Preludio de tango
“Qué vachaché”

Preludio de tango
“Qué vachaché”

Manuel Adet
“Qué vachaché” es un tango escrito y musicalizado por Enrique Santos Discépolo en 1926. Para muchos críticos es su primer tango, aunque la cronología observa que poco tiempo antes había escrito “Bizcochito”, solamente conocido por los iniciados en la biografía de Discépolo. “Qué vachaché” es su tango inicial porque prefigura en sus giros, en su empleo del lenguaje, pero sobre todo en su visión del mundo, obras como “Yira yira”, “Quien más quien menos”, “Qué sapa señor” o “Cambalache”.
En 1926, Discépolo tenía veinticinco años y una modesta pero promisoria trayectoria como actor. En realidad, para esa fecha el Discépolo conocido era su hermano mayor Armando, dramaturgo, escritor y en muchos aspectos el maestro de Enrique. “Qué vachaché” anticipa a uno de los mejores, tal vez el más original y coherente, de los poetas tangueros, pero como sucede con los verdaderos creadores, con los que están más allá de las modas, el tango demorará unos cuantos años en ser aceptado por un público que no entiende la letra o, lo que es peor aún, la entiende exactamente al revés.
El tango se estrena en el teatro Urquiza de Montevideo ese mismo año. La cantante que lo interpreta por primera vez se llama Mecha Delgado. El público desaprueba, incluso con expresiones airadas, ese tango. El propio Discépolo, presente en la sala, comenta con su clásico humor negro, el rechazo. El crítico teatral José Pedro Blixen Ramírez, lo ve tan desolado, tan abatido que en voz baja le comenta a un amigo: “Lo que me atrevo a asegurarte es que este pobre muchacho no vuelve a escribir un tango en el resto de sus días”.
Blixen Ramírez tenía buena fama como crítico, pero ni su brillo ni su talento le impedirá equivocarse y equivocarse casi al borde del ridículo. Discépolo seguirá escribiendo tangos y su fama excederá el “resto de sus días” para transformarse en un exponente clásico y universal del tango.
“Qué vachaché” será estrenado en Buenos Aires por Tita Merello. La letra parecía estar hecha para que ella la dijera. El rechazo no es tan elocuente como en Montevideo, pero lo que predomina es la indiferencia y, en más de un caso, la extrañeza por una letra que no se sabe muy bien si habla en broma o en serio.
La fama llegará con Rosita Quiroga, pero para esa fecha Azucena Maizani ya había interpretado “Esta noche me emborracho”, que el público aplaudió de pie, reclamando a los gritos que lo vuelva a cantar. Cuando se conoce “Yira yira” y la platea queda ruidosamente maravillada por la calidad de la letra, la hora de “Qué vachaché” ha llegado.
A la interpretación de Rosita Quiroga le sucede luego la de Carlos Gardel y, a partir de ese momento, el primer tango de Discépolo se consagra para siempre. Después llegarán las versiones de Carlos Dante, Julio Sosa y Susana Rinaldi, entre otros, pero sin desmerecer a nadie podría decirse que la versión que persistirá en el tiempo será la de Tita Merello.
De todos modos, “Qué vachaché” estará desde el punto de vista de la fama un par de escalones por debajo de temas como “Malevaje”, “Uno”, “Cafetín de Buenos Aires”, o los mencionados “Cambalache” y “Yira yira”. Capricho de la moda y del público, porque ese primer tango de Enrique contiene a los posteriores y es, de alguna manera, el manifiesto estético de esa visión discepoliana del mundo.
El rechazo por parte del público operará con el paso del tiempo como una verdadera carta de presentación, una marca de calidad en el orillo. Discépolo no se adapta, no se acomoda a las demandas del público, por el contrario, es el público el que se educa alrededor de la propuesta estética del poeta.
