mesa de café

Alberto Maguid

Remo Erdosain

En el diario leemos la nota que informa sobre la muerte de Alberto Maguid, el histórico dirigente sindical de UPCN. Todos en nuestra mesa lo conocíamos, no todos pensábamos sobre él exactamente lo mismo, pero todos lo respetábamos, incluso Marcial, que suele asociar la palabra sindicalista con la de mafioso.

-Hay hombres -digo- que se destacan por su capacidad de lucha, otros por los afectos que son capaces de despertar, otros por su generosidad y otros por su talento para construir realidades. Maguid pertenecía a esta última clase: fue un constructor, un hombre que dedicó su vida a forjar realidades materiales para la gente, para ello recurrió a la lucha y a la negociación, a la astucia y al razonamiento.

-Fue un gran compañero -acota José.

-No te lo atribuyás así nomás -le salta Marcial- porque cuando yo lo conocí era desarrollista y yo creo que las virtudes de realizador que tenía provenían de esa tradición política.

-Era peronista, se afilió, fue candidato por el peronismo y lo representó en la Legislatura.

-El peronismo es un vientre que admite de todo en su interior. También Reutemann se afilió y fue candidato por el peronismo, pero convengamos que su tradición política, su sensibilidad política tiene poco que ver con el peronismo.

-En eso estoy de acuerdo con vos -responde José riéndose- Reutemann no tiene sensibilidad peronista y no sé si tiene sensibilidad a secas.

-Yo hable con Maguid muchas veces -digo- y se reconocía como peronista, pero al mismo tiempo admitía que su escuela formativa había sido el desarrollismo. Es más, a Rogelio Frigerio me lo presentó él en un acto que se hizo en el local que el MID tenia en calle 1º de Mayo.

-Podemos decir muchas cosas de él -interviene Abel- pero lo cierto es que en primer lugar fue un sindicalista y, a decir verdad, en lo suyo fue bueno. Por eso los empleados públicos lo votaban. No sé si todos los que lo votaban lo querían, pero todos sabían que con él estaban bien representados.

-Convengamos que despertaba muchos afectos, pero también muchas críticas.

-Eso es verdad -reconozco- y ése es el dato que lo hace interesante. Un hombre que hace, que decide, que asume responsabilidades, que promueve iniciativas, que tiende a conversar con todos, con gente agradable y gente desagradable, no puede pretender ser querido por todo el mundo. Además, él pretendía ser un sindicalista y un dirigente social, no un santo.

-Admitamos que lo que se decía de él en algunos lados, era tremendo.

-Ladran Sancho -digo- ladran por resentidos, por envidiosos, porque pretendían privilegios que Maguid les negó. No voy a decir que no se equivocaba o que en determinadas circunstancias pudo haber hecho cosas que a veces no eran fáciles de entender, pero lo que habla a favor de él no son esos errores sino sus realizaciones, su apasionada, empecinada y obsesiva vocación por lo social, por resolver los problemas de la gente.

-Tenía mucho poder -reprocha Marcial.

-Claro que lo tenía. No se pueden hacer cosas si no se dispone de poder. Lo tenía y lo sabía ejercer, un dato que no todos los poderosos toman en cuenta.

-Yo creo que la ciudad lo va a extrañar -digo-, tenía errores y defectos como cualquier hijo de buena vecina, pero sus virtudes pesaban mucho más. Allí están las casas, el camping, los oficios, las iniciativas culturales, sociales, laborales. Allí está su temple para defender los derechos de los empleados públicos. Maguid era un hombre con una inusitada capacidad de negociación y, al mismo tiempo, alguien que sabía plantarse firme cuando las circunstancias lo exigían.

-Lo que el debo reconocer, en esta ciudad donde los sindicalistas hacen paro por afán deportivo o creen que haciendo huelgas trabajan para la revolución social, es que recurría a la huelga cuando todos los caminos se habían cerrado. No era una agitador profesional, era un constructor. Es más, me animaría a decir, que estaba mas cómodo cuando todo andaba bien que cuando había que promover planes de lucha, planes que dicho sea de paso, los sabía elaborar muy bien.

-Lo que a mí no me caía bien -apunta Abel- es que se haya quedado treinta años al frente del gremio. ¿Nunca habrá democracia sindical en la Argentina?

-Ese es otro tema a discutir -enfatizo-, incluso alguna vez lo hablé con Maguid, quien pertenecía a una generación en la que la permanencia era una necesidad, un deseo e incluso algo natural. “Mientras los afiliados me voten”, decía.

-En eso se comportaba como todos los dirigentes sindicales. Los progresistas se hacen los piolas con este tema, pero si los dejan se quedan hasta la eternidad, y si alguien se anima a contradecirlos se lo comen vivo, por lo que nadie está en condiciones de tirar la primera piedra.

-Hay sindicatos que rotan sus dirigentes -puntualiza José.

-Es verdad, pero si esa es la condición para dejarlos a los chicos sin clases prefiero que no roten tanto -sostiene Marcial sonriendo.

-A mí me consta -digo- que Maguid era el hombre fuerte del gremio pero abría el juego, integraba a otras tradiciones políticas...en definitiva, no era un déspota.

-Era el patrón y sota -nada más- afirma Marcial.

-Ojalá todos los patrones hicieran cosas como él. Maguid no le negaba la palabra a nadie. Conversaba con todos y si podía dar una mano la daba. Era un apasionado de lo suyo y creo que en sus últimos años se reprochó por haber dedicado su vida a una sola cosa, porque en efecto, de lunes a domingo vivía metido en el gremio. A mí personalmente me dijo que no fue un buen marido y un buen apdre, por haber elegido la vida que eligió, pero al mismo tiempo estaba conforme con su destino, lo asumía con resignación y coraje.

-Era ambicioso -insite Marcial.

-Sus ambiciones estaban a la vista, tal vez no eran las de un monje franciscano, pero tampoco eran para avergonzarse. Como todo hombre despierto, inteligente y con autoestima quiso ganarse un lugar en la historia o, simplemente, ante los ojos de las personas que quería; y lo hizo con las armas que tenía, o las que podía manejar. Y lo hizo bien.

-Además -subraya José- a mí me importa más que se hagan cosas que la democracia sindical.

-No comparto -refuta Abel.

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