo

En los últimos años, el gobierno le había denegado al cardenal Jorge Bergoglio catorce pedidos de audiencia con la presidente. Pocos días antes de su elección papal, la catedral de Buenos Aires, su sede pastoral y lugar de residencia había sido tomada por militantes kirchneristas. Años atrás, Hebe de Bonafini había defecado en la zona del altar mayor arguyendo una urgencia estomacal con la que pretendió envolver su mensaje escatológico contra la jerarquía eclesial. Pocas horas después de la elección pontificia, la fuerza de tareas periodísticas de “6,7,8” disparó contra la figura de Francisco proyectiles mediáticos cargados con un veneno inútil pero revelador. Al mismo tiempo, uno de los rostros del odio en la Argentina -Luis D’Elía- azotaba a la persona del Papa desde su cuenta de Twiter. La parálisis de los medios oficiales y oficialistas ante la decisión del Cónclave expresó en términos de comunicación más que mil palabras. La dura gestualidad y el enredado discurso de Cristina Fernández de Kirchner en el predio simbólico de Tecnópolis dijeron otro tanto, mientras los silbidos de los militantes de La Cámpora desnudaban el sentimiento del sector, tanto como la renuencia a un homenaje por parte de la bancada oficialista en la Cámara de Diputados, que al momento de la noticia se encontraba en sesión.

Podrían sumarse datos y más datos -como la irónica tapa de Página 12 al día siguiente y las furibundas columnas de Horacio Verbistski, convertido en un Torquemada del sigflo XXI; o el análisis denostador de Horacio González en la Biblioteca Nacional ante integrantes de Carta Abierta-, pero para qué seguir. La entera Argentina fue testigo de las primeras, viscerales y reveladoras reacciones de diversos sectores kirchneristas frente a la designación de quien se sienta ahora en la silla petrina con el nombre de Francisco. Esa tormenta interior en la que se mezclaron sentimientos negativos e ideología militante fue tan natural y espontánea que radiografió la intimidad de vastos sectores del oficialismo. Poco importa que después de mensurar la dimensión mundial del acontecimiento se multiplicaran los recolectores de barriletes tratando de revertir la fogosa y auténtica expresión primera.

Todos pusieron la marcha atrás, aunque con distintas velocidades, con el propósito de desandar manifestaciones que se volvían contra ellos como bumeranes. A D’Elía no le alcanzaban los dedos para modificar en un crescendo irrefrenable de “tuits” sus primeras y brutales expresiones. Y Hebe de Bonafini descubría en un santiamén el sostenido y comprometido trabajo de Bergoglio con los pobres que habitan las orillas de nuestra sociedad. Es que el mensaje venía de arriba. El encuentro emocionado de Cristina Kirchner con Francisco en el Vaticano; el gesto fraternal del nuevo Papa, que recibía con especial distinción a quien lo había negado catorce veces; las primeras prédicas del pontífice que enfatizaban los valores de la hermandad, la bondad, la humildad, el diálogo, la tolerancia, la compasividad, como herramientas de construcción de un sociedad más equilibrada, más espiritual, más armónica y más genuina, dieron vuelta la taba de la bronca inicial. José Pablo Feinmann sintetizó el desafío político en el nuevo escenario: comienza el combate por la “apropiación” de Francisco, presunta carta de triunfo en la guerra contra todo lo diferente que el oficialismo impulsa todos los días en nombre de la paz.