Preludio de tango
Preludio de tango
El fueye de Ciriaco

Manuel Adet
Ya veterano, Ciriaco Ortiz inauguró las ceremonias tangueras en ese templo nocturno que fue el Viejo Almacén, de Independencia y Balcarce, en pleno corazón de San Telmo. Su fueye, en esas noches de hacha y tiza, era un testimonio de calidad y de historia que un hombre como Edmundo Rivero supo apreciar en su exacta estatura. Ciriaco no sabía que se estaba despidiendo de la vida, pero consciente o no organizó para sí una despedida a la altura de su genio.
Ortiz murió un 9 de julio de 1970, un mes antes de cumplir los sesenta y cinco años. Con él se iba un pedazo grande de la historia del tango, una historia que lo contó como uno de sus principales protagonistas. Una historia que se inició a principios de los años veinte y concluyó cincuenta años después.
Inútil discutir si en la maestría del fueye el primero fue Ortiz, Maffia, Laurenz o Marcucci. Basta con saber que en algún momento integraron junto con Sebastián Piana esa prodigiosa formación musical conocida como “Los cinco ases Pebeco”. Allí todos eran excelentes, pero lo que en esa línea de ases lo diferencia a Ciriaco es su condición de cordobés, en un tiempo donde parecía que el tango era patrimonio exclusivo de los porteños y el fueye su estandarte principal y excluyente.
Ciriaco Ortiz rompe con ese prejuicio, entre otras cosas porque lo cordobés en él era más que un dato geográfico, una marca cultural. El hombre nació en el corazón de Córdoba y sin cursilerías puede decirse que el fueye fue su canción de cuna. Su padre, don Ciriaco, el autor del vals “Viaje a Argüello”, lo tocaba, según dicen los entendidos, como un maestro, y las sesiones de esa suerte de misa laica se celebraban en su propio boliche ubicado a mitad de camino entre el Mercado Norte y el Mercado Abasto.
En ese ambiente de musiqueros nocturnos y bohemios, donde la música, las copas y el culto a la amistad se celebraban todos los días, se crió Ciriaquito. Aprendió a lidiar con el fueye cuando aún tenía pantalones cortos. Su oído se educó en ese clima de serenatas, chayas, chacareras y tangos. En esa mezcla de ritmos y tradiciones se fue forjando uno de los bandoneones más importantes de un mundo musical donde tallaban bandoneonistas de excelente calidad.
Lo de Ciriaco en ese sentido marcó una diferencia. Es como lo son sus compañeros, un formidable intuicionista. Su fraseo fue una marca en el orillo. Escucharlo con atención permite registrar la presencia de un duende guitarrero en su punteo, como si los fantasmas de aquellos viejos musiqueros del mercado que conoció en su infancia se hubieran colado en su bandoneón.
Ángel Ciriaco Ortiz, conocido en su ciudad como Ciriaquito porque el gran Ciriaco era su padre, nació en Córdoba el 5 de agosto de 1905. El boliche fue su escuela. A ese modesto salón caían vuelta a vuelta José Razzano y Carlos Gardel. Más adelante el Morocho le habrá de grabar dos composiciones suyas: “Sueños” y “Nena”.
Los historiadores cuentan que a mediados de 1920 anduvo por Córdoba la orquesta de Roberto Firpo. Hubo un problema con Pedro Maffia y, como consecuencia de ello, Firpo incorporó a Ciriaquito, que para entonces tenía apenas quince años. Iniciarse a esa edad con el maestro Firpo, reemplazando, nada más y nada menos, al gran Pedro Maffia, significa entrar en el recinto sagrado del tango por la puerta grande.
Sin embargo, el que lo habrá de llevar a Buenos Aires no será Firpo sino el pianista Nicolás Vácaro. Esto va a ocurrir en 1923. A partir de ese momento Ciriaquito pierde el diminutivo ganado en Córdoba y empieza a ser Ciriaco. Vácaro le presenta al joven cordobés al maestro Juan Carlos Bazán y el debut se realiza en el club Pueyrredón de Mar del Plata.
