Preludio de tango

El “Rolo” Lesica

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Manuel Adet

En un cabaret de “cuyo nombre no quiero acordarme”, lo escuché cantar por primera vez. El tema -oh casualidad- se llamaba “Noches de cabaret” de Arturo Fiasche y Alberto San Miguel. “Mujeres muy hermosas por el salón caminan, buscando algún amigo que pague su licor y aquella francesita tan delicada y triste solloza por el hombre que un día la engañó”.

Allí supe que se llamaba Rodolfo Lesica. Y que el tango había sido grabado en 1952 con la orquesta de Héctor Varela. Diez años estuvo el Rolo con Varela. Fue una de las grandes relaciones de amor-odio del tango. En 1952 Lesica deja la orquesta para salir corriendo detrás de una pollera que dice vivir en Río de Janeiro. Regresa a los pocos meses con la frente marchita y Varela le perdona la falta. En 1957 organiza un a huelga contra la orquesta y otra vez el telegrama de despido. Como consecuencia de ello funda con Raúl Lavié, Alberto San Miguel y Alberto Marchese Los Ases del Tango. De esa experiencia queda para el recuerdo el tema grabado para el sello Roca-Víctor, “Si te llegara a perder”. También aquí nuestro muchacho tiene problemas. Una noche la policía se hace presente en una de sus funciones y lo llevan esposado. Los amigos se movilizan y allí se enteran de que está acusado de haber secuestrado a una menor. Después se supo que Lesica era inocente, pero durante unos días todos estuvieron con el Jesús en la boca, porque la vida privada del Rolo estaba muy lejos de ser un modelo de conducta.

En efecto, según sus amigos, Lesica fue el atorrante más simpático que tuvo el tango. Pintón, buen mozo, mujeriego, de una desfachatada simpatía, le gustaban todas y a nada le decía que no. A Héctor Varela le sacó canas verdes con sus faltazos e informalidades, pero a la hora de las definiciones siempre lo perdonaba porque el hombre se hacía querer y, además, cantando era bueno, muy bueno y es una lástima que su vida disipada le haya impedido administrar con más sensatez sus recursos interpretativos.

Rodolfo Lesica, en realidad Rodolfo Oscar Aiello, nació en la ciudad de Buenos Aires el 12 de noviembre de 1928. El Parque Chacabuco fue el barrio de su infancia y Zuviría fue la calle de sus primeras correrías. Su padre se llamaba Carmelo Aiello y su madre Catalina Puzello.

La pobreza merodeaba a la familia, pero la música siempre tuvo el lugar que se merecía. Don Carmelo fue un destacado bandoneonista y compositor. Pertenecen a su talento temas como la polka “El viejito del acordeón”, “Florcita porteña”, cantado por Argentino Ledesma y “Criollo de ley”, interpretada en su momento por Juan D’Arienzo.

Rodolfo desde pibe fue la oveja negra de la familia, mientras su hermano era el muchacho educado y prolijo. Cuando en 1940 don Aiello forma su orquesta, el hermano está en el piano, pero al poco tiempo se suma Rodolfo que con apenas doce años debuta y lo hace muy bien.

El escenario de sus primeras andanzas como cantor fueron los carnavales del club de Hurlingham. Los locutores lo presentan como Rodolfo Alberti. Su compañero de canto es Guillermo Coral, que al poco tiempo se incorporaría a la orquesta de Canaro, aunque la fama verdadera no la ganará con el tango, sino con el humor. Coral pasará a llamarse luego Guillermo Rico y con ese nombre integrará la troupe de La Cruzada del Buen Humor y, al poco tiempo, con el Pato Rafael Carret, Jorge Luz, Juan Carlos Cambón y Zelmar Gueñol constituirán ese excelente conjunto que será conocido como Los Cinco Grandes del Buen Humor.

