El Véneto: una tierra refinada

El Véneto: una tierra refinada

“De belleza serena y una poética sosegada”, así nos describe la autora las ciudades y aldeas de esta región italiana que, fuera de los itinerarios convencionales, la enamoraron en un viaje inigualable.

TEXTOS. NIDIA CATENA DE CARLI.

 

Es una realidad innegable que los viajes cuyo destino es Europa están diseñados para el viajero que -por razones de tiempo y dinero (o las dos cosas)- hacen hincapié en las grandes capitales o ciudades convocantes. Éstas conforman un paradigma del “viejo continente” clásico, pleno de atractivos, tanto artísticos como paisajísticos. Esta premisa hace que el viajero realice un derrotero convencional, previamente establecido, debiendo dejar de lado escenarios subyugantes que, posiblemente, podrá conocer en un posterior viaje.

Estas secuencias se parecen a lo que viví en mi primer viaje a la enigmática y sugestiva Venecia, capital de la región del Véneto, donde su carnaval me atrapó con su halo de misterio y fantasía. Fue en un segundo viaje que decidí recorrer ciudades y aldeas de la región como Padua, Vicenza, Maróstica y Bassano del Grappa.

PADUA, CIENCIA Y POESÍA

Padua es un ejemplo de lo que en Italia denominan “salotta cittá”, una ciudad construida como un gigantesco salón donde la gente se reúne, conversa, pasea y hace sus compras. Allí me topé de improviso, con el famoso Caffé Pedrochi, el ámbito cotidiano de reunión de intelectuales y estudiantes que tratan muchas veces de arreglar infructuosamente el mundo. En definitiva, todo permanece igual.

En ese torbellino de gente que habla fuerte, ríe o simplemente mira, tuve la ocasión de charlar con un grupo de poetas y deleitarme con una poesía de Francisco Petrarca (hijo dilecto de Padua) recitada por un joven estudiante, con toda la cadencia del acento veronés.

Rezaba así: “Solo y pensativo en los desiertos campos, que voy midiendo a pausados y lentos pasos y con los ojos en el horizonte de antiguos vestigios humanos/ Que pensó así el amor: sereno aire sagrado que me hirió con bellos ojos: Escuchad mis postreras palabras doloridas”. Los aplausos y exclamaciones no se hicieron esperar y la algarabía y los brindis con la legendaria grapa padovana tampoco. Fue una tarde memorable que aún hoy me regocija.

En otra mesa del café me encontré con un grupo de argentinos, me dio un vuelco el corazón. ¡Qué alegría escuchar hablar mi lengua! Más aun cuando me contaron que asistían a la famosa Universidad de Padua, fundada en 1222, poco después que la de Bolonia. En ella, allá por el siglo XVI, un genio visionario llamado Galileo Galilei formuló las leyes que rigen la aceleración de la caída de los cuerpos y descubrió las agrupaciones estelares de la Vía Láctea. Con la invención del telescopio, revolucionó la observación del universo. Descubrió el relieve de la luna y los satélites de Júpiter, entre otros muchos hallazgos. Fue encarcelado por herético, por enseñar públicamente el sistema heliocéntrico de Copérnico. Citado ante el Tribunal de la Inquisición, ésta lo condenó y obligó a retractarse; caso contrario moriría en la hoguera. La Iglesia Católica lo reconoció y rehabilitó recién en el año 1992.

LAS IGLESIAS

Las iglesias de Padua son imperdibles, comenzando por la Capella Scrovegni que asombra con su gigantesca narración sagrada de 38 pinturas con figuras alegóricas y decoraciones. Es el punto más solemnemente dramático de la poesía pictórica de Giotto.

Luego de una larga y emocionada visita continué la marcha hasta la Ribera de los Puentes Romanos, muy cerca me topé con la plaza de la Basílica de San Antonio de Padua y con el famoso “Condottiere”, armoniosa escultura ecuestre del maestro Donatello. Desde allí pude apreciar el atractivo enlace que ofrece el conjunto arquitectónico del templo con sus siete cúpulas de estilo oriental.

Transpuse el atrio y me dirigí al altar mayor, obra de Donatello; de allí, al museo del santo, esta visita tiene algo de especial y añorado, la prometí a mi madre que amaba a San Antonio, sus milagros y testimonio de vida.

El Museo Cívico es el más importante de Padua, con una destacada colección arqueológica y, sobre todo, una estupenda pinacoteca. Rumbo al jardín botánico atravesé un río y me encontré con el exuberante Prado del Valle con sus canales, sus estatuas, sus obeliscos y su gran arboleda que invitan a la contemplación y al disfrute de la belleza serena que la hace más entrañable.

VICENZA, LA CIUDAD DE PALLADIO

Andrea di Pietro “Della Góndola”, al que uno de sus maestros apodó Andrea Palladio cuando su talento ya era conocido, nació en Padua en 1508, pero aprendió el oficio de arquitecto y se quedó a vivir en Vicenza, en ella y sus alrededores se erigieron sus magníficas obras. Esta ciudad es una maravilla arquitectónica y ambiental, con una belleza olímpica y sumamente refinada.

