Preludio de tango

El “Indio” José María Aguilar

img624.jpg

Manuel Adet

Ocurrió a mediados de diciembre de 1951. A la altura de plaza Pueyrredón, en el corazón de barrio Flores. Era cerca del mediodía, hacía calor y el tránsito de autos era intenso. El hombre, le hizo señas a un taxi e intentó cruzar la calle para tomarlo. En ese instante fue atropellado por otro auto que, según dijeron después, venía a contramano. Hubo un despliegue de gente, dos policías se acercaron al lugar e interrumpieron el tránsito. Mientras tanto, el hombre atropellado decía desde el suelo que no le había pasado nada. Se trataba de un hombre mayor con cicatrices en la cara y en las manos, un hombre de rasgos aindiados y expresión severa. Uno de los policías le preguntó el nombre. “Aguilar -respondió-, José María Aguilar”. Todo circunspecto, el agente anotó el nombre, pero uno de los curiosos dijo en voz alta: “Es el guitarrista de Gardel”. El veterano desde el suelo asintió con una sonrisa nerviosa. Otro de los presentes agregó: “Es el mismo que se salvó en Medellín”. El rumor circuló entre la gente y no faltó el que intentara pedirle un autógrafo.

Nadie lo dijo, pero no hubiera estado de más agregar que además de tocar la guitarra con Gardel, se trataba de un eximio guitarrista y el compositor de temas inolvidables como “Tengo miedo”, “Cuando me entrés a fallar”, “Al mundo le falta un tornillo” o el vals, “Mala suerte”. También podría haberse dicho que Gardel le grabó al “Indio” once temas de su autoría, una lealtad y reconocimiento artístico que Carlitos tenía con sus escobas, ya que, por ejemplo, a Barbieri le grabó treinta y dos temas, a Ricardo, once, y a Riverol, dos. Un dato que merece conocerse, no sólo porque pone en evidencia la generosidad de Gardel, sino porque refuta a quienes con cierta ligereza subestimaron a las “escobas” del Morocho, sin prestar atención de que en todos los casos se trataba de excelentes profesionales.

La llegada de la ambulancia puso punto final a la escena. Aguilar fue trasladado al hospital Álvarez y se suponía que la fractura en la pierna se arreglaría en pocos días. Sin embargo, el 21 de diciembre de 1951, José María Aguilar, el “Indio” como dicen que lo bautizó Gardel en homenaje a su pinta y a su temperamento, murió como consecuencia de una edema pulmonar. Tenía setenta años, efectivamente era uno de los sobrevivientes de Medellín y, junto con Guillermo Barbieri, José Ricardo y Ángel Domingo Riverol fueron las célebres “escobas” de Gardel, los guitarristas que lo acompañaron en la mayoría de sus grabaciones.No deja de todos modos de ser una burla del destino que el hombre que pudo sobrevivir -desfigurado y con las manos estropeadas- al infierno de Medellín, muera dieciséis años después como consecuencia de un accidente estúpido. Para esa época, el “Indio” era una suerte de leyenda viva del tango. Periodistas y curiosos le preguntaban sobre Medellín y él contaba la versión que mejor se le ocurría en ese momento. Algunos dicen que el accidente lo había dejado algo trastornado, yo creo que a su manera se divertía burlándose del morbo de los tontos. Lo seguro es que nunca más pudo templar la guitarra, aunque a su manera despuntaba el vicio y juntaba unos pesos con una improvisada academia donde enseñaba todo lo que había aprendido durante más de cincuenta años trajinando por pueblos, boliches de campaña, piringundines de mala muerte y los grandes escenarios de Europa y América Latina.

Por lo pronto, el destino le asignó el rol de haber sido el único hombre que estuvo con Gardel hasta pocos minutos antes de su muerte. Se conocían desde hacía unos cuantos años. En julio de 1928, debutó como “escoba” del Morocho en el cine Paramount. “La hija de la japonesita”, dicen que fue su primer tema. A Gardel, la maestría musical de Aguilar le debe de haber impresionado bien, porque inmediatamente se sumó a la gira en Europa junto con Ricardo y Barbieri -Guillermo Barbieri, el padre del famoso humorista Alfredo-.

