El fin de una era
Una elección bajo la sombra de Chávez

El fin de una era
Una elección bajo la sombra de Chávez

Gobernó 14 años y murió rodeado de dudas. Millones lo aclamaron como a un santo bolivariano. Una crónica del nuevo mito venezolano en la hora clave.
Sol Lauría
En Venezuela el luto es de rojo. Y el dolor dibuja esas formas festivas que le imprimen a los funerales en el Caribe: cantos, música, el llanto y la risa, y el grito de las cientos de miles de personas que imprimieron al del presidente un tono épico: “¡Chávez vive! ¡La lucha sigue!”.
“El siempre va a estar. Diosito lo llamó pero él está acá”, dijo Yolanda, de 34 años, con una vincha que ratificaba con la leyenda “siempre juntos”, en una fila interminable de más de 10 kilómetros y diez horas de espera bajo un sol que era una furia, para ver a su “amor” por última vez. Fue hace un mes en la Academia Militar, el edificio que contiene la Capilla Ardiente adonde velaron al líder y adonde la gente peregrinaba para jurarle lealtad.
La muerte de Chávez no fue súbita ni filosa, pero fue igual de poderosa y trágica, pese a la agonía de 20 meses. Desde el martes 5 de marzo, cientos de miles de personas fueron a rendir honor. Nadie fue capaz de adivinar cuántas. Una marea que, como Yolanda, avivó la certeza de que ese día el líder murió y nació el mito.
Para cualquier observador externo, como es mi caso, mezclarse por ahí era asistir a un fenómeno que asombra, conmueve y arroja una convicción: Hugo Chávez Frías influirá en la política y las relaciones sociales de su país desde esa otra parte por mucho tiempo más.
“Él se convirtió en una leyenda para el pueblo, porque para nosotros hizo mucho. Antes los pobres comían perrarina -comida de perros-, ahorita no”, dijo Marlen Matica, de 30 años, la cabellera negra prolijamente peinada, jeans y camisa blanca. “Él es nuestro padre. Es nuestro maestro por excelencia. Nos enseñó a ser libres y dignos”, dijo Antony Serrano, de 21 años.
El entierro fogoneó la imagen del santo, el dios político que bendijo en vida, dejó mesías y ahora, desde el cielo, hasta hace lobby para que el espíritu santo señale a un papa latinoamericano. Alumbró un nuevo evangelio.
Chávez ya era todo antes de transmutar. Ahora es más. Y está en todos los rincones: en un cartel inmenso cuando llegas al aeropuerto, pintado en las paredes, en banners sobre las calles, en los jingles de las radios, en 24 horas de televisión oficial, en los suéteres, en las discusiones de cada casa y de cada bar. Está hasta en el juramento de Maduro para conducir los destinos de la República. Como un padre amado o como un cuco que se padece y del que se reniega hasta el hartazgo, Chávez sostiene el discurso como el dios de Malebranche sostenía al mundo.
Fueron 14 años de omnipresencia que rindieron frutos. Y el tiempo de inversión en programas de TV y actos públicos, también: en las filas sudorosas repetían como una letanía términos como liberación, venceremos, grupos oligárquicos, burguesía y no volverán.
Así durante los nueve días en que el cuerpo estuvo expuesto en la Capilla Ardiente, hasta que llevaron el cuerpo al Cuartel de la Montaña en un desfile de 18 kilómetros desde el sur de la ciudad hasta el barrio 23 de enero -centro de operaciones de una veintena de colectivos de izquierda-, una franja que serpentea en el oeste de Caracas.
El culto a la personalidad predominó también en la campaña más corta de la historia (10 días). “Nicolás tu no eres Chávez”, repetía el candidato opositor, Henrique Capriles, al oficialista Nicolás Maduro. “No soy Chávez, pero soy su hijo”, contestaba Maduro y agregaba para reforzar el vínculo mesiánico: “Y todos juntos, el pueblo, somos Chávez”.
Ahora, justo en un aniversario del golpe sufrido por Chávez, ese que en 2002 lo apresó hasta que por reclamo popular el líder volvió al Palacio de Miraflores, justamente, un 14 de abril, vitoreado por multitudes, el pueblo elige al primer sucesor sin él.
