Crónica política

¿Quiénes son los responsables?

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Otra vez. El choque de trenes en Castelar deja al desnudo la malhadada política ferroviaria de la última década. Foto: DYN

 

Rogelio Alaniz

“Yo soy el presidente de este país. No voy a caer en la indecencia de atacar a presidentes anteriores, de echarles la culpa de los problemas actuales. Se entiende que siempre hay dificultades, pero yo soy el responsable, no quienes estaban antes”.

Charles de Gaulle

El señor D’Elía asegura que lo sucedido en la estación de Castelar fue el producto de una conspiración, una maniobra miserable de los enemigos de la patria para sabotear al gobierno nacional y popular. Según su ecuánime criterio, los responsables pueden ser el dirigente sindical Sobrero o, por qué no, el cineasta Pino Solanas. Conociendo el estilo del opulento piquetero oficialista, me llama la atención que en la volteada no hayan caído los judíos o el señor Magnetto.

Por lo pronto, los funcionarios del gobierno que promovió las reformas populares más importantes de los últimos 200 años, sostienen que la culpa de lo sucedido la tienen los choferes. Algo parecido intentaron decir hace más de un año en Plaza Once. ¡Curioso gesto solidario de un gobierno popular que cada vez que se le presenta un contratiempo no se le ocurre nada mejor que levantar el dedo y señalar a los trabajadores como responsables de lo sucedido! ¡Curioso! Hasta el momento no los escuché decir una palabra en contra de un canalla como Jaime o de un “impecable empresario nacional” como Cirigliano. Sobre estos caballeros, un respetuoso y venerable silencio, mientras no vacilan en acusar a los choferes que, como se sabe, son personajes a los que les encanta andar chocando trenes por la vida.

Por su parte, el ministro Florencio Randazzo, recupera sus aires de caballero de la reina y declara, ufano y justiciero, que a su gobierno no le pueden pedir que haga en un año los que otros no hicieron en cincuenta ¡Impecable! Como siempre la culpa la tienen los otros. Hace una semana se jactaban de la década ganada, ahora a través del sortilegio de los números nos venimos a enterar de que no hace diez años que están en el poder, sino uno. ¡Maravilloso! Y sobre todo muy coherente.

Según cifras estimables, el gobierno gasta más o menos diez mil millones anuales en subsidiar trenes, y la inversión no supera los 300 millones. Los vagones tienen entre cincuenta y sesenta años de antigüedad, pero la solución recuerda al truco de las viejas rameras que intentan disimular el ultraje de los años con una mano de pintura. Total, la culpa la tienen los choferes.

La señora, por su parte, recurrió a la filosofía. A la filosofía, a los azares del destino o a la magia negra. La conductora convocada por la historia para llevarnos a los argentinos al reino de la felicidad y la abundancia, no puede explicar qué sucede con los trenes. Tampoco podría explicar qué pasa con los aeropuertos, las autopistas y los transportes en general que se caen a pedazos. Ganamos una década, pero el déficit energético crece todos los días. Ganamos una década, pero Paraguay y Uruguay exportan más carne que la mítica Argentina de las vacas gordas. Ganamos una década, pero hasta la fecha el único campeonato real que estamos ganando es el de disponer de uno de los índices inflacionarios más altos del mundo. Ganamos una década, pero la Argentina se está cayendo a pedazos y lo sucedido en Castelar es la metáfora dolorosa e infame de un país sin presente y sin destino.

Digamos las cosas como son. No hubo ni tragedia ni accidente. La tragedia es única y exclusiva; no hay tragedia cuando los hechos se reiteran. Tampoco hay accidente, cuando lo sucedido opera en el campo de la lógica. Ni tragedia ni accidente. Previsibilidad. Si tengo un auto viejo sin frenos, sin luces, sin bocina y con neumáticos gastados, cuando choco no puedo decir que sufrí un accidente.

Casualmente, esta semana el juez Carlos Fayt dijo: “Los hechos son sagrados, pero el comentario es libre”. Muy oportuna la frase. Los hechos reales dicen que hubo tres muertos y más de cincuenta heridos. También pertenece al campo sagrado de la realidad el deterioro del transporte público, a contrapelo de los millones que se han destinado para que un puñado de sátrapas se hicieran millonarios.

