El fugaz arte de pintarse las uñas

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected].

DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

 

Hasta la mujer más organizada, la más previsora, la que empieza con dedicado tiempo suficiente a ponerse linda ella misma y tratar de presentar decentemente al resto de la familia (es una lucha), deja para el final el pintado de uñas. Yo he escarbado en este tema y literalmente me dijeron que meta las uñas en otra parte.

No hay caso: en cualquier momento, en un segundo, en un santiamén (pa’ los creyentes), en un nohaydios (pa’ los “diagnósticos”), en un queseió, la mujer te clava, con perdón de la expresión, una pintada de uñas completa. Suele ocurrir en el auto, en la sala de espera, en la escapada al baño. Es realmente un ratito.

Las mujeres se defienden diciendo que de tanto remar para poner más o menos pasables a los hijos y al esposo (y admito que hay casos en que esa ímproba tarea se vuelve cuesta arriba), de tanto apurarse para ellas mismas estar ciento por ciento diosas, pues, no le queda tiempo para pintarse las uñas.

También argumentan (porque el problema es que “es cierto” que se pintan de última, y se sabe que a las chicas les cuesta aceptar sin peros que son captadas in fraganti) que no es que se pinten las uñas, que ya están pintadas; sino que se trata de un retoque, que se hace al re toque, enseguida, así que, cabrón machista ni se te ocurra criticar...

He descubierto que esta práctica, la de pintarse o de “retocarse” la pintura de uñas, no es excluyente de la mujer “enquilombada”, la descuidada, la descolgada y otras adas que nos entregan nuestras hadas cotidianas. No señor: hasta la más organizada y previsora, deja la pintura de uñas para los preciosos segundos finales. En su ayuda, han mejorado tanto las pinturas que secan enseguida, incluso en el asiento de tu auto...

Yo sostengo que en realidad, por nimia e irrelevante, la mujer ni cuenta entre sus tareas previas de embellecimiento a la pintura de uñas: piensa en grande. A las siete, baño de la más chica, a las siete y media empujar a la más grande, a las ocho pelear y obligar al marido a que se duche y se ponga algo más decente que el mismo jean que tenía puesto recién; y durante y antes y después ella misma, que el pelo, la elección de la ropa, la pasada frente al espejo, el cambio de atuendo, el peinado de la más chica y todos los enormes etcéteras que ya conocen. La vaga, ni pensó en las uñas hasta que pensó en ellas, con toda la familia arriba del auto y rumbo al acontecimiento en cuestión.

Allí comienzan a expresarse ideas tan particulares como la siguiente:

-Gordo (nosotros siempre somos gordos, aun estando flacos: no es mi caso, así que gordo está bien), vos podés ir más despacio, esquivar los pozos (las elecciones están lejos: los pozos seguirán estando hasta dentro de dos años), parar un rato en los semáforos...

¿Cómo se puede ir más despacio cuando vamos apurados porque llegamos tarde?

¿Cómo esquivar los pozos, los lomos de burro, las curvas?

¿Cómo esperar en el semáforo que se puso en verde si tenés catorce autos detrás que te putean y te tocan bocina?

Yo sostengo además (además lo ya expuesto), que el pintado final de uñas es como un tic, algo innecesario pero necesario, por cuanto le da a la mujer, que ha trabajado para estar linda, un último detalle mejorador no tanto de su estética externa (sólo otra mujer puede advertir que a la uña del meñique izquierdo de tu mujer le falta un retoque) como de su ego, ese toque que le falta para encarar el mundo y matar; ese trago de aguardiente que los hombres apuran para darse valor...

Bueno, bueno, ya está: acá estamos terminando. Falta nomás ese último retoquecito, con el auto en marcha, para llegar al final de la historia. Al final es rigurosamente cierto: no debo meter las uñas en este asunto. Porque estoy pintado.

El fugaz arte de pintarse las uñas