El pronóstico, que indica que ganará Maduro, puso de luto a los que deberían estar de fiesta. “Hoy la situación económica es complicada, muchas empresas han cerrado y estamos importando todo. Estamos hartos y aquí no va a cambiar nada”, lamentó.
Voces disidentes
Carlos José en una esquina de Altamira, un barrio al este de Caracas donde se escucharon cornetas el martes 5 de marzo. Es uno de los 6,5 millones de venezolanos que no querían que ganara Chávez en octubre del año pasado. Y no quieren más chavismo ahora.
“Él no ha hecho nada bueno por el país. Dicen que se ocupó de los pobres pero lo que hizo fue darles cosas para mantenerlos adictos a él”, opinó Yenitzel, una cuentapropista de 41 años con esa coquetería tan digna de la máquina de fabricar Miss Universo que es Venezuela.
La remanida polarización se explica fácilmente en una vuelta por Caracas. En 1998 Venezuela era un país roto, con una economía destrozada que dejaba en ventaja solo a la clase acomodada que mandaba y reglaba. Chávez lo reconstruyó con una nueva Constitución, una serie de medidas que amplió el poder del Ejecutivo y una gran inversión social. Para la revolución, el exceso era el único camino posible para borrar los privilegios y achicar desigualdades. Para los opositores fue otra cosa: corrupción, concentración, avasallamiento a las instituciones y unanimidad del Estado, o equiparación de Estado y Gobierno. O sea, totalitarismo.
Chávez en vida lo puso así: “Lo dice la Biblia, tu no puedes estar bien con dios y con el diablo. El que trata de estar bien con dios y con el diablo se vuelve loco”.
Esas dos visiones hoy son irreconciliables y el chavismo y antichavismo alimenta discusiones desde Miami hasta Usuhaia.
De todas maneras, la inclusión es una realidad. Está en los números: la economía creció, la pobreza bajó, el gasto en salud se multiplicó, la tasa de mortalidad infantil se redujo. Desde 1999 la tasa de pobreza cayó en un 37,6% y la de pobreza absoluta en un 57,8%. Otro tanto con la educación: entre 2000 y 2005 el número de analfabetos en el país superaba el millón, hoy el índice es del 5%, según la Unesco. Y el programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (ONU-Habitat), que mide la desigualdad según el índice Gini, marca que Venezuela es el país menos desigual de Sudamérica.
¿Cuál es el verdadero Chávez, entonces? ¿El que la gente clama y llora con una devoción inaudita por haberle dado existencia e identidad política? ¿O es el déspota, avasallador de la democracia y las libertades que algunos sectores y medios construyen? ¿Cuál de los dos?
Los dos estuvieron presentes desde hace dos décadas en el discurso político venezolano. Y en la campaña, por supuesto.
Capriles acusó al Gobierno de mentir sobre el momento de la muerte del líder, usar el cuerpo para hacer campaña y denunció continuamente el abuso del poder. Capriles dio batalla y pasó a la ofensiva aunque sabe que no está preparado, la apuesta es consolidar un espacio que pueda volver a gobernar. No le fue mal.
Algunas dudas
Luis Vicente León, presidente de Datanálisis, señaló que fue ganando terreno: “Cuando Chávez murió, no importaba si su heredero era bueno o malo. Todos los sentimientos de la gente de adoración fueron trasladados a Maduro. Esos sentimientos se han debilitado. Maduro había decidido no ser él mismo, pero para ser el representante del legado de Chávez aquí en la tierra, pero había un límite a esa estrategia. Capriles Maduro obligados a dejar de ser Chávez”.
Maduro, hay que decirlo, genera dudas.
Quiere parecerse a Chávez pero no le sale a pesar de los esfuerzos por mantener un perfil en los extremos. Por ejemplo, preguntó al pueblo en el acto de la presentación de postulaciones ante el Colegio Nacional Electoral (CNE), el 11 de marzo: “¿Están dispuestos a tomar un fusil para defender su propia patria del imperialismo norteamericano?”. Soltó proclamas homofóbicas y lanzó dudas sobre la supuesta inclinación sexual de su rival, Capriles, de 40 años y soltero.
