mesa de café

Obeid y Carignano

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Remo Erdosain

 

Otoño apacible, hecho para celebrar la amistad en una mesa de café conversando, leyendo los diarios y, en la mayoría de los casos, discutiendo. Miro una publicidad electoral y comento: Carignano volvió a la política.

—¿Y se puede saber con quién? -pregunta José.

—Bueno... encabeza la lista de Cachi Martínez y seguramente peleará votos con Obeid.

—No me sorprende -digo.

—¿Y se puede saber por qué no te sorprende? -pregunta Abel.

—Porque es un añejo duelo que, como los personajes de “Novecento”, estos caballeros sostienen desde hace casi medio siglo.

—¿Podés ser un poco más explícito? -reclama Marcial.

—Es el viejo duelo entre el Ateneo y el Integralismo, entre los colegios mayores de los curas y las residencias de los mozos del comedor universitario, entre el peronismo que descubre a Perón en una misa y el peronismo que descubre a Perón leyendo al Pepe Rosa.

—También a Primo de Rivera -dice Marcial.

—Puede ser -asiento.

—¿Y quién era más peronista? -pregunta Abel con un cierto tono de ingenuidad.

—Los dos eran peronistas, pero a su manera.

—¿Cómo es eso?

—Obeid era del Ateneo clerical y moralista -explico- pero su biografía personal era la de un peronista clásico, con sus picardías, generosidades y compadreadas. Carignano pertenecía al Integralismo. El nombre de la agrupación evocaba alguna formación católica europea de extrema derecha.

—¿Y ellos eran de derecha?

—Ellos te hubieran respondido que no eran ni de derecha ni de izquierda, sino nacionales -señalo.

—Muy nacionales -expresa Marcial- pero sus lecturas estaban integradas mayoritariamente por escritores de derecha.

—Carignano, según tengo entendido -comento- era de San Luis y había empezado a estudiar en Córdoba. Su militancia la inició en el Integralismo de Córdoba, que allá eran más católicos que peronistas, por lo menos eso fue lo que me dijeron, porque, por ejemplo, el otro que era del Integralismo de Córdoba y vino a Santa Fe, era el Negro Ávalos, peronista hasta por la manera de cantar el “Arroz con leche”. Chaqueño y peronista, lo cual es un trago fuerte.

—O sea que el Integralismo clerical de Córdoba era muy parecido al Ateneo santafesino.

—En algunos aspectos sí.

—Por lo que Carignano muy bien podría haber sido del Ateneo.

—Puede ser, pero no lo fue ni me lo imagino.

—¿Era Montonero?

—Ni por las tapas. Era demasiado trenzero, demasiado peronista de la guardia vieja para tragarse el verso del Perón socialista.

—Sin embargo, algunas veces hablaba del socialismo nacional -recuerda Abel.

—Picardías de peronista -respondo-. Los integralistas tenían de socialistas como yo de astronauta.

—Pero vos eras amigo de ellos -apunta Marcial.

—La amistad era personal, no política y era una amistad forjada alrededor de un vaso de vino servido en bodegones como el Miami, el Gringo Negro o el Torino -contesto.

—A mí, me consta que alguna vez dijeron que eran de las FAR -acusa José .

—Otra picardía para hacer enojar a los del Ateneo que ya estaban identificados con Montoneros. El Integralismo tenía que ver con las FAR como yo tengo que ver con los cátaros.

—¿Y Obeid era Montonero?

—Lo pudo haber sido al principio, de hecho fue el responsable político de la Regional II, pero cuando los muchachos empezaron a discutirlo a Perón se rajó como si hubiera visto a Mandinga. Además hay una cosa: Obeid debe ser uno de los pocos peronistas vivos que conversó con Perón.

—¿Y alguno de los dos alguna vez fue marxista?

—Es como si me preguntaras si alguna vez el Polaco Goyeneche cantó con “Los ratones paranoicos”.

—¿Hablaban en las asambleas?

