Preludio de tango

“Nieblas del Riachuelo”

“Nieblas del Riachuelo”
 

Manuel Adet

El tango fue escrito por Enrique Cadícamo en 1937. La música es de Juan Carlos Cobián. ¡Cobián y Cadícamo! Una marca registrada de la creación poética tanguera. Después de “Nieblas del Riachuelo” llegarán “Nostalgias”, “La casita de mis viejos”, “Susheta” y “Los mareados”. ¿Hay más? Por supuesto: “A pan y agua”, “El cantor de Buenos Aires” y “Almita herida”, entre otros.

“Nieblas del Riachuelo” pudo haber sido escrito para una película. Se trata de “La fuga”, dirigida por Luis Saslavsky y Miguel Mileo, con guión de Alfredo G. Volpe y las actuaciones estelares de Tita Merello, Francisco Petrone, Amelia Bence y Santiago Arrieta. La película se presentó en el Cine Monumental el 27 de septiembre de 1937 y a la gran Tita Merello le correspondió el honor de haber estrenado una letra que luego la llevarán a los escenarios del tango cantores como Edmundo Rivero y Horacio Molina, para señalar dos artistas con recursos interpretativos muy diferentes. El poema también será interpretado por Susana Rinaldi y Adriana Varela. Corresponde mencionar, asimismo, a Roberto Goyeneche, Miguel Montero, una excelente grabación del Cuarteto Cedrón y una versión clásica de la orquesta de Osvaldo Fresedo con Roberto Ray. Por las características del poema y las modalidades de su música, “Nieblas del Riachuelo” pudo ser grabada por Bebo y Cigala, por ejemplo. En lo personal, recuerdo una versión muy buena a cargo de los “Cava Bengal”.

Digamos que el tango se transformó en un clásico y ello se debe a la calidad de la letra y al talento de Cobián para componer la música. Aparentemente, el protagonista es el Riachuelo, un Riachuelo que en los años treinta todavía no era la cloaca que conocemos, aunque ya empezaba a perfilarse en esa dirección. Digo “aparentemente”, porque el Riachuelo con sus barcos y sus muelles, son un pretexto para hablar de la soledad, el fracaso y las penas de amor.

“Turbios fondeaderos donde van a recalar, barcos que en el muelle nunca más han de zarpar, sombras que se alargan en la noche del dolor, náufragos del mundo que han perdido la ilusión”. Una excelente introducción donde ya están presentes todos los componentes del drama. Los barcos viejos, deshechos por las inclemencias de las tormentas o las borrascas, que anclan para siempre en los muelles para nunca más zarpar. No hace falta demasiada imaginación para saber que Cadícamo nos está hablando de hombres y mujeres que ya han perdido toda esperanza, muertos en vida. O, como sugiere en el cuarto verso de esa primera estrofa: “Náufragos del mundo que han perdido la ilusión”.

La segunda parte de la primera estrofa mantiene la intensidad poética. “Puentes y cordajes donde el viento viene a aullar, barcos carboneros que jamás han de zarpar, torvo cementerio de las naves que al morir, sueñan sin embargo que hacia el mar han de partir”. Esos dos últimos versos son tremendos. Los fracasados, los derrotados, los que anclaron vencidos en el muelle, sin embargo siguen alentado ilusiones a pesar de todo, ilusiones vanas, ilusiones que nunca podrán realizarse porque su derrota es definitiva y en todo caso, es esa tensión entre el fracaso y la esperanza lo que hace más trágico el destino de estos hombres y mujeres.

En el estribillo se afirma la primera persona. La descripción de un escenario en los primeros versos da lugar, luego, a una suerte de confidencia. “Niebla del Riachuelo, amarrado al recuerdo yo sigo esperando; niebla del Riachuelo, de este amor para siempre me vas alejando. Nunca más volvió, nunca más la vi; nunca más su voz nombró mi nombre junto a mí...”. El juego de los pronombres es interesante, porque abre otras posibilidades poéticas que Cadícamo conoce muy bien y practicará con frecuencia.

Hay otras modificaciones. En la primera y la última estrofa los versos son de trece sílabas mientras en el estribillo predominan los versos de ocho sílabas. Hay por lo tanto un cambio de ritmo que es siempre un cambio de perspectiva, una posibilidad de percibir diferente.

Después llega la última estrofa: “Sueña marinero con tu viejo bergantín, bebe tu nostalgia en el viejo cafetín, llueve sobre el puerto mientras tanto mi canción, llueve lentamente sobre tu desolación. Otra ve el “mí” y el “tú” contrastando deliberadamente.

La música de Cobián no es un detalle. Se trata de uno de los grandes músicos del tango, alguien que además ha enriquecido su cultura musical con el jazz, género musical que conoció en Estados Unidos, país en el que pasó una larga temporada hasta que “el whisky y los gángsters lo cansaron”.

El recurso de hablar del puerto, el río y los barcos no es nuevo en el tango. Temas como “Fondín de Pedro Mendoza”, “Mañana zarpa un barco”, “Tristeza marina”, “La ribera” o “Una canción en la niebla”, dan cuenta de una inspiración tal vez inevitable en una ciudad puerto como Buenos Aires.

En algunos casos, las letras se agotan en lo pintoresco, en otros casos el nivel se eleva, pero en estas circunstancias me interesaría contrastar a “Nieblas del Riachuelo” con el tango escrito por González Castillo en 1926, titulado “Aquella cantina de la ribera”. La música es de Cátulo Castillo y el tango fue estrenado por Carlos Gardel en noviembre de 1926.

Se trata de un excelente poema que combina con maestría el escenario con el drama. En este caso, es la cantina la que convoca a las almas que no tienen puerto. La segunda estrofa está muy bien lograda: “Como el mar el humo de niebla las viste y envuelta en la gama doliente del gris, parece una tela muy rara y muy triste que hubiera pintado Quinquela Martín”.

La referencia al pintor permite situar al poema sin mencionar al Riachuelo o a la Boca, Cadícamo habla de los barcos viejos o desvencijados que van a “morir” al muelle. Por su parte, González Castillo es más directo pero dice lo mismo: “Rubias mujeres de ojos de estepa, lobos noruegos de piel azul, negros grumetes de la Jamaica, hombres de cobre de Singapur” Y para que no quede ninguna duda de que no se trata a de una enumeración doméstica, luego escribe: “Todas las pobres almas del mundo que aquí a las plazas arroja el mar desde los cuatro vientos del mundo y en la tormenta de una jazz-band”.

Como se podrá apreciar, estos poetas no están hablando del paisaje, describiendo escenas lugareñas más o menos pintorescas. Su preocupación no es descriptiva, es poética. Hablan de la derrota, del dolor, del fracaso y tal vez de la esperanza, ¿Pesimistas? No son pesimistas, tampoco optimistas, son trágicos, como corresponde a la más genuina poesía o como corresponde a la

inspiración de un poeta tanguero.

Cuando a Edgar Allan Poe le preguntaron si los laberintos de sus castillos eran de Alemania, respondió lo siguiente. “Mis laberintos no son de lo castillos, son del alma. Para Cadícamo y González Castillo sus puertos, sus barcos, sus marineros borrachos y sus prostitutas no son del Riachuelo, no son un dato geográfico, sino el testimonio de un dolor, de una crisis resuelta o expresada a través de la poesía.

Un último detalle para concluir. González Castillo habla del jazz, lo menciona. Diez años después Cadícamo recoge el guante. Es como que entiende la clave que le propone el padre de Cátulo. O como que capta el guiño y como buen jugador de truco juega su carta con la fe de quien sabe que ganar o perder en estos casos no tiene ninguna importancia.