Mesa de café

Cristina en Paraná

Remo Erdosain

José nos cuenta que estuvo en Paraná acompañando a la presidenta.

—¿La acompañabas o te llevaron? -pregunta Marcial a quien recién Quito le acaba de servir su consabida taza de té.

—Yo fui con unos compañeros en auto, y así fue la mayoría.

—¿Y entonces, para qué los ómnibus y el olor a choripán y tetrabric barato? -insiste Marcial.

—Dejemos las chicanas a un lado por un rato y que José nos cuente de una buena vez lo que pasó en el acto -digo conciliador.

—Fue un acto muy bueno, muy popular, muy masivo. La presidenta estuvo brillante como siempre y, a juzgar por lo que allí pasó, hay Cristina para cien años.

—Eso es lo que se llama una evaluación mesurada y objetiva -sentencia Marcial.

—Lo que no podés negar es que hubo mucha gente y que Cristina cosechó aplausos por los cuatro costados -responde José.

—También hubo muchos versos -acota Abel.

—¿Por ejemplo?

—El del puente; hace años que se viene hablando de ese tema y allí nos quedamos.

—Eso es lo que vos pensás -refuta José-, el puente se va a hacer porque hay decisión política y hay plata.

—¿Fue un acto de campaña electoral o un acto institucional? -pregunta Marcial con su habitual mala fe.

—Fue un acto popular que contó con la adhesión de intendentes, gobernadores y candidatos.

—Todos unidos triunfaremos -bromeo.

—Para que se queden tranquilos, Cristina se ocupó en decir que era la presidenta de todos lo argentinos, de los que la votaron y de los que no la votaron.

—¡Qué conmovedor! -exclama Marcial.

—Lo que yo no sé, es qué hacía Bonfatti en ese lugar -se pregunta Abel.

—Va porque es gobernador y va para hacer buena letra, porque si no no le dan un mango y, entonces, los mismos que hoy se quejan porque sale en una foto con la señora, mañana van a salir a la calle reclamando sueldos adeudados.

—Lo entiendo, lo entiendo -acepta Marcial-, pero para todo hay un límite. La semana pasada se fue a los Estados Unidos con Timerman para defender la causa de Las Malvinas; ahora se sube al escenario montado para la campaña electoral.

—No es tan así -intervengo-, lo de Estados Unidos puede verse también como un excelente pretexto para no estar en el palco el Día de la Bandera; y lo de Paraná puede leerse como un gesto institucionalista. Bonfatti no es un jefe opositor o un rebelde a la violeta. Es el gobernador de la segunda provincia del país, y como tal tiene que comportarse.

—Con un gobierno para quien el Estado y el partido son una sola cosa -reprocha Abel.

—Lo será para el gobierno, pero no para Bonfatti -respondo.

—La prueba de que se trata de un acto proselitista -puntualiza Marcial- es que Obeid, el primer candidato del kirchnerismo en la provincia, estaba en el palco.

—Obeid pudo haber estado como ex gobernador; no te olvides de que lo fue dos veces.

—Yo no creo que haya sido por su condición de ex gobernador, sino por su condición de cabeza de lista del Frente para la Victoria -insiste Abel.

—Quién lo ha visto y quién lo ve; hace un año era un opositor furioso de los K y ahora es un manso candidato oficialista -acusa Marcial.

—Alguna factura le pasaron -reconoce José.

—¿Cuándo? -pregunto.

—Y, cuando la señora dijo que Urribarri era un gobernador leal, porque a los leales -añadió- se los pone a prueba en los momentos difíciles y, la verdad sea dicha, en ese momento, en el momento en que el país parecía que iba a estallar con la movilización del campo, Urribarri estuvo al lado de la presidenta mientras que Obeid se puso en contra.

—Yo creo que todo tiene su explicación -reacciona José-, Urribarri se puso del lado de la presidenta porque era el gobernador y necesitaba plata: mientras que Busti y Obeid se pusieron en contra porque podían darse ese lujo y, además, no nos olvidemos, era muy difícil posar de oficialista en provincias que viven fundamentalmente del campo.

—Pero acordate -señalo- que Obeid en su momento se fue de boca contra el gobierno; incluso se negó a votarle las leyes y en algún momento se ilusionó con arreglar con Reutemann: el corredor como candidato a presidente y él como gobernador de la provincia.

—Todo eso es cierto -admite José-, pero la provincia tiene esas vueltas. Obeid es peronista y juega con las cartas que tiene, no con las que quisiera. Además, convengamos que en su momento tuvo sus razones para tomar distancia de los Kirchner. El tema del campo no fue una cuestión menor, pero según me lo dijo un pajarito, Obeid estaba muy fastidiado con los Kirchner por los desplantes que le hacían.

—¿Cómo es eso? -pregunta Marcial.

—Convengamos que los K no son muy afectivos en el trato con su gente. Mandan y verduguean como si fueran militares. A ellos les gusta que la tropa se subordine y nadie abra la boca. Y hay políticos que consideran que es necesario abrir la boca.

—¿Obeid es uno de ellos?

—Claro que lo es.

—Sin embargo, ahora se lo ve muy modosito al lado del poder -enfatiza Abel.

—Así son las cosas en política.

—Así son las cosas en el peronismo -subraya Marcial.

—De todos modos, todos están convencidos de que Obeid va a salir tercero y cómodo.

—Según se dice, la jugada es usarlo a Obeid en esta coyuntura y después jugar con la señora Bielsa en 2015.

—¿Y a Obeid?

—Dicen que lo arreglan con la embajada en Cuba.

—¿Y de Massa qué se sabe? -pregunto.

—Massa y Scioli piensan lo mismo -sostiene Abel-, están esperando una señal para armar rancho propio.

—No les va a resultar fácil -advierte José.

—A la que no le va a resultar fácil es a Cristina -digo-, tal como se perfilan las cosas para octubre, le espera una paliza.

—Lo mismo dijeron hace dos años y después la paliza de votos se la dimos nosotros.

—No creo -digo- que Scioli y Massa sean la alternativa al kirchnerismo.

—¿Y se puede saber por qué? -pregunta José curioso.

—Porque son los mismos que en los noventa fueron menemistas, después duhaldistas, luego kirchneristas y ya se están preparando para un próximo trasbordo.

—Todo cambia -expresa Abel.

—Todo cambia -contesto-, pero el peronismo sigue: ayer Menem, hoy Kirchner, mañana al que le toque. Y el que llegue no vacilará en decir que el anterior gobierno no era peronista.

—Si le vamos a creer a los peronistas -apunta Marcial-, ellos nunca gobernaron. Menem era un vendido a los yanquis y los Kirchner son zurdos. O sea que después de veinte años de poder avalado y disfrutado por todos los peronistas, nos venimos a enterar de que el peronismo verdadero nunca gobernó.

—A mí lo que no me cierra con estos muchachos -resalta Abel- es que no sepan todavía si van a ser oficialistas u opositores.

—Eso demuestra -digo- los compromisos que tienen con el pasado y, al mismo tiempo, las ganas de liberarse de esos compromisos.

—Ellos condicionan su accionar a lo que les digan las encuestas -comenta José- en este sentido son políticos muy modernos.

—Vos perdoname -respondo-, pero si eso es ser moderno yo prefiero ser antiguo.

—No comparto -concluye José.

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