El dorso curvo del puente San Michel es el lugar estratégico para ir descubriendo esta ciudad de tesoros ocultos, signada fuertemente por la impronta de un clasicismo armónico que se divisa en muchos de sus singulares palacios y las famosas “villas”, diseminadas en la campiña vicentina.

Luego de esta panorámica desde el puente, descendí y caminé por pequeñas y curvilíneas callecitas hasta llegar a “Corso Palladio”, la arteria principal de Vicenza, que tiene la particularidad de atravesarla completamente. Toda la vida ciudadana se despliega a lo largo y a lo ancho de esta calle, en cuyos flancos se erigen los monumentos y edificios más emblemáticos.

Deambulé por el “Corso Palladio” de punta a punta, tratando de abarcarlo con todos mis sentidos. Me deleitó estar en este lugar, lejos del atolondrado ritmo de otras ciudades. Pude pararme y mirar los negocios refinados o ver como en una “tratoria” preparaban los “tagliatelli” (pasta fresca) con las famosas trufas de huertos del lugar. Imposible no probar, o mejor devorar, estas delicias vicentinas.

Apuré mi marcha para arribar a Piazza Matteotti, en la cual se destaca la mole impresionante del Palazzo Chieracati, proyecto de Palladio, hoy sede de una de una estupenda pinacoteca.

Cuatro pasos más y llegué al Teatro Olímpico, una de las obras más bellas de la arquitectura, la última de este arquitecto.

Observándola desde el exterior no deja presagiar nada fuera de serie, pero el interior deja sin aliento. La magia de la ficción teatral vive en sus muros y se percibe en la concepción de la sala que imita las estructuras de “un teatro al abierto”, me recordó un poco a los teatros griegos.

Continuando mi periplo por el Corso Palladio arribé a Piazza dei Signori, es el centro neurálgico de encuentro de los ciudadanos y turistas que, como yo, quedan fascinados con los monumentos que la rodean. En primer término, la emblemática Basílica Palladiana o Palazzo della Ragione que emerge inmensa y majestuosa en el paisaje urbano. Fue la primera gran obra maestra de Palladio, que la concibió sobre las ruinas de otra muy antigua. Los trabajos comenzaron en 1549 pero fue terminada en 1614 por sus discípulos, cuando habían transcurrido treinta años de su muerte. Es un monumento imponente revestido en mármol, en el que se puede apreciar la elegante serenidad de su fachada, con sus arcos y columnatas que revolucionaron para siempre los cánones de la arquitectura del mundo.

La Villa Capra o Rotonda está situada en las proximidades de Vicenza y fue iniciada por Andrea Palladio alrededor del año 1550. Constituye una obra de la más alta perfección por sus delicados pórticos, frontones y cúpula central que inspira al verla una sensación de majestuosidad. Palladio tuvo la virtud de incorporar el paisaje al edificio, ambos concebidos como si se pertenecieran el uno al otro.

Los dueños de las villas fueron en general los nuevos ricos de la época, que no provenían de la nobleza feudal sino de la burguesía urbana. Eran en su mayoría mercaderes muy ricos y profesionales liberales.

Las 26 obras que realizó Palladio en Vicenza marcaron la ciudad -declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco- y alrededores con su sello inconfundible.

COMARCAS DE ENSUEÑO

A pocos kilómetros de Vicenza descubrí una deliciosa comarca medieval fortificada, conocida como Maróstica. Las montañas son su telón de fondo y en lo alto aparece el Castello Superiore, encabalgado entre las verdes colinas, con unas vistas que no envidian a las más bellas postales del mundo.

Al pie de la montaña se erigió el Castello Inferiore, construido por la familia Scaligeri en el año 1370 y que se hizo famoso por el campeonato de ajedrez humano, que se lleva a cabo en la plaza principal el segundo domingo de septiembre.

El juego es una gigantesca representación con más de 500 personajes vestidos con prendas del siglo XV, que reproducen partidas de ajedrez y tiene su origen en la rivalidad de dos nobles que se disputaban el amor de una joven llamada Lionora.

Más allá de esta singular fiesta, Maróstica, es una visita imperdible todo el año. Continué mi periplo hasta llegar al río Brenta, allí descubrí Bassano del Grappa, a los pies del monte homónimo.

Es uno de los pueblos más bellos del Véneto y sinónimo del licor más típico de Italia. Tiene callejuelas en pendiente, plazas deliciosas, el Palacio Sturm y el Museo Cívico, que definen la bella armonía de Bassano.

Una atracción especial es el Puente de los Alpinos, construido por Palladio en 1569, es una obra de arte realizado en madera. Gozar de un primaveral atardecer desde allí, o sentado plácidamente en la auténtica Grapería Nardini, son momentos únicos e inolvidables que se parecen bastante a la felicidad.

Es la Italia de una belleza más serena, de una poética más sosegada, alejada de la voluptuosidad de la fama y de los ambientes ordinariamente festivos de otras urbes. El Véneto es, sencillamente, “una tierra refinada”.

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