Tribuna de opinión
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La década que traicionó a la República
Mario Pilo
La palabra “fascismo” deviene de “facción”, que implica la ortodoxia de un “pensamiento único”, que prescinde del pluralismo ideológico. Los “fascismos”, de “derecha” o de “izquierda”, no sólo tuvieron su época de esplendor en la década del 50 del siglo pasado, sino que “fascinaron” a sus pueblos -otro término derivado por su naturaleza populista- y aun gestaron momentos de esplendor para ellos, sin perder su visión única y de facción de la realidad, a la que convergen en un “relato ideologizado”.
Esta rémora del pasado hoy la repite el “kirchnerismo”, con el mismo formato agresivo, ¿o acaso ignoramos en Argentina que en la década de 1945/55 aprendimos a leer con las frases de “Perón me ama” o “Evita me mima”; que el acceso a la cultura se frenaba con el latiguillo de “zapatillas sí, libros no”; que el importante movimiento obrero que se gestaba desde 1920, con anarquistas y socialistas, se adocenó como “ramas partidarias”? Cuando el “modelo” pasó a una lucha clandestina, los diversos grupos montoneros, alentados desde Madrid, tomaron una premisa de acción propia de los muchos grupos en lucha en América Latina frente al despotismo militar... “profundizar, con acciones de todo tipo, las contradicciones fundamentales entre pueblo y antipueblo”... la lucha armada y la República perdida fueron las consecuencias inmediatas.
Hoy, estos cánones repetitivos han anulado el esfuerzo argentino “global” de ser un país con una cultura democrática progresista, que sea para “todos” el “bien común” y no para algunos un país pendular que se reproduce periódicamente. “Unitarios y federales, mitristas y alsinistas, peronistas y antiperonistas, campo y ciudad”, se hacen presentes con cada vez más fuerzas, en una nueva expresión de “facción” como lo es el kirchnerismo, con su fascinación popular expresada en otro de los elementos propios del fascismo, las manifestaciones simbólicas de las “movilizaciones populares”, gastos para las conmemoraciones del bicentenario, de la década ganada -¿o perdida?- y pago para los militantes que llevó Rossi desde Santa Fe.
En este escenario de “discurso único”, con “enemigos de clase”, sin control legislativo o judicial posible, reaparecen los grupos de militancia violenta -La Cámpora, el Grupo Evita-, con un condimento agravante, pues no hay “ideales” en juego sino que son estructuras armadas desde el Estado, muy bien pagas como lo ha reconocido el propio diputado peronista Julio Bárbaro (hoy “enemigo del régimen”).
La disociación nacional se acelera
Cierto que no existe una real oposición de propuestas serias, creíbles, desinteresadas en lo personal, para revertir este panorama.
La necesidad de la “unión” es obvia: pero si no puede ser una “unión ideológica” que sólo combinaría un fascismo por otro, debe ser una unidad en las ideas y la acción.
No debería ser la unión democrática, pero sí, quizás, la hora de los pueblos.
No debería ser un reparto “cooperativo” de áreas de acción política de un sector, sino un esquema estructural de gobierno democrático.
Los presidentes y líderes partidarios deberían ponerse a la altura de la historia, despejando el camino de sus egoístas candidaturas “personalísimas”, exclusivas y excluyentes, que ponen “el caballo delante del carro”, pues ya se “autodesignaron candidatos”, sin consultar ni a sus propios partidos.
Y esto la gente lo advierte, y se moviliza sin líderes, ni tutores... pero no puede llegar a hacerse de la República aún perdida sin partidos políticos y gobernantes electivos.
Como diría el inefable filósofo inglés Hamilton: cuando tengamos políticos que sean capaces de llegar a estadistas, es decir que no piensen sólo en “mirarse el ombligo” para ganar las próximas elecciones, sino alzar la nota para pensar en un Estado para las próximas generaciones que son nuestros hijos, la Argentina “al margen de la Constitución y la ley”... el país de la “anomia boba” (de Carlos Santiago Nino), con bajísimo nivel de cultura democrática e institucional, el país de la declamación y el “relato”, no el de “Argentina, a las cosas” (Ortega y Gasset), el país que no puede hacer la Revolución Ética que espera desde 1810, pues el “deseo de participar de la fiesta política es mayor que el asco a la fiesta política” (Verbitsky); cuando aquello y no esto ocurra, recién allí sí “se alzará orgullosa al mundo, a la faz de la Tierra” la República de los argentinos.