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Entre 1822 y 1825, veinte saladeros importantes llegaron a funcionar en los alrededores de Buenos Aires. En el año 1824, se consignaban en estos saladeros el sacrificio de 89.967 vacunos. Se estimaba que en esa provincia había 900 mil cabezas. En 1785, se había producido la primera exportación de carne salada o tasajo en buques ingleses a Cuba. Y en sólo una década se había transformado en el mayor negocio del Plata, superior incluso al que reportaba la exportación de cueros.
Para 1810, se establece el segundo saladero de los ingleses Robert Staples, John Mc Neile y el criollo Pedro Trajani en la ensenada de Barragán, y cinco años más tarde el más importante de la época, Las Higueritas, en Quilmes, propiedad de Luis Dorrego, Juan Nepomuceno Terrero y Juan Manuel de Rosas.
“Con Rivadavia como ministro de Gobierno, se definieron medidas para el funcionamiento de los saladeros y se rebajaban los derechos de exportación del tasajo. Con este apoyo desde el gobierno -para 1830-, el número de saladeros que funcionaban en las inmediaciones de la ciudad superaba los veinte y en 1895, treinta y nueve, en esta margen del Plata”.
Todo esto nos cuenta con detalle Alfredo J. Montoya en Historia de los saladeros argentinos, que Letemendia acaba de reeditar, consignando cómo Montoya reunió la abundante bibliografía de la época y posterior para ofrecer todos los datos disponibles sobre esta actividad saladeril, la cual, juntamente con las exportaciones de sebo y de cueros, constituyeron durante casi cien años, desde su comienzo en 1970, los más importantes hechos económicos del país.
“Historias de los saladeros argentinos”