
Tres magníficos actores buscan un cuenco y Santa Fe se convierte en ese cuenco de los encuentros, las añoranzas y los proyectos. Brillante cierre para una bellísima trilogía teatral.
Foto: Mauricio Garín
Roberto Schneider
En horas de un crepúsculo -“mirá qué tarde para enamorarse de la luz”-, hace poco tiempo, ayer nomás y por calles definitivamente santafesinas El Gordo y Teresita, dos actores de provincia, van transitando en sentido contrario al agua que se ha desbordado del río y puede borrar todo. En diversos momentos de esa caminata, aparecerá Tito. El Gordo está en silla de ruedas y abatido. Teresita lo conduce casi como una enfermera. Y Tito, un bello fantasma, aparece siempre alucinado, tributando un homenaje a uno de los santafesinos más emblemáticos. Los tres personajes buscan un cuenco donde permanecer y, cosas del destino, Santa Fe se convierte, con la tragedia del agua que todo lo borra, en el cuenco de los encuentros, las añoranzas y los proyectos. Claro, El Gordo y Teresita pertenecen al mundo teatral y entonces la maravilla se instala en la escena aunque “el agua, como una bufanda, abraza a todo el oeste de la ciudad y corre hacia el sur”.
“La mirada en el agua”, de Jorge Ricci, estrenada por el Equipo Teatro Llanura en la Sala Marechal del Teatro Municipal, es el broche de oro perfecto para una bella trilogía. Se traza una finísima trama de sensaciones no exentas de humor y de una ternura que se cuela entre los comentarios y anécdotas. Los personajes de esta obra podrían ser, por qué no, nuestros hermanos o hasta nosotros mismos. La historia de estos seres se transforma en una radiografía de nuestros tiempos, porque no se habla sólo del teatro. Y porque cala profundo en la sensibilidad de los espectadores, que pueden advertir una cualidad que no suele prodigarse: es un texto francamente bien escrito.
El dramaturgo demuestra que posee el don de la palabra precisa y de los diálogos verosímiles. Lo que dicen los personajes resulta, en todo momento, congruente con su perfil y con lo que parecen pedir las situaciones a las que se enfrentan. Por este motivo, el texto se aprecia con aquella sensación de fluidez (también de disfrute) que se deriva de una historia por momentos conmovedora. “... El teatro es como los aviones: una altura absurda a una velocidad absurda”, revela con precisión El Gordo.
El itinerario que realizan los tres protagonistas alimenta la estructura del texto. Los personajes riccianos evocan sus hermosas historias, accionando al mismo tiempo una serie de recuerdos que reflejan desde la primera juventud hasta un hoy marcado por la nostalgia, que bienvenida sea. Aquí no hay teoría, hay pasión por el teatro. El final es bellísimo, sintético y sobrecogedor y describe la fuerza de la tragedia del agua. Por eso, El Gordo quiere hacer “un canto que supere lo que pasa... algo que hable en el agua, un canto que se llame: la mirada en el agua”. Los tres recorren calle San Martín, “la calle de nuestros pobres teatros de provincia”.
El Equipo Teatro Llanura evoca y reflexiona, convirtiendo a su propuesta en una poética de contundente poder imaginativo. La síntesis está presente en el tratamiento plástico de la puesta en escena de la directora Sandra Franzen. Para lograrlo se asoció con las precisas y conmovedoras escenografía e iluminación de Mario Pascullo y la selección musical de Eduardo Fessia más la realización escenográfica de Telmo Franzen. El espacio, casi vacío, iluminado con círculos que dicen mucho, ubica los climas en los que se “ven” las calles y los lugares reconocibles. Desde los cafés hasta la sede del viejo vespertino; en esos lugares se van deshojando las horas de los protagonistas, con sus diálogos internos y externos, cargados de reflexión y de humor.
Así, Franzen junto a sus actores construye un ámbito envolvente, de sugestiva riqueza estética. Ratifica que es también una excelente directora de actores. Se nota que ama la historia escrita y que sabe cómo darle vida en un escenario y es por ese amor que transforma a cada uno de los tres personajes de “La mirada en el agua” en seres entrañables, en seres que uno quiere abrazar. Jorge Ricci consigue una labor estupenda, con una marcada entrega no exenta de pasión. Conoce a su Gordo desde la entrañable “Actores de provincia” y lo dibuja con excelsa precisión; Teresa Istillarte saca a relucir su exquisita sensibilidad al recordar un pretérito marcado por la pasión y Eduardo Fessia, en el mejor momento de su carrera, entrega a su difícil Tito una indisimulable emoción. Todos para demostrar que esto es teatro, acción teatral de una pureza y una hermosura visual realmente superlativos.