En Europa, los recitales eran muy buenos, pero las relaciones de los músicos con Gardel dejaban mucho que desear. Ricardo se abrió de la barra como quien dice y su lugar fue ocupado por Domingo Riverol, otro de los sobrevivientes de Medellín, quien pocas horas después falleció en el sanatorio. Para fines de los treinta, el “Indio” se pelea con Gardel y vuelve a Buenos Aires. La pelea no debe de haber sido grave porque para 1934, Aguilar, junto con Barbieri y Riverol, viaja a Estados Unidos. Los tres guitarristas lo van a acompañar a Gardel en su gira con desenlace trágico.

La leyenda popular inmortalizó el refrán “Salvado Gardel y sus guitarristas”, dicho con tono de sentencia por timberos y burreros. Esta vez, ni Gardel ni sus guitarristas se salvaron, con la excepción de Aguilar, a quien la muerte le tendió otra celada aquella mañana de verano de 1951 en el muy porteño barrio de Flores.

Uruguayo como Vila, Canaro, Campos y Sosa, José María Aguilar nació en Montevideo el 3 de mayo de 1891. Sus padres fueron Francisco Aguilar y Cecilia Porrás Zoca. Alguna vez dijo en broma que la cigüeña lo trajo a su casa con una guitarra bajo el brazo. Lo cierto es que criado en un hogar donde la música era un culto, el chico empezó a tocar la guitarra cuando aún tenía pantalones cortos. A tocar la guitarra y a cantar, una de sus habilidades poco conocidas.

Con su padre anduvo de gira por pueblos de la campaña. Las presentaciones se extendieron a Brasil y la provincia de Entre Ríos. Improvisados guitarreros e inspirados payadores fueron sus maestros e interlocutores. La leyenda habla de una célebre tenida musical en el Paso del Molino con la presencia de Gabino Ezeiza. A Buenos Aires llega acompañado por Mario Pardo, en 1922. Ese año graba sus primeros temas. Antes del encuentro definitivo con Gardel, acompañará con su guitarra a Ignacio Corsini, Agustín Magaldi y Alberto Vila.

El sello Víctor lo contrata como solista y de esa época quedan como testimonio los temas “Ida y vuelta”, “El abrojal” y “El gran técnico”. Miguel Llovet pondera su talento cuando lo escucha interpretar el fox “Nerón”. Dicen quienes lo conocieron en esos años que su debilidad era la música clásica y que en las reuniones familiares o en las comilonas con amigos, en lugar del tango se dedicaba a Schubert, Verdi o Manuel de Falla. ¡Y después están los que dicen que las guitarras de Gardel eran flojas!

En 1924, debuta en el teatro Porteño, acompañado por la guitarra de Rafael Iriarte y los cantores Atilio Monsalve Copello y Fernando Munzieta. Ese mismo año, en Montevideo integra el cuarteto de cuerdas y canto Los Incógnitos, junto con Luis Viapiana, Carlos Bertola, Ítalo Goyeche y su hermano Froilán Aguilar. Para esa época, el viajero impenitente y trasnochador compulsivo se casa con María Benois, una mujer que colaborará artísticamente con él en letras como “Trenzas negras”, “Añoranzas” y “Milonguera”. (Cuando sucedió lo de Medellín, María viaja para acompañar a su marido con quien regresa a Buenos Aires en enero de 1936).

Luego de la incursión musical en Montevideo, el “Indio” y su hermano Froilán acompañan en Buenos Aires a las cantantes Rosita Quiroga y Rosa del Carril en los teatros Empire y Maipo. Para 1928, el destino comienza a tender su trama. Un amigo le presenta a Gardel. Lo demás es historia conocida.