SEÑAL DE AJUSTE

La historia como thriller y dolor de muelas

La historia como thriller y dolor de muelas

“Donde el sufrimiento se hace carne” fue el último capítulo de “Historia clínica”, dedicado a los sinsabores de la vida de Discepolín. Se emitió el sábado pasado en Telefé. Foto: Gentileza Telefé

 

Roberto Maurer

En el nuevo mundo de las miniseries nacionales realizadas con recursos públicos, la historia argentina ha inspirado “Historia clínica” y “Las huellas del secretario”, en las cuales la atención se desplaza de la medicina al thriller.

Un dolor de estómago es importante para quien lo sufre pero al resto del mundo le resulta indiferente. No es lo mismo si lo experimenta San Martín: los grandes hombres ingresan a la leyenda, y sus enfermedades también. Esta idea inspiró “Historia clínica”, un ciclo de 13 episodios que emitió Telefé cumpliendo con sus compromisos con el gobierno, ya que la emisora necesita mantener la corriente de simpatía que la une al oficialismo en tanto su condición de empresa extranjera la convierte en un blanco de la ley de medios de la cual viene zafando.

La base del ciclo fue un libro donde el doctor Daniel López Rosetti estudia las dolencias de grandes personajes de la historia y la cultura, cómo evolucionaron, y su influencia en la vida y el quehacer que los colocó en un pedestal. Un enfoque original y curioso que conlleva el riesgo de situar a un estornudo en un plano superior a la coyuntura histórica, es decir, que la evolución de un resfrío se destaque más que el cruce de los Andes.

¿Qué pasa, doctor?

En cada capítulo se eligieron momentos de la vida del personaje en los cuales sus patologías atravesaban una fase aguda y competían con sus hazañas como artistas o próceres. Esas reconstrucciones se alternaron con pasajes testimoniales, las reuniones del equipo de filmación en las cuales actores, productores y técnicos se asesoraban con el médico López Rosetti y Felipe Pigna, un popular divulgador vinculado con el negocio de la historia.

El médico y el historiador estuvieron para ilustrar a los actores y de paso al público acerca del personaje, su estado de salud y la coyuntura, lo que obligó a que los actores fueran colocados en la situación de hacer preguntas estúpidas a fin de obtener las respuestas didácticas que, sin duda, congeniaban con el espíritu del ciclo: transmitir al mismo tiempo nociones de historia y medicina.

Así, se mezclaron Belgrano, Perón y Evita, Discepolín, Sarmiento, el Che, Alfonsina Storni, San Martín y Tita Merello, o sea que se abarcó desde el asma al edema bimaleolar sin dejar de lado la calvicie y aspectos íntimos de los retratados, tales las tendencias mimosas del enamoradizo Belgrano y el enojo de Castelli con su hija por noviar con un petitero saavedrista.

Fueron personajes para recortar y pegar en el cuaderno, en un trabajo de cartulina, tijera y boligoma, en especial con los próceres: siempre hablaron desde un palco y fueron pomposos, aún en la intimidad y también cuando se quejaban del dolor de estómago, es decir, el asunto principal del ciclo. Sería injusto juzgar al elenco en tanto los actores -entre buenos y mediocres- fueron doblegados por libretos donde los diálogos transmitieron que nuestros grandes personajes, entre cuatro paredes, eran bastante pesados.

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“Las huellas del secretario” propone una intriga laberíntica a través de los tiempos. Foto: Gentileza Canal 7

De los manuales al suspenso

Los 13 capítulos de “Las huellas del secretario” están llegando o llegaron a su fin en Canal 7, ratificando una primera impresión: se trata del “Código Da Vinci” de la Historia Argentina, es decir que han sido moldeados según el mamarracho original de Dan Brown, con una intriga laberíntica a través de los tiempos -en este caso no más allá del siglo XIX, por motivos obvios-, un clima conspirativo, documentos ocultos, claves y símbolos, algunos curas y asociaciones secretas, en una investigación emprendida por una pareja intrépida, para el caso un profesor de Historia y una restauradora, más una estudiante de la secundaria.

Buscan el Plan Revolucionario de Operaciones en la versión original de Mariano Moreno, que Bartolomé Mitre habría hecho desaparecer y cuyo secretario Eduardo Madero ocultó. Esa misión de guardián se transmitió de una generación a otra de la familia Madero, y el documento va siendo rescatado página por página mientras una organización infiltrada en todas partes amenaza a los protagonistas con el propósito de que esos planes no conozcan la luz: es un proyecto fundacional que nos llegaría desde el fondo de la historia.

Sería “una revolución para toda América del Sur, algo que recién estamos empezando a hacer ahora”, dice la restauradora (1). “Estuvo dormido doscientos años y debe seguir así”, expresa por su parte el jefe de la misteriosa logia cuyos esbirros también matan, y que integran personas del gobierno, el sistema educativo y el clero. Hay agentes mitristas y revisionistas perseguidos, y frases como “nada más fuerte que una idea cuyo momento ha llegado” abundan en la entretenida miniserie y su trama llena de recovecos propios de la pesquisa, que, por ejemplo, conduce a los protagonistas a las viejas familias de los revolucionarios de mayo que se han visto obligadas a guardar los peligrosos secretos de sus antepasados.

Tironeos anacrónicos

Tanto ingenio argumental se sostiene en el pleito saldado hace décadas entre las interpretaciones liberales y revisionistas de la historia, y sigue la línea de un neo-revisionismo que actualmente es manipulado desde el poder para reemplazar una historia oficial por otra. El procedimiento consiste en buscar y encontrar linajes revolucionarios en el pasado, que luchan contra los réprobos como transfiguraciones de conflictos del presente que se proyectan retrospectivamente hacia cada momento de la historia, encadenados entre sí a través de reencarnaciones sucesivas. Para un thriller es óptimo, para la historiografía argentina, no tanto, ya que siempre ha tratado de establecerse como ciencia (2).

En el medio está Moreno, reivindicado por su republicanismo por el liberalismo de la línea Mayo-Caseros y el Partido Comunista Argentino tratando de forzar una revolución democrático burguesa, y a la vez rescatado por su entusiasmo revolucionario desde el revisionismo nacional populista y otra vez el Partido Comunista Argentino. Jacobino sin masas, en algún momento monárquico y amigo de los ingleses, Moreno solamente puede ser entendido en su contexto histórico complejo y específico, el lúcido intelectual de elite que representaba a una clase hacendados y comerciantes. Ahora, se lo apropió la tele, en esta miniserie bien confeccionada, donde el suspenso convive con algunos toques de comedia, aunque lo más fascinante es el lunar que Malena Solda lleva debajo de sus labios.

(1) Sin estas insinuaciones descaradamente gratas al poder no se lograrían subsidios para filmar miniseries.

(2) “Es sorprendente la facilidad y solidez con que las leyendas conquistan un lugar en la ciencia de la historia” (Trotsky).