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“De la Tierra sin Mal al Paraíso”

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Jesuitas, maestros y alumnos en las misiones, de Florian Paucke.

En De la tierra sin mal al Paraíso, Lucía Gálvez cuenta la historia que sucede a fines del siglo XVI con la llegada de los jesuitas a las selvas de tierra roja que cruzan los ríos Paraná, Uruguay, Paraguay e Iguazú, y cuando comienzan su misión entre los descendientes de los Tupí y Guaraní. Esa historia en la que se encuentran y desencuentran la Prehistoria con la Historia, la Edad de Piedra con la Edad Moderna, el aborigen americano con el hombre occidental.

Los hijos de Ignacio de Loyola llegan “dispuestos a seguir el mandato evangélico ‘Id y bautizad a todas las naciones’, hasta sus últimas consecuencias, es decir, hasta el martirio si fuera preciso. Eran representantes de una orden nueva, aún pletórica de entusiasmo que habían grabado en ella su fundador y sus primeros seguidores. Tenían presente la carismática figura del navarro Francisco Javier, que acababa de morir en las costas del Japón. Venían de todos los rincones de Europa, reconocían la importancia del estudio y representaban una faceta del ‘espíritu moderno’: apertura hacia los otros, tolerancia, ansias de saber y conocer. Su empresa no era algo improvisado, llegaban munidos de dos armas indispensables para su combate espiritual: el conocimiento del idioma de aquellos que iban a encontrar y la disponibilidad y entrega a Dios, a sus superiores y a los hombres que pretendían ganar para su causa. Como los tupí-guaraníes, también los jesuitas vivían en constante peregrinaje hacia un Paraíso y, como ellos, toda su vida estaba orientada hacia el Más Allá”.

La Tierra sin Mal del título alude al lugar utópico que buscaban en su origen los tupí-guaraníes, y de su larga búsqueda provino que poblaran a través de siglos toda el área amazónica. “Enemistados entre ellos a causa de sus mujeres, se separaron conservando idioma y costumbres. Tupí, el mayor, quedó en la extensa región que va del Mato Grosso hasta el litoral atlántico cultivando la mandioca, en tanto Guaraní, cruzando el Paranapanema, proseguía hacia el sur y hacia el oeste, donde haría florecer las espigas del maíz. Y el Paraíso con que se cierra el título, desde luego remite a la salvación eterna. “Como los tupí-guaraníes, también los jesuitas vivían en constante peregrinaje hacia un Paraíso y, como ellos, toda su vida estaba orientada hacia el Más Allá”.

Con una escritura simple y amena Lucía Gálvez introduce primeramente el mundo tupí-guaraní y el mundo europeo a fines del siglo XVI; la vida de los aborígenes en vísperas de la conquista; la aparición de la Compañía de Jesús; los primeros contactos. Luego, a través de los testimonios jesuitas cuenta la llegada de los misioneros al Perú y al Paraguay, las primera reducciones del Paraná y del Uruguay, la evangelización del Guayrá, y las aventuras en los comienzos de la evangelización. A continuación describe el florecimiento y la ruina del Guayrá, el Tape y los itatines, los bandeirantes, la batalla de Mbororé (1628-1641) y la destrucción de las reducciones del Guayrá. Finalmente estudia la consolidación y crecimiento demográfico, y el progreso cultural y económico, que concluyen con la expulsión de los jesuitas.

A propósito de la expulsión recordemos que sorprende a las reducciones guaraníticas en pleno apogeo. Dos mil doscientos sesenta jesuitas había en ese momento en la América hispana, 77 de ellos en los pueblos de misiones. “En 1778, sólo diez años después de la expulsión, el virrey Vértiz se quejaba de los nuevos administradores de los pueblos de indios en una carta citada por Juan Agustín García en La ciudad indiana: ‘...lejos de conseguirse algunas ventajas de las que se discurrieron al principio, van cada día padeciendo más y más deterioro, en toda línea, así espiritual como temporal, aquellos pueblos regidos por unos administradores que no tratan más que de su propio negocio’. De cien mil almas que había en los treinta pueblos, diez años después quedaban 85.000. Y cuando Félix de Azara recorrió los pueblos, sólo quedaba en pie una tercera parte de los edificios, mientras los bienes comunes se habían agotado”. Publicó Aguilar.