Preludio de tango

Eduardo Bianco y “El tango de la muerte”

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Manuel Adet

En 1929, el violinista argentino Eduardo Bianco escribió en Europa el tango “Plegaria”. Lo escribió y le puso música. La letra es mala, convencional e incluso con procedimientos literarios anticuados en un género donde ya Manzi y Discépolo habían logrado algunos de sus grandes poemas y en un ambiente musical, donde las orquestas de De Caro y Fresedo, por ejemplo, le habían otorgado al tango calidad y elegancia.

Decía que la música no es mucho mejor que el poema, pero cuenta con un ritmo lúgubre y solemne que a algunos críticos les va a resultar interesante. El tango “Plegaria”, Bianco se lo dedicó al rey de España, Alfonso XIII, el mismo año en que el monarca abdicaba y se iniciaba la experiencia de la república, a la que Bianco va a detestar calurosamente.

Su afición a ganarse la simpatía de los poderosos no era nueva. A él le encantaba frecuentar el ambiente del llamado jet set internacional. Aristócratas, nobles decadentes, millonarios derrochadores y parásitos sociales eran sus modelos preferidos. Sin ir más lejos, ese mismo año le dedicó el tango “Evocación” a Benito Mussolini. No conforme con ello, ocho años después honrará al Duce con el tango “Destino”.

Bianco era un personaje muy conocido en Europa. Había llegado a París en 1924 y, según los críticos de su tiempo, era un buen violinista que, además, sabía tocar tanto el piano como el fueye, y se las ingeniaba para cantar aceptablemente. Sus primeros pasos como músico los dio con el bandoneonista José María Schumacher y el pianista Luis Cosenza. Después estuvo con Genaro Espósito y el célebre Manuel Pizarro. Pero la fama la ganó cuando se asoció con Juan Bautista Deambroggio, el conocido “Bachicha”, un bandoneonista que había dado sus primeros pasos de la mano de Roberto Firpo.

La orquesta típica Bianco-Bachicha, hizo su primera presentación en el cabaret “Palermo”, ubicado en la planta baja del famoso “Garrón”. Después se sumaron a la orquesta Horacio Pettorossi, el baterista Mario Malfi y el fueye de Mario Lomuto. Fiel a la moda de esos años, los músicos se presentaban en el escenario vestido de gauchos. Más que un concierto de tango, lo que hacían un show de dudosa calidad musical, al punto que muy bien podría decirse que semejante espectáculo jamás se hubieran atrevido a dar en Buenos Aires, porque habrían quedado en ridículo o los habrían abucheado sin compasión.

Pero en la Europa de aquellos años todo lo que viniera de la Argentina con título de tango, valía. Fue así como esta formación musical recorrió los principales escenarios de la Costa Azul e incluso llegaron a hacer algunas presentaciones en Estados Unidos. Bianco mientras tanto tejía relaciones con las clases altas y, muy en particular, los dirigentes políticos de la extrema derecha. Con muy buenos fundamentos, Enrique Cadícamo les advertía a los músicos argentinos recién llegados a París, que delante de Bianco se cuidaran de hablar de política porque era un agente secreto de los nazis, motivo por el cual había sido detenido por la policía francesa en 1937.

Sin embargo, sus relaciones con los seguidores de Hitler, no le impidieron pasar una larga temporada en la URSS y sorprender a Stalin con el tango. El hombre, como se puede apreciar, era de una sorprendente flexibilidad ideológica, aunque, bien mirada la cosa, puede que entre Hitler y Stalin no hubiera demasiadas diferencias.

Bianco se relaciona con los nazis a través de Eduardo Labougle, el embajador argentino en Berlín y un reconocido admirador de Hitler, además de un fanático antisemita. Labougle se desempeñó como diplomático argentino en Alemania hasta 1939. Fue durante esos años que se preocupó por instalar el tango entre los jefes nazis.

Según Joseph Goebbels, esa música inventada en Buenos Aires podía llegar a ser una excelente alternativa al jazz norteamericano creado por los negros, una raza que le despertaba tanta repulsión como la de los judíos.

