En Familia

¡No pierda la paciencia!

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Rubén Panotto (*)

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El escritor Christopher Shaw, en su libro “Alza tus ojos”, describe que “vivimos tiempos donde esperar es cada vez más desagradable. En otras épocas la espera se medía en días y meses. Sin embargo, hoy consideramos demora el tiempo que nuestra computadora tarda en abrir un programa, o el microondas en calentar un café, o el semáforo en cambiar de rojo a verde”. La impaciencia se ha instalado con tremenda prepotencia en nuestra sociedad, y aun cuando la espera sea ínfima, nuestra inquietud desbordada no controla los sentimientos de ansiedad. Es común confundir a una persona paciente con alguien de una pasividad inoperante, prejuzgándolo de ser un sujeto de carácter débil y pusilánime. Por el contrario, la paciencia es la fortaleza de espíritu para recibir con serenidad el dolor y las pruebas que la vida nos imponen sin nosotros poder hacer nada para evitarlo. Disfrutar cada instante es sólo posible practicando la paciencia, capacidad que nos permite analizar el origen de nuestros problemas y buscar la mejor manera para solucionarlos.

En los demás y en nosotros

La paciencia no es precisamente una virtud de los jóvenes-adolescentes, pero sí debiera ser uno de los rasgos de una personalidad madura. Si bien pretendemos exigir paciencia a los demás, debemos comenzar por aplicarla en nosotros mismos. El primer taller de paciencia es la casa, la convivencia, la familia. Para ejercerla son necesarios otros elementos imprescindibles como la humildad y el amor. En la mayoría de las noticias de violencia intrafamiliar y de género, detectamos claramente que esos elementos no existen, y en su lugar surgen como malezas del espíritu la altivez y el desprecio. Cada día, a todos se nos presentan situaciones que nos ponen de mal humor: el teléfono que no funciona, se cayó el sistema, el excesivo tráfico, un piquete, el olvido de una cita, o tener una visita en el momento menos oportuno. Reconocemos que éstas son contrariedades no trascendentes, pero igualmente nos roban la paz. Es precisamente en estos sucesos menores donde debemos aplicar y ejercitar la paciencia. La pregunta es: cómo obtenerla o dónde conseguirla.

La paciencia no se aprende sino con la práctica. La recientemente desaparecida Margaret Thatcher conocida como “La mujer de hierro”, dijo una vez: “Soy extraordinariamente paciente, con tal de que al final me salga con la mía”. Cuando todo sale conforme a lo que deseamos y esperamos, es fácil mostrarse paciente. La verdadera prueba de paciencia viene cuando nuestros derechos son violados o negados, cuando nuestros planes y proyectos son coartados por situaciones no buscadas, o inaceptables como la enfermedad, la pérdida, la crisis económica, las catástrofes naturales, etc., que afectaron la vida desde sus comienzos. Algunas personas creen que tienen el derecho de enojarse ante las pruebas y todo aquello que les irrita, y aparece la impaciencia como una ira santa.

La Biblia menciona que es un fruto del Espíritu de Dios, diciendo: “Nosotros también,... despojándonos de todo peso y del pecado que nos asedia, corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante”. La recomendación final del salmista presenta a la paciencia como un camino para conocer a Dios: “... estén quietos (pacientes), y conozcan que yo soy Dios...”.

(*) Orientador Familiar