The Cure en River Plate

Viernes enamorado: los chicos ya no lloran

Viernes enamorado:  los chicos ya no lloran

Ignacio Andrés Amarillo

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Ya es parte del mito que en la segunda de las originales presentaciones de The Cure en el estadio de Ferro se armó una de San Quintín cuando el público comenzó a prender fuego y arrojar los suplementos “Sí!” de Clarín que se regalaban en la puerta (sin connotaciones políticas, amigo lector) contra la seguridad, y cuando ésta los devolvía, algunos sumaron prendas de vestir a los diarios y así armaron fogatas junto a las que danzaron, lo que motivó que Robert Smith les llamase “indios”, con un panchero muerto de un ataque cardíaco. Siempre se dijo que al artista británico le causó tanta impresión el incidente que motivó una ausencia de 27 años, jalonada por amagues de llegada.

La cual se concretó el pasado viernes, un día para estar enamorado, como dice uno de los mayores hits de la banda en los ‘90. Y así fue que se pudo ver a un veterano de aquella jornada violenta de 1987, con su pelo parado como entonces, contándole esa anécdota a su hija adolescente, con la que compartió el show y el spray laca. De eso se vio mucho: con semejante espera, y semejante mito de la música, muchos padres fueron con sus hijos, con la curiosidad de que a veces era el mayor y otras el menor el que insistió para ir.

Y con semejante espera también, cómo no brindar un show largo, con todas las canciones que muchos soñaron durante años para poder saltar y disfrutar en vivo. Con tanto festival dando vueltas, ver y sentir atentamente un concierto de unas tres horas y cuarto y 40 temas (sí, leyó bien) hace que nadie pueda dejar de percibirlo como una noche única (aunque no faltó el que gritó: “¡tocá una más!”).

El sonido y las canciones

Con media hora de demora, como para que terminen de entrar los últimos rezagados (y la crew termine de ajustar detalles técnicos) salió a escena la formación actual de The Cure, delante de una pantalla gigante que reprodujo una estética ochentosa, desde animaciones vintage (incluyendo la araña de “Lullaby”) hasta el efecto de la reproducción al infinito de la banda filmada, bajo una iluminación que fue pasando de los azules y verdes tenues a la luz blanca, conforme fue avanzando el show y se arribó al final, con el correspondiente aumento de la intensidad en las canciones.

Así encarnó en nuevas y viejas caras el sonido clásico del grupo: apoyado en las bases de Jason Cooper en batería y el histórico Simon Gallup (impecable, delgado y juvenil con su perfecto jopo) en bajo, para que los teclados de Roger O’Donnell planeen por encima, desde pianos y sintetizadores antiguos. Y por supuesto las guitarras de Smith y Reeves Gabrels (compañero de andanzas de David Bowie): entre los riffs machacones y las melodías sutiles, siempre coreables, entre el sonido limpio y el noise británico del que The Cure es ancestro, entre la fuerza eléctrica y la intimidad acústica.

El hombre

Y por supuesto la voz: el sonido y el fraseo de Smith vertido en melodías históricas, algo que se mete por la oreja hasta que se vuelve obvio que el amor y el abandono deben cantarse así, con esas pausas y esas sílabas dilatadas. Allí está él, una imagen mítica del rock, con su pelo salvaje pero fijado, con sus ojos y sus labios pintados. Está más viejo, con patillas canas y más gordo (para humorada de sus propios fans), pero todavía puede conmover a sus cultores, aunque algunos se quejen de algún cambio introducido en alguna canción que por supuesto quiere escucharla como en el disco, o como siempre la soñó. Porque para eso fueron muchos de los presentes: para tener ahí cerca aquello que tantas veces soñaron, imaginaron, esperaron, una deuda pendiente.

Sobre el final, Smith (que casi no habló durante el concierto), y tras las dos salidas previstas (misma estructura que en los conciertos en Brasil, pero con diferente organización), lució cansado, física y vocalmente, tras la maratónica presentación. La luz blanca, como cuando llega la luz del nuevo día, mostró que el maquillaje comenzaba a correrse en el pálido rostro, que el pelo ensortijado empezaba a desordenarse. “See you again”, fue la frase final, camino de las bambalinas, dejando la esperanza de un reencuentro ya no tan lejano.

Aclaración

  • Debe consignarse que este cronista concurrió al concierto como particular y adquiriendo su correspondiente ticket. Esto debido a la costumbre usual de las productoras capitalinas de responderle a los medios del “interior” que “lamentablemente no podremos acreditarlo a X ya que la demanda de pases/entradas de prensa superó ampliamente la capacidad” y cosas por estilo.

De igual manera, se agradece a la empresa santafesina Grandes Eventos, dedicada al traslado a shows en diversos puntos del país, por facilitar el viaje hacia el concierto.

La voz de Robert Smith se mete por la oreja hasta que se vuelve obvio que el amor y el abandono deben cantarse así, con esas pausas y esas sílabas dilatadas. Foto: Télam

Setlist

  • 1. Plainsong, 2. Pictures of you, 3. Lullaby, 4. High, 5. The end of the world, 6. Lovesong, 7. Push, 8. In between days, 9. Just like heaven, 10. From the edge of the deep green sea, 11. Sleep when i’m dead, 12. Play for today, 13. A forest, 14. Primary, 15. Bananafishbones, 16. Charlotte sometimes, 17. The walk, 18. Mint car, 19. Friday i’m in love, 20. Doing the unstuck, 21. Trust, 22. Want, 23. Fascination street, 24. The hungry ghost, 25. Wrong number, 26. One hundred years, 27. Disintegration Encore 1:, 28. The kiss, 29. If only tonight we could sleep, 30. Fight encore 2:, 31. Dressing up, 32. The lovecats, 33. The caterpillar, 34. Close to me, 35. Hot hot hot!!!, 36. Let’s go to bed, 37. Why can’t i be you?, 38. Boys don’t cry, 39. 10:15 Saturday night, 40. Killing an arab.