En síntesis, la campaña tuvo un lenguaje ofensivo y nada de discusión de proyectos de fondo que avizoren cómo se sacará al país de la crisis económica y el problema de la inseguridad, uno de los principales reclamos del electorado. Hay escasez de electricidad, alimentos y medicinas. Chávez se fue y deja una bomba que solo él, con su carisma y chequera, mantenía parcialmente inactiva
Hay quienes ven también una crisis en el chavismo, que empezó a trazarse cuando el líder vivía y ahora se terminó de dibujar. Sin el líder carismático, ese que aglutinaba y ordenaba a la tropa con un pestañeo, el mundo complejo y de diferentes tendencias que es el chavismo podría fraccionarse. Hay un grupo del ala radical de la izquierda, otros del comunismo y el Ejército, con una cultura vertical.
Ese es el escenario con el que León justifica la radicalización del actual candidato a presidente: “Una estrategia para atemorizar rivales, dentro y fuera del chavismo”.
Hoy Maduro tiene apoyo de masas y el poder estatal. El desafío de mantener unido el vasto y hasta contradictorio espacio que es el chavismo será, sin duda, el más difícil. ¿Estará a la altura? ¿Logrará aglutinar bajo sí el heterogéneo grupo? ¿Podrá hacer frente a los problemas de la Venezuela de hoy? Esa es la historia que empieza ahora.
Sin edades para expresar la adhesión. El color rojo, banderas venezolanas y las fotos de Hugo Chávez en todos los rincones de Caracas.

El dato
Denuncias
El director general del comando opositor, Carlos Ocariz, dijo que “no se permitirán irregularidades de todo tipo como las que se están registrando”. El dirigente detalló que “se ha usado el voto asistido para amedrentar” a los ciudadanos, en referencia a los votantes que son acompañados por otra persona para sufragar.
La figura del comandante Hugo Chávez se repite por ciudades, calles y hogares venezolanos. A favor y en contra de semejante culto a la persona, se enfrentan Maduro y Capriles.
Fotos: Sol Lauría
El cuerpo como estrategia
Chávez dejó instrucciones precisas sobre cómo tenían que ser sus funerales. La cuestión era qué hacer con su cuerpo una vez que estos terminasen. La gente reclamaba que vaya al mausoleo de los próceres, al lado de Simón Bolívar, en el Panteón Nacional. Otros advirtieron: hay que esperar 25 años para entrar allí, como marca el artículo 187 de la Constitución Nacional. En Sabaneta de Barinas, donde nació y donde lo conocen de toda la vida, quieren que regrese. El presidente Nicolás Maduro zanjó la discusión el jueves 7 de marzo: quedaría expuesto en el “Museo de la Revolución”. Y sería embalsamado, como Joseph Stalin, Vladimir Lenin, Mao Tsé Tung, el líder norcoreano Kim Jong II y el vietnamita Ho Chi Minh. Al final, se sabe, el deterioro no lo permitió.
¿Aprovechamiento político del muerto? ¿Exacerbación del ritual para fomentar pasiones? El historiador Elía Pino Iturrieta no lo duda: “Evidentemente hay un uso político. La situación de crisis del país es el legado fundamental de Chávez, pero todavía goza de popularidad y Maduro la quiere aprovechar”.
“Todo esto es parte de un proyecto de deificación de Chávez, coherente con la tradición comunista”, apuntó un experimentado analista, hombre de la cultura y los medios, que pidió no ser identificado para no herir susceptibilidades, “Es una experiencia conocida -agrega- que les permite ir estructurando un discurso donde Chávez se convierte en una especie de santo laico y les da tiempo para aglutinar a todo el universo chavista, que está fraccionado”.
“Empezó un capítulo de su canonización republicana”, coincidió Pino Iturrieta. Y agregó: “El fomento del culto va a ser utilizado por más que sea un acto reñido con los principios republicanos”.
“Obviamente embalsamar a Chávez es aprovechar el culto mítico-mágico-religioso que hay entorno a Chávez, que no te imaginas lo fuerte que es”, acota un columnista de El Nacional.
Es, dice alguien más, la absolutización de las pasiones y la excepcionalidad, ahora, en la hora de la muerte.