La carrera artística la ha iniciado con los mejores auspicios. En 1925 es contratado por el cine Gaumont, oportunidad en la que constituye su primer conjunto con Eliseo Ruiz en el piano, Nicolás di Massi en el fueye y los violines de Marcos Larrosa y Juan Ríos.
Ese mismo año ingresa en la orquesta de la empresa discográfica Víctor dirigida por Adolfo Caravelli. En esa formación musical militan Luis Petrucelli y Nicolás Primiani con el bandoneón; Manlio Francia, Agesilao Ferrazzano y Eugenio Romano con los violines; Humberto Constanzo en el contrabajo y Vicente Gorrese en el piano. Veinte años va a permanecer Ciriaco en la orquesta de la Víctor.
Para esa misma época debuta en Radio Cultura y, acto seguido, ingresa a Radio el Mundo. De allí en más Ciriaco nunca dejará de jugar en primera división. Su fueye se constituye en un clásico del género. Las orquesta de Vardaro y Pugliese, de Francisco Canaro y Julio de Caro, lo cuentan en su línea de bandoneones.
En algún momento acompaña a ese mito del tango que fue el cantor Antonio Rodríguez Lesende, alias el Gallego. Lo hace con Juan Carlos Cobián y Cayetano Puglisi. Su trío habrá de acompañar a cantantes de la talla de Charlo, Ignacio Corsini, Rosita Quiroga y Hugo del Carril. Por su parte, Cobián lo contratará para amenizar los célebres carnavales del teatro Politeama.
Junto con Pedro Maffia, Elvino Vardaro, Julio y Francisco de Caro gana el concurso organizado por la revista Sintonía. En 1950 se suma a la orquesta de Mariano Mores con quien debuta en el Teatro Alvear. Otra de sus formaciones será “Los provincianos”, en la que participan Vardaro y un Aníbal Troilo muy joven.
De todos modos, su máximo logro profesional lo alcanzará con su propio trío en el que participan Ramón Andrés Menéndez y Vicente Spina, el autor de “Tu olvido” y “Me quedé mirándola”. Después lo habrá de acompañar, incluso en las veladas del Viejo Almacén, el guitarrista Edmundo Porteño Zaldívar.
Ortiz debe haber grabado a lo largo de su intensa carrera profesional alrededor de 310 temas. Su labor como compositor cuenta con obras interesantes, pero sin duda que la más conocida, la más popular fue “Atenti pebeta”, tango escrito por Celedonio Flores y que recomiendo escuchar en la versión de Edmundo Rivero.
Ciriaco Ortiz dispuso, además de su calidad artística, de una irresistible simpatía. Sus humoradas, su desparpajo, sus dichos cordobeses hacían las delicias de los porteños. Ingenioso, chispeante, para cada situación tenía un chiste o una salida ingeniosa. De Tania, que hacía prodigios para disimular su edad, alguna vez dijo que a la cédula de identidad se la había firmado el comandante Ciriaco Cuitiño posiblemente en 1838. También dijo que Tania llegó a América como azafata de una de las carabelas de Cristóbal Colón.
Cuando algún porteño recalcitrante le reprochaba su condición de cordobés y una tonada colocada en las antípodas del tono tanguero, él invocaba como fuente de legitimidad su amistad con Carlos Gardel, amistad heredada de su padre y que él prolongó hasta el día que Gardel dejó la ciudad de Buenos Aires por última vez. La despedida al Morocho se hizo en el stud de Francisco Maschio. Allí se juntaron los amigos íntimos de Gardel y entre ellos estaba, ocupando un lugar privilegiado, Ciriaco Ortiz.
Su incursión por el cine no fue importante, pero merece mencionarse. Precisamente a Gardel lo va a acompañar en “Viejo smoking”, un corto muy divulgado en su momento También participó en la película “Así es el tango”, dirigida por Eduardo Morera. Dicho esto, corresponde suspender por un momento los datos biográficos y proceder a disfrutar algunas de sus grabaciones. Al respecto no hay manera de equivocarse: todas son muy buenas.