¡La bandera!

¡La bandera!

El jueves recordamos la creación de nuestra bandera, esa metáfora, ese símbolo poderoso. Y en las escuelas, todos los días hay hermosos y secretos contratos diarios con ese pedazo de Argentina que se eleva y los pequeños alumnos presentes. Esta semana en el toco enseñamos la enseña. Venimos de canto.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

 

La primera línea es engañosa: te invita a cantar en conjunto porque el tono es casi monódico, “fácil”, posible: “alta en el cielo, un águila guerrera...” Pero el segundo verso te desbarranca, te saca afuera, genera gorgoritos y gallos, patinadas y desafinadas varias. Es para audaces literalmente: “audaz se eleeeeeevaaaaaa” y te permite luego un respiro en vuelo triunfal. Azul un ala es simpática, porque tiene como una bajadita (profesores de canto, músicos, abstenerse: estamos escribiendo, es otro arte, diferente, con sus propias reglas, lo siento; yo no toco la mandolina, ustedes no escriban, canejo) que te da cosquillas, como cuando en auto bajás rápido una lomada, del color del cielo mantiene el tono general bajo y accesible y engañoso de buena parte de los segundos hemistiquios (tomá: se los dije).

Y repite azul un ala y esta vez en lugar de bajar la lomada te vas al carajo del color del maaaaaar. En ese caso, la bajada te saca de la senda, te eleva y te desparrama. Caés o subís no importa- y todo el curso o toda la escuela viajan agudamente. Empiezan las miradas de reojo, ciertas sonrisas compinches enmascaradas en la responsabilidad de continuar, de mantener las formas.

Después la canción se vuelve clara pero oscura, tiene palabras difíciles y cosas que no se entienden, los escritores ganan pero pierden prestigio con versos algo petulantes, mientras los músicos encuentran y mantienen el tono, así en el alta aurora irradial. Después nos obligan a nosotros, los pequeños, a decir, a cantar, punta de flecha el áureo rostro imita. ¡Andá a saber qué cosa es el áureo rostro! Como ya venimos yendo y viniendo de los bajos a los agudos, en punta de flecha nos vamos de nuevo parriba con resultado dispar...

En la primaria, teníamos una Estela en el curso, así que en el verso siguiente todos cantábamos pero le espetábamos en el áureo rostro mismo y forma esteeeeeela mientras volvíamos a sonreír frescos e irreverentes. Encima Estela tenía bajadita con cosquillas de nuevo al purpurado cuello, y después, se sabe el ala es paño y el águila es bandeeeeera: todos a viajar, a flamear, allá arriba...

Después viene esa parte final, más ceremoniosa, que es la bandera de la patria mía, del sol nacida, que me ha dado Dios, verso sentido que se repite trepando hasta el final alargado que nos obliga a los santafesinos, comedores profesionales de eses, a pronunciarla y estirarla...

La canción, esta vez lo dice el Fenoglio adulto, es bellísima, una de las más lindas canciones de ceremonial. La letra pertenece a Quesada e Illica y la música a Héctor Panizza. Illica era italiano, escribió el libreto de una ópera (Aurora) por encargo del gobierno argentino, y la escribió en... italiano. Más adelante se tradujo y lo que desafinábamos en la escuela es en realidad una parte mínima, el aria.

Hoy en las escuelas del país conviven “Aurora” con otras canciones, muchas de ellas del folclore, que tienen un lenguaje más actual y son de más fácil ejecución. En todos los casos, con o sin aurora, el acto cotidiano de izar la bandera es un momento de encuentro con lo que somos y seremos. Aunque como eso suena terriblemente ceremonioso y fuera de escala, buscaremos otro tono más cotidiano y concreto. ¿Izar lleva o no lleva hache? Asta acá llegamos...