Pablo ingresando a la Armada.jpg

Los padres de Claudio Rivera se radicarán en Punta Alta, provincia de Buenos Aires, con uno de sus hermanos, pablo, que trabaja en la marina.

El valor de la familia

Desde Letonia, Claudio Rivera -un santafesino que vive en aquel país desde 2004- se comunicó con Nosotros porque quería publicar un texto de su autoría. Es un agradecimiento a sus padres por las lecciones de vida que le dieron y destaca “todo lo bueno que hemos vivido en Santa Fe”.

TEXTO. REVISTA NOSOTROS. FOTOS. GENTILEZA CLAUDIO RIVERA.

 

“En honor a mis padres y mi ciudad” es el título que Claudio Rivera le dio al texto que nos envió por mail para homenajear a sus padres y recordar su Santa Fe natal. Claudio actualmente vive en Riga, la capital de Letonia, pero se graduó como contador público en la Universidad Católica de nuestra ciudad e hizo un doctorado en administración de empresas. Actualmente, es director del Bachelor of Business Administration (similar a la licenciatura en administración de empresas) en la Riga Business School.

Su familia está dispersa por varios países: sus papás Reinaldo y Clara viven en nuestra ciudad; uno de sus hermanos, Pablo, es médico, vive en Punta Alta (Buenos Aires) y trabaja en la Marina, y el otro, Reynaldo, fundó en Roma una ONG internacional que trabaja por los derechos y el desarrollo de los niños, en particular en los países en desarrollo. Pero el hecho de que sus padres decidieran irse a vivir a Punta Alta le dio motivos para reflexionar respecto a su vida. A continuación transcribimos su texto.

“Ahora sé de dónde has salido” me diría Lester, un profesor norteamericano, luego de tomar un café conmigo y mis padres en el centro de Riga, capital de Letonia. Con el tiempo y a la distancia uno de a poco se va dando cuenta de que todo lo bueno que hay en nosotros se lo debemos a quienes han estado con nosotros en la infancia y la juventud.

Empiezo escribiendo estas líneas en una apacible tarde de viernes del verano de Riga, ciudad conocida como la “París del Norte” por sus grandiosos parques y haber tenido el privilegio de ser el lugar predilecto de descanso de los zares rusos.

Hace 9 años despegué en Ezeiza para comenzar la labor apostólica del Opus Dei en este país y así comenzar una aventura en el noreste de Europa. Hace 14 años que dejé mi querida ciudad de Santa Fe. Graduado en la Universidad Católica de Santa Fe, luego de pasar por un par de universidades, estoy a cargo de un equipo de profesores de los cinco continentes en la Escuela de Negocios de Riga.

LA FAMILIA

Somos una familia “de expansión”. Mi hermano Reynaldo partiría hacia Roma en el 2005 donde ha fundado una ONG internacional que trabaja por los derechos y el desarrollo de los niños, en particular en los países en desarrollo. Mi hermano Pablo, luego de graduarse de médico en la Universidad del Litoral, ingresaría en la Armada Argentina, adonde sirve desde su profesión en la Escuela de Suboficiales.

Cuando miro para atrás a estos años de “trotamundos” no puedo menos que decir gracias, muchísimas gracias, a aquellas personas que durante mi niñez y juventud me han ayudado a elegir correctamente y a contar con la pasión y la energía para llevar adelante proyectos ambiciosos.

Un lugar único ocupan mis padres, Reinaldo y Clara, que -en el día a día y durante muchos años- fueron sentando las bases y especialmente porque cuando a mí y a mis hermanos nos llegaron oportunidades grandes apoyaron nuestras decisiones con una generosidad impresionante.

Durante estos años he tenido la oportunidad de conversar, trabajar e impartir clases a personas de diferentes países, edades, condiciones sociales. Esta experiencia me ha ido llevando a concluir cada vez más que la familia es el don más grande que Dios puede darnos.