La orquesta de Aiello actuará algunas temporadas en Radio Mitre y se mantendrá en los escenarios hasta 1945. Rodolfo regresa a la calle a ganarse la vida limpiado colectivos y después manejándolos. En algún momento asciende a la categoría de taxista. La pobreza no le impide salir de farra, compartir copas con los amigos y seducir mujeres. Una noche el destino le abre juego. El que en la ocasión sube al taxi se llama Héctor Varela que acaba de salir del Maipú Pigall. Rodolfo lo conoce y con su proverbial simpatía lo convence a Varela para que lo escuche. La leyenda dice que el primer tango se lo cantó mientras el auto se trasladaba por la ciudad. Verdad o no, lo cierto es que el 6 de junio de 1950, Rodolfo Aiello ingresa formalmente a la orquesta. Una anécdota merece contarse. A Varela el apellido Aiello no le gustaba para promocionarlo. Le propone que seleccione el nombre de alguna plaza o parque. Después de un recorrido por su memoria, Rodolfo le dice que en homenaje a su infancia el nombre adecuado es Chacabuco. Todos los presentes se murieron de risa y le dijeron que con ese nombre Chacabuco- el único lugar donde lo podían contratar sería en un hogar de ancianos. Finalmente se decide por Lesica en homenaje a la plaza del mismo nombre en el barrio de Caballito. De aquí en más será entonces Rodolfo Lesica, pero no con zeta sino con s.

La orquesta de Varela en esos años es una de las más taquilleras de la noche porteña. Sus sesiones musicales en el Chantecler y el Marabú o en los clubes porteños convocan a un público fascinado por una formación musical integrada por César Zagnoli en el piano; Hugo Baralis, Mario Abramovich y Roberto Guisado en los violines y Alberto Marchese, Alberto San Miguel y el propio Héctor Varela con los fueyes. Los cantores de estos músicos de lujo son Rodolfo Lesica y Armando Laborde. El presentador es un muchacho todavía poco conocido pero que en poco tiempo será uno de los grandes sucesos porteños de la radio y la televisión: Jorge Cacho Fontana.

El dúo Laborde Lesica produce temas tales como: “Un bailongo”, “Tal por cual” y “La carreta”. El momento de oro de la orquesta ocurre cuando se incorpora Argentino Ledesma. Dos temas se venden como pan caliente en esos años: “Fumando espero” cantado por Ledesma y “Canzoneta”, de Ema Suárez, la esposa de Héctor Varela interpretado por Lesica.

En 1957, Lavié reemplaza a Ledesma y con Lesica graban otro de los grandes temas de entonces: “Señora princesa”. En 1958, y luego de uno de sus habituales divorcios con Varela, se suma a la orquesta de Jorge Caldara y graba otro de los éxitos de su repertorio. “Pasional” de Caldara y Hugo Soto: “Te quiero siempre así, estás clavada en mí como una daga en la carne. Y ardiente y pasional, temblando de ansiedad quiero en tus brazos morir”.

Alrededor de sesenta temas han quedado grabados por Lesica a lo largo de más de treinta años de carrera artística. Allí se destacan, además de los ya nombrados, “No me hablen de ella”, “Paciencia”, “Mis consejos”, “Y todavía te quiero”, “Confesión”, “Volvé mi negra”. Con Carlos García graba “Corrientes y Esmeralda” y con Mario Demarco “Quiero verte una vez más” y “Rondando tu esquina”.

También pertenecen a su repertorio el bolero cantado con tiempo de tango llamado “Historia de un amor”, escrito por Carlos Eleta Almarán con motivo de la muerte de su esposa: “Ya no estás más a mi lado corazón, en mi alma sólo tengo soledad...”. En realidad la primicia de esa canción le pertenece a Libertad Lamarque y Alfredo Malerba, su esposo. Ellos en algún momento le confiaron a Lesica que iban a cantar ese tema y el Rolo ni lerdo ni perezoso lo habló a Varela y lo grabaron en tiempo récord. Lesica pensó que Lamarque no le iba a perdonar jamás esa travesura. Sin embargo no fue así. La gran Libertad quedó encantada con la versión del Rolo y cuando una noche lo encontró en un club lo felicitó con la mejor de sus sonrisas.

Rodolfo Lesica murió en Buenos Aires el 19 de julio de 1984. Tenía apenas cincuenta y cinco años, pero sus excesos, su vida disipada, sus calavereadas gastaron su garganta y lesionaron su corazón.

Diez años estuvo el Rolo con Varela. En 1952 Lesica deja la orquesta para salir corriendo detrás de una pollera en Río de Janeiro. Regresa a los pocos meses con la frente marchita y Varela le perdona la falta.