editorial

Vandalismo y un vínculo erróneo con el espacio público

Las calles y parques son ámbitos de libre acceso. Esta condición que supone un derecho irrenunciable también genera el compromiso de toda la ciudadanía.

El deterioro, primero, y el vandalismo, después: recientemente la bella fuente de “Los niños cazadores”, emplazada en la céntrica y transitada esquina de La Rioja y San Martín, fue noticia con muy pocos días de diferencia. La primera vez, para advertir sobre el descuido que caracterizaba el estado de la obra, y la segunda directamente para reportar la rotura intencional del plato que coronaba el conjunto escultórico hecho en mármol.

Tal cual queda demostrado con una simple recorrida, la relación de la comunidad santafesina -al menos de una parte minoritaria- con calles, plazas y parques de la ciudad, no es la ideal. Los reportes sobre espacios públicos en los que faltan elementos, se rompen juegos y se pintan sin ningún sentido esculturas y monumentos, ya son repetidos en los medios locales. Precedido, en algunos casos, por un mantenimiento escaso o deficiente, el vandalismo encuentra en el desconocimiento, la imposibilidad de controlar todo lo que ocurre en la ciudad y la indiferencia hacia el valor simbólico de los bienes culturales, un terreno fértil para actuar.

El resultado es un espacio urbano degradado, con obras de arte concebidas para el disfrute colectivo que se convierten en noticia por el daño al que son sometidas, con tramos seccionados, o que directamente debieron ser retiradas de la vía pública para evitar nuevas agresiones.

Por definición, los espacios públicos son ámbitos de intercambio y encuentro, de libre acceso a toda la comunidad, por lo que no se requiere pagar una entrada o pedir permiso para su uso. Sin embargo, ese mismo carácter de público que genera derechos supone a la vez obligaciones, y si bien su construcción y mantenimiento corren por cuenta del Estado, su cuidado demanda la participación y el compromiso de toda la ciudadanía. Ésta recibe un doble perjuicio cuando se producen actos de vandalismo: por un lado se la priva de un lugar para disfrutar, y por el otro debe resignarse a que parte de los aportes que realiza en concepto de tributos sea destinado a reparar los daños que otros producen. Las agresiones son gratuitas; sus efectos no.

Ya en un editorial publicado a comienzos de marzo se reseñaba el costo que había tenido que afrontar la Reserva Ecológica para reparar todo lo que había sido sustraído en el predio de la Costanera Este: 50 mil pesos en casi cinco años. En tanto que el propio municipio advertía sobre el gasto de un millón y medio de pesos anuales para reponer los elementos sustraídos o rotos.

En el caso de la fuente, que durante años indicó el ingreso al microcentro santafesino, las cámaras instaladas en la vía pública permitieron capturar el momento en que se tiraba el plato de mármol al agua e identificar al responsable. Sin dudas, fue un novedoso aporte de las nuevas tecnologías, aunque aplicadas a revelar una conducta que parece no modificarse con los años y cuyo origen podría encontrarse en una ausencia de identificación con la ciudad, en una notable desvalorización hacia los elementos que distinguen a una urbe -que en otras latitudes son admirados y resguardados- y, en definitiva, un errado vínculo con todo aquello que, siendo público y de todos, se considera ajeno.

La fuente de San Martín y La Rioja es de mármol y reemplazar la pieza rota tendrá un costo que se afrontará con el dinero de todos.