Es que no hace falta arrojarse a la jungla de los números para admitir el “hecho sagrado” de que el sistema ferroviario es ineficiente, caro y peligroso. Alcanza y sobra con prestar atención a cómo viajan los pasajeros en los trenes que van desde el gran Buenos Aires a Capital Federal. Con las vacas serían más cuidadosos. A la pobre gente no la transportan, la arrean. El gobierno se queja de la mala suerte. Yo lo plantearía al revés. Diría que atendiendo al estado de los trenes y de las vías, al estado de la gestión pública y a la realidad diaria de cientos de miles de personas arreadas como animales, lo milagroso es que lleguen a destino en buenas condiciones.

Esta semana los jueces condenaron a Carlos Menem a siete años de prisión. Como diría mi tía, “la sacó barata”. Menem es senador, tiene más de ochenta años y seguramente habrá una apelación a la Corte Suprema. No, Menem no va a ir preso, pero lo importante es que la Justicia lo condene, que quede sentado el precedente de que los ladrones, no importan los cargos que hayan desempeñado, son condenados.

Creo que acerca de la corrupción de Menem no hay mucho que discutir. Fue un gobierno coimero, cínico y desvergonzado. Durante diez años sus funcionarios y favoritos se enriquecieron sin preocuparse demasiado por disimularlo. Alguna vez escribí en esta misma columna que en el futuro a los argentinos, a muchos de ellos, le daría vergüenza haber avalado con el voto a un régimen corrupto y a un personaje cuya miseria moral e intelectual era evidente.

Lo que no puedo perder de vista es que Menem no estuvo solo en esa faena. Que hubo funcionarios políticos y un Partido Justicialista que durante diez años lo apoyó incondicionalmente. ¿Como ahora? Como ahora. Recordemos. Muchos de los funcionarios que ayer fueron menemistas furiosos -empezando por la pareja que ha gobernado la Argentina en la última década- hoy son kirchneristas y si mañana las cosas cambian se sumarán jubilosos al nuevo líder de la causa. Como se dice en estos casos, los presidentes pasan pero el peronismo queda.

¿Fue el menemismo más corrupto que el kirchnerismo? Diría que fueron diferentes. Aquellos acumularon coimeando, estos acumulan comprando, sin renunciar, claro está al viejo y productivo hábito de las comisiones posibilitantes. Las dos gestiones pertenecen a la misma tradición. Que unos sean de derecha y otros de izquierda es un dato retórico, entre otras cosas porque al peronismo nunca le importaron demasiado esas categorías.

Lo seguro es que ambos se inscriben en la referida tradición. Y cada uno en su momento fue avalado por las estructuras de poder de esta fuerza política. Lo seguro es que las diferencias de relato no alcanzan a disimular algunas coincidencias centrales: el ejercicio absoluto del poder y el afán de perpetuarse en el mando. El relato menemista se escribió en clave liberal, el relato kirchnerista en clave nacional y popular. Ni uno ni otro creyeron en serio en sus relatos. Ni Menem fue liberal, ni los Kirchner nacionales y populares. Nunca defendieron convicciones o ideales, defendieron relatos. Ambos mantuvieron relaciones carnales con los Montoneros. En 1989, Firmenich contribuyó generosamente con plata para la campaña electoral y Menem pagó el favor con indultos. El kirchnerismo se abraza a esa tradición para legitimarse en un nuevo contexto histórico. Su relato invoca una épica de la que en el mejor de los casos ellos fueron protagonistas periféricos.

Si como enseñaba el general, la realidad es la única verdad, la realidad de los Kirchner no son los relatos, sino verdades contantes y sonantes cuya letra se escribe en sintonía con Báez, Ulloa y Jaime. Es que la realidad primera y última de los Kirchner no está en La Habana ni en Caracas, está en Santa Cruz, como la realidad de Menem no estaba en Mont Pelerin o en Chicago, sino en La Rioja, en Anillaco para ser más preciso.

Digamos las cosas como son. No hubo ni tragedia ni accidente. La tragedia es única y exclusiva; no hay tragedia cuando los hechos se reiteran. Tampoco hay accidente cuando lo sucedido opera en el campo de la lógica.