—Los dos eran oradores. Obeid tenía más el estilo que los curas le habían enseñado; Carignano era más de barricada. Obeid era flaco, desgarbado, y amigo de irse a las piñas enseguida; Carignano era un gringo que vestía como un dandy y tenía una pinta de duro al estilo Steve Mc Queen. Los dos, a su manera, eran amigos de las consignas incendiarias y, al mismo tiempo, los dos eran duchos para las roscas y los arreglos por debajo de la mesa.

—¿Tan jovencitos?

—Sí, tan jovencitos. Es más, aunque no lo crean, apostaría a que aquéllos fueron sus años de oro, no porque después no hayan hecho grandes cosas, pero en aquellos años estaban en la plenitud de sus luces, eran como esos cachorros de tigre, con todos los instintos vibrando a flor de piel.

—¿Y con las mujeres?

—En eso eran como los montoneros, pero los de antes: atropellaban con la lanza y no le perdonaban la vida a nadie.

—¿Nunca se entendieron entre ellos?

—Se entendían, pero no mucho. Además, había otra cuestión: Carigano era de Derecho y Obeid de Química. Como en el tango, esas diferencias se notaban por la manera de fumar, de vestir, de estar parados.

—¿Fueron las cabezas de sus agrupaciones?

—No lo sé bien. En mis tiempos, el orador del Ateneo era Juan Parteni, mientras que en el Integralismo el negro pícaro y simpático era Ávalos.

—¿El Ateneo no había sido comando civil en 1955?

—Lo habían sido, pero después descubrieron que metieron la pata y se autocriticaron.

—¡Ahhh! -exclama Marcial.

—Es más, el cura estrella de la resistencia a la dictadura peronista había sido el padre Leyendecker. Tan estrella que hasta Perón lo nombró en uno de sus discursos.

—¿Y qué tiene que ver Leyendecker con lo que estamos hablando?

—Que fue el cura que designó monseñor Fasolino para hacerse cargo del Ateneo después de 1955.

—Pero seguramente no le habrá gustado que los muchachos se hicieran guerrilleros.

—Más o menos. Al principio les dieron manija, pero después se dieron cuenta de la bestia que habían alentado y quisieron frenar la cosa, pero ya era tarde. Además, ellos eran curas, no peronistas. Cuando los sacerdotes para el Tercer Mundo decidieron sumarse al peronismo, el cura Rosso, por ejemplo, dijo: ‘Hasta aquí llegó mi amor... yo peronista no me hago ni mamado...’ .

—Eso le valió ser acusado por algunos dirigentes del Ateneo de cura gorila -puntualiza José.

—Cuando Atilio escuchaba esas acusaciones se moría de risa.

—Volvamos a Perón: ¿Obeid y Carignano eran buenos peronistas?

—Cada uno lo era a su manera. A Carignano le encantaban las virtudes de Perón, pero también sus mañas y picardías. A esa singular mezcla ellos la llamaba “el arte de conducir”.

—¿Y Obeid?

—Con una retórica más de ingeniero químico, pensaba lo mismo. Amaban a Perón, pero también amaban sus agachadas. Ellos fueron los inventores del argumento de las “tácticas geniales del viejo”, cada vez que Perón desde el exilio hacía exactamente lo contrario de lo que ellos decían.

—¿Carignano también pensaba eso?

—Él sostenía que los conductores no se hacen, nacen.

—Fórmula mágica y mística si la hay.

—Decían que Perón debía tomar decisiones con lo que tenía y que a un buen rancho se lo hace con paja, barro, pero también con bosta. Les encantaba esa versión de un Perón arreglando con Dios y con el Diablo. Soñaban con ser peroncitos.

—¿Ahora siguen soñando lo mismo?

—Yo creo que estos muchachos hace rato que dejaron de soñar.

—Y en homenaje a la realidad, ¿que pensarían de Néstor y Cristina?

—Los apoyarían, del mismo modo que apoyaron a Menem, Duhalde y al que venga.

—No comparto -dice José.