La familia es el lugar donde nuestro carácter se desarrolla, donde nuestras inteligencias alcanzan la sabiduría que la escuela no puede dar, donde aprendemos a querer lo bello y lo limpio, donde el servicio a los demás se puede convertir en un hábito.

Un hombre sin familia es un hombre pobre. La mayor parte de mi experiencia en Europa ha sido en países del antiguo bloque comunista: países Bálticos, Rusia, etc.. La institución familiar aquí se está redescubriendo luego de cincuenta años de flagelo soviético. Se nota, así, el valor tan sagrado que al menos mientras estaba allí se conservaba en la sociedad santafesina y argentina: la reunión en torno a la mesa familiar, el domingo compartido, las vacaciones juntos, la protección que ofrece el encuentro diario con papá y mamá.

EL CORAZÓN EN EL LUGAR CORRECTO

Cuando ahora recuerdo aquellas “pérdidas de tiempo” diarias de mis padres para estar conmigo, aquellos “esfuerzos” para que me divierta con los juguetes poco avanzados de aquellos tiempos, la paciencia para enseñarme y ayudarme a vivir la Fe, los gestos constantes para que sonría y el seguirme a diario para que me “porte bien”, no puedo menos que ver allí la fuente desde donde adquirí la empatía para comprender a tantas personas y el ritmo de trabajo para llegar a tantas cosas. Dicen en Europa que los argentinos tenemos esa “gracia tan especial”. Pienso que esa “gracia tan especial”, que es mucho más que “la avivada”; viene principalmente de ese contacto diario y constante con nuestro círculo familiar.

Muchas veces me han preguntado sobre mi familia aquí. Las dos ideas que siempre me vienen son las de “tiempo compartido” y “el valor de lo pequeño”. Siendo profesor de escuela de negocios, el hecho de haber contado con una familia sólida me ha ayudado siempre a mantener el corazón en el lugar correcto. Más allá de las ambiciones profesionales, nada puede reemplazar o superar el valor del “tiempo compartido” y la importancia del “valor de lo pequeño”, de lo que quizás no reluce tanto.

Hace unas semanas iba caminando por las calles de Kazán, capital de la República de Tartastán. Estaba pasando unos días de seminarios y presentaciones. Me sentí un poco extraño y de algún modo solo. Era la primera vez que estaba en una ciudad no cristiana y asiática.

Fui a buscar una Iglesia Católica adonde pudiera ir a misa. Grande sería mi alegría al encontrarme en la única Iglesia Católica de la ciudad con un sacerdote argentino, de Córdoba. Me sentí nuevamente como en casa. De alguna forma, ese don argentino de la cordialidad y de la acogida es inigualable y con el tiempo y “lejos de casa” se echan en falta.

QUERIDO COLEGIO DON BOSCO

Alguna vez, en mi querido Colegio Don Bosco, había soñado con emprender mi carrera profesional en tierras lejanas. Jamás realmente me lo plantearía seriamente. Cómo agradezco ahora tanto empuje que mis padres me darían para que no me conformara con metas pequeñas. Las grandes metas están compuestas de cientos o miles de actos de servicios constantes y pequeños, y esto es lo que uno sólo puede aprender en una familia.

Finalmente, no quiero dejar de mencionar la enseñanza más grande que me han dado mis padres: la fidelidad. Más de cuarenta años de casados, en las buenas y las malas, en la salud y en la enfermedad... Se dice pronto, pero en una sociedad en la que nos hemos acostumbrado a “descartar y reemplazar”, el valor de la fidelidad resalta como oro puro. Gracias, padres, por este ejemplo ¡que espero seguir hasta el final!

La vida me ha llevado muy lejos, y aunque extraño el día a día de nuestra familia y nuestra querida cuna de Santa Fe, como diría algún autor, un corazón que tiene un lago que llenar no puede rociar el mundo...

 
Con mis padres en Letonia.jpg

El santafesino vive en Letonia y reflexionó sobre la importancia de la familia para las personas.