Es en ese sentido que Discépolo cumple con su rol de auténtico creador. Para quienes lo consideran un poeta populista (calificación que para algunos es positiva, y para otros, negativa) este tango los contradice en toda la línea. “Qué vachaché” no corre detrás de lo que el pueblo en nombre del sentido común considera aceptable. Su empleo del lenguaje popular, el uso de los giros lunfardos va más allá del recurso pintoresco. Por el contrario, el lunfardo se transforma en un recurso poético cargado de ironías, ambigüedades y, por sobre toda las cosas, de una sugestiva musicalidad.
Por último, conviene recordar una vez más que este tango fue escrito en 1926, unos cuantos años antes del golpe de estado del 6 de septiembre de 1930. Si el criterio para juzgar a un poeta fuera el cronológico, se debería decir que el responsable de esa sociedad donde “la panza es reina y el dinero es Dios”, sería Marcelo T. de Alvear, del mismo modo que Hipólito Yrigoyen sería el responsable de la denuncia expresada en “Yira yira”.
La protagonista de “Qué vachaché” es una mujer. En ese punto de partida ya hay una originalidad que luego se refuerza, porque esta vez no se trata de un drama amoroso, no hay guapos que ajustan cuentas con la mina, ni mujeres de la noche que traicionan. Tampoco hay cantos al paisaje, acuarelas ciudadanas. La escena del poema podría representarse con una mujer y un hombre en una pensión del cuarto. Ella no es una bataclana, es un ama de casa, pero un ama de casa de barrio que maneja el lunfardo con mucha precisión, una mujer que en nombre de un sentido común que suele ser el sentido común de la oligarquía, pero en clave popular, le reprocha su marido sus ideales.
¿Y quién es el marido? Sólo lo conocemos a través de la mirada de la mujer. Tampoco sabemos lo que le responde. Según la mujer, se trata de un hombre que defiende ideales y que cree en los valores morales y en la condición humana. El personaje, si se presta atención, no es muy diferente al que en primera persona se expresa en “Yira yira”. O el que reflexiona en “Cambalache”. O el personaje derrotado de “Quien más quien menos”.
Si es verdad, como señalan algunos críticos, que los grandes poetas escriben a lo largo de toda su obra un solo poema trabajado desde diferentes registros, Discépolo pertenece a esa legión, ya que muy bien podría decirse que ha escrito un solo tango, un tango donde las modificaciones son variaciones de la visión poética central.
Más de un tanguero creyó que “Qué vachaché” ponderaba valores como “La razón la tiene el de más guita”. O, “Dame puchero guardate la decencia, plata mucha plata yo quiero vivir”. O, “Lo que hace falta es empacar mucha moneda, vender el alma rifar el corazón, tirar la poca decencia que te queda”. O, “La honradez la venden al contado”. O, “No te das cuenta que sos un engrupido, te crees que al mundo lo vas a salvar vos”. O, ese final que de alguna manera “plagia” a “Cambalache”: “Vale Jesús lo mismo que el ladrón”.
Un escritor decía que los tangos de Discépolo hay que entenderlos como una guiñada. Lo que se dice se debe interpretar exactamente al revés de lo que aparece a primera vista. El poeta no exalta la amoralidad, el cinismo, en todo caso lo ridiculiza. El tango en ese sentido cumple con las exigencias del grotesco, la crítica social se manifiesta respetando esas reglas.
En el estilo la escuela de “Boedo”, podría haberse escrito un tango en el que los protagonistas sean un obrero combativo y una mujer proletaria que lo convoca a él a la rebelión contra el orden instituido. Todo muy lindo, pero no es lo que hace Discépolo, entre otras cosas porque no es un escritor proletario y porque su sensibilidad estética es mucho más compleja y refinada.
Es que aunque a los populistas les duela, Discépolo no es popular porque dice lo que el pueblo quiere escuchar, o porque lanza mensajes de salvación social. El rechazo popular que tuvo “Qué vachaché” así lo confirma. Discépolo por lo tanto es un autor de vanguardia, un renovador del género y “Qué vachaché”, su obra maestra.
Ese primer tango de Enrique contiene a los posteriores y es, de alguna manera, el manifiesto estético de esa visión discepoliana del mundo.
Discépolo no se adapta, no se acomoda a las demandas del público, por el contrario, es el público el que se educa alrededor de la propuesta estética del poeta.