KATOWICE

Memorias de viaje

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“Recorriendo con la mirada la carga simbólica de estas obras magníficas, volví a ratificar que cuando las obras están cargadas de sentida expresión y magnífica resolución, atraviesan las fronteras de los pueblos y los tiempos históricos”. Foto: Domingo Sahda

 

Domingo Sahda

Con rumbo al sur, el rítmico sonido del tren me llevaba hacia Katowice, mi próximo destino sólo planeado como breve estancia antes de continuar mi periplo, el que me llevaría a Cracovia, ciudad que me interesaba conocer por sí misma, y también como antesala al encuentro con Auschwitz-Birkenau.

Mediodía de martes. La ciudad, centro industrial de la región de Silesia, se extendía a los lados, y en breves paradas del tren, apenas segundos, descendía y ascendía gente en lo que supuse serían áreas laborales específicas. Nada sabía de Katowice. Alguien, amablemente, corrigió mi fonética al citar el lugar.

Apenas descender del tren comenzó a llover. Un helado viento arranchaba la lluvia de fría primavera. Prestamente desenfundé el paraguas que días antes, de manera precavida, había comprado en Wroclaw. Ahora lo estrenaba. Duró casi nada. Un golpe de viento quebró el frágil armazón. Su próximo destino sería el descarte.

Bajo la inclemente lluvia, que nunca se convirtió en algo parecido a nuestros aguaceros, me encaminé, luego de registrarme en el confortabilísimo hotel previsto, hacia el antiguo mercado central hoy convertido en zona peatonal. Mi mirada fue atrapada, mientras esperaba que la lluvia aminorara, por las vidrieras de las pastelerías que ofrecían, en exposición, obras de la artesanía culinaria dignas de admiración. El contraste entre formas, colores y texturas hacía de cada masa o torta una pieza de exhibición. Eso es maestría milenaria, no improvisación circunstancial, pensé. Evidentemente, la supervivencia y la competencia predeterminan el desarrollo de aptitudes que, de otro modo, apenas se manifestarían.

El mismo asunto lo volví a visualizar tanto en Cracovia como en Varsovia. Una maestría supongo que ancestral estaba a la vista. Aquí, como tantas otras veces, constaté lo que son las barreras idiomáticas. Felizmente, la gestualización salva muchos inconvenientes.

Tengo el registro del imponente homenaje de la nación polaca hacia sus héroes libertarios protagonistas de los tres alzamientos populares para desprenderse del yugo de potencias invasoras y dominantes. En Katowice, se visualiza en tres esculturas de gran dimensión, bronce y hierro, de concepción abstracto-expresivas. Recorriendo con la mirada la carga simbólica de estas obras magníficas, que inopinadamente llevaban mi imaginación a la forma de tres pájaros descabezados, volví a ratificar para mí mismo que cuando las obras de arte están cargadas de sentida expresión y magnífica resolución son intemporales, y atraviesan las fronteras de los pueblos y los tiempos históricos. Las recorrí entorno, las volví a mirar a la distancia. Recuerdan los alzamientos de 1920, 1921 y 1922. Testimonios del sufrido pueblo tantas veces atropellado.

Retorné al hotel, tomé nota de lo visto en ese lugar tan estimado por la ocupación soviética en razón de las riquezas minerales de la región. Me preparé para mi próximo destino, Cracovia. Pero eso es otra historia.