Goebbels lo escuchó a Bianco por primera vez en un teatro de Berlín y quedó fascinado. Había asistido al concierto acompañado por su esposa Magda y al concluir el espectáculo se hizo presente en los camerinos para manifestarle su admiración al violinista argentino.

Poco tiempo después, Labougle organiza un asado en la embajada que cuenta con la presencia del propio Adolfo Hitler acompañado de sus principales colaboradores. El Führer apreció la calidad de la carne argentina y, según dice, quedó encantado con los tangos. En la reunión, estaban presentes todos los músicos de la orquesta de Bianco, incluido Lomuto, cuyas simpatías por el fascismo eran indisimulables. Como para que en la ceremonia de la obsecuencia nada faltara, el bandoneonista Juan Pecci se ofreció para cocinar y servir personalmente a Hitler.

En la ocasión, la orquesta interpretó el tango “Plegaria”. A la letra, los alemanes no le prestaron demasiada atención, porque la mayoría ignoraban el español, pero a Hitler le encantó el tono solemne de la música, al punto que solicitó que la interpretaran una vez más. Según trascendió luego, Goebbels le dijo a su esposa: “Yo sabía que Adolfo era un sentimental”.

Bianco regresó con su orquesta a la Argentina a fines de 1943. El fascismo estaba siendo derrotado en Europa, pero contaba con buena audiencia política y social en Buenos Aires. Sin embargo, y más allá de sus simpatías por el régimen militar de aquellos años, a Bianco no le fue bien con su orquesta. El fracaso se entiende. Una cosa era interpretar tangos para europeos deseosos de consumir versiones pintorescas, y otra muy diferente era competir con las orquestas de Troilo, Pugliese o Di Sarli. Dicho con otras palabras, comparada con las grandes formaciones musicales de la década del cuarenta, la orquesta de Bianco sonaba a lata.

Eduardo Bianco nació en Rosario el 28 de junio de 1892. Sus padres quisieron que hiciera música clásica y lo alentaron con el violín. Siendo muy joven se instaló en Buenos Aires, pero después de algunos intentos que culminaron en el fracaso, viajó a Europa donde llegó a ser uno de los músicos argentinos más famosos y populares de su tiempo.

Agobiado por el asma y dolido por el escaso reconocimiento en su país de origen, Bianco murió el 26 de agosto de 1959. Ya para entonces se sabía que su tango más famoso, “Plegaria”, había sido usado por los nazis para “animar” las ceremonias macabras de exterminio en los campos de concentración. En efecto, Hitler no se quedó con que el tango “Plegaria” le gustaba y nada más. Después del asado en la embajada, le ordenó a sus colaboradores que recopilaran esa música para usarla en los campos de concentración. Fue allí que “Plegaria” empezó a llamarse “El tango de la muerte”. El espectáculo estaba minuciosamente organizado. Mientras los judíos marchaban hacia las cámaras de gas, una orquesta integrada por músicos judíos interpretaba “Plegaria”.

El poeta Paúl Celan, detenido en el campo de Janowaska, nunca olvidó esas circunstancias y esos acordes. Cuando años después recupera la libertad, escribirá uno de sus poemas más bellos y terribles. Y lo titulará “Muerte en fuga” en “homenaje” al tango escrito por Bianco.

Para evitar confusiones, importa señalar que antes de “Plegaria” hubo otros poemas y composiciones musicales que se llamaron “El tango de la muerte”. Sin ir más lejos, Carlos Gardel grabó en 1922 una de esas versiones escrita por Alberto Novión. Lo mismo hizo tiempo después Francisco Canaro. Por su parte, el director de cine José Agustín Ferreyra, filmó en 1917 una película titulada “El tango de la muerte”. La música era de Adolfo Mackintoosh. En todos los casos, la muerte es el tema inspirador, pero ninguna de estas versiones estuvo a la altura siniestra de “Plegaria”.