En Polonia

Memorias de viajes

Domingo Sahda

Cestochowa me recibió con cielos transparentes anunciando la primavera, pintando de verde brillante los campos planos tachonados por aldeas de rojos perfiles que el veloz tren atravesaba con rumbo al sur de Polonia.

El monasterio de Jasna Gora (montaña clara), imponente, se iba recortando en el horizonte mientras el tren aminoraba su carrera. Quería conocer ese lugar, incluido en mi proyecto por la enorme significación religiosa del lugar para los fieles cristianos, y para eso preciso la actitud de los nativos frente a lo sagrado. Dos empinadas torres suponían metafóricos dedos que orientaban la mirada hacia lo alto, hacia el cielo cristiano, lugar de destino final de la vida. Muchos peregrinos, en grupos grandes o reducidos, de diversas procedencias delatadas por el sonido de sus diálogos, algunos por su indumentaria, caminaban lentamente subiendo la leve colina en cuya cima resplandecía el monasterio que alberga la consagrada imagen de la Virgen María con el Niño en brazos, la denominada “Virgen Negra” así llamada por la característica cromática de la pintura plana, de rítmicos giros plásticos y de evidente procedencia estilística bizantina. Ninguna ilusión de volumen en la misma, nada de sombras o luces. Es, sin dudas, una imagen cristiana típica del cristianismo oriental, diversa de las imágenes de la Europa Renacentista.

En el trayecto, me acompañaba el rumor de plegarias y de procesiones que seguían el “Camino de la Pasión”.

El Monasterio no es sólo lugar de culto sino que dentro de sus límites, en excelente estado, alberga salones en los cuales se exhiben colecciones diversas —sean del período gótico o renacentista de materiales impresos, libros, instrumentos musicales antiguos, mobiliario. Dentro del límite del monasterio, en la nave central que resplandecía con la iluminación de lámparas votivas, la dorada luz de las velas refractaba en ojivas, cristales y paños. Las misas se sucedían a ritmo regular.

Miré todo con suma atención, desde la actitud del respeto absoluto que me acompaña cada vez que he visitado templos de distintos cultos en diferentes lugares. Siento profundamente que el re-ligamiento que supone la fe tiene diversos modos de manifestarse. Me he quitado el calzado y lavado mis pies tanto en la Mezquita Azul de Estambul como en Damasco. Me he puesto la Kipá en la Sinagoga de Florencia o en Jerusalén; he recorrido el interior de los Templos Budistas en Varanasi (la antigua Benares) y presenciado los rituales de los fieles en las riberas del río Ganges (India). Siento y pienso que los caminos de la fe y la conciencia de Dios tienen caminos inescrutables, todos valiosos.

Desde un rincón de la nave central del templo de la Virgen Negra recorrí con la mirada las labores humanas, cristalizadas en obras que enjoyaban el interior. La profusión de figuras de variados tamaños, material, época y resolución diversa, reverberaban con sus luces otorgando densidad, cuerpo y sombras a las numerosas imágenes adosadas a las paredes, suspendidas de los techos, ascendiendo por las balaustradas de los púlpitos.

Recorrí el parque circundante, prolijamente diseñado y mantenido, que oficiaba de plataforma a ese impresionante monumento a la fe.

Cestochowa, ciudad relativamente pequeña tiene como eje central de organización urbana una calle-avenida que conecta directamente el centro político, el Ratusz, con el parque del monasterio. El diseño racionalista concretado a partir de la dominación soviética al finalizar la segunda guerra mundial intentaba contrabalancear el subjetivo peso religioso de la fe polaca. Caminando por esa avenida llegué hasta la estación de ferrocarril para verificar horarios cuando me topé, imprevistamente, con un breve recorrido de vías de ferrocarril muertas. A un costado, un enmohecido vagón de tren, de madera, con hierros oxidados. A su lado, un muro de ladrillos con una enorme rajadura vertical, una escritura en hebreo y la estrella.

Debajo, traducido al inglés se informaba que desde ese apeadero embarcaban a los judíos con rumbo final a Swiecznik (Auschwitz). Una construcción en madera, a modo de estación, de madera carcomida, unos árabes, un cerco perimetral a modo de custodia del horror eran mudo testimonio de eso.

El tañer de las campanas de una iglesia relativamente cercana llamando para el Ángelus me indicaban que era hora del regreso al hotel. Tomé fotos, notas, conversé un poco con un matrimonio de jóvenes acerca del lugar. Volví sobre mis pasos.

Al día siguiente, el tren me trasladaría hacia mi próximo destino: Katowice. Pero eso, es otra historia.

La nota

Memorial levantado en el sitio junto a las vías terminales, desde donde los prisioneros judíos eran remitidos a Auschwitz. Foto: Domingo Sahda