Investigación en Santa Fe para una tesis en Estocolmo

La inundación en el paisaje de la memoria

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Rodeada de ríos, la ciudad padece inundaciones en forma periódica. No todas impactaron de la misma manera en la comunidad.

Nancy Balza

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Susann Ullberg nació, estudia y reside en Suecia. En ese país, desarrolló la carrera de antropóloga social y más recientemente su doctorado. Sin embargo, tiene un vínculo estrecho con la Argentina -vivió varios años en la provincia de San Luis- y con Santa Fe: en esta ciudad eligió realizar su tesis y para ello abordó las inundaciones en la historia y su relación con la comunidad santafesina. El resultado fue la publicación de “Watermarks. Urban flooding and memoryscape in Argentina” (en inglés) que la Universidad de Estocolmo, a la que pertenece, editó, por pura casualidad, en abril de 2013, justo cuando se cumplieron los diez años de la inundación del Salado.

El texto, dedicado “For the inundados of Santa Fe” sintetiza un intenso trabajo de campo y recoge, entre otras valiosas fuentes bibliográficas y documentales, numerosas publicaciones locales y una extensa serie de artículos periodísticos editados por medios santafesinos y de la región, entre ellos El Litoral.

Allí desarrolla el tema de las inundaciones como un fenómeno presente a lo largo de toda la historia de la ciudad, incluso desde su fundación, y advierte que hay una suerte de naturalización de los episodios ocurridos por el desborde del Paraná y de cómo afecta a ese grupo de habitantes que la investigadora define, a fuerza de los testimonios recogidos, como los inundados-de-siempre. Aclara, además, que no fue su objetivo escribir una historia de las inundaciones sino de “cómo se reproducen (o no) ciertos relatos, ideas y supuestos sobre esta problemática histórica”.

El Litoral entrevistó a Ullberg a fines de 2005 cuando concluía una primera etapa de trabajo de campo en la ciudad. Casi ocho años después, ya con la tesis aprobada y publicada, y por vía virtual, se reanudó aquel diálogo ahora ya con las conclusiones en mano; de ellas se desprende una interesante y valiosa perspectiva sobre una cuestión de la que todavía queda mucho por aprender.

—En aquella entrevista con El Litoral, en 2005, relataste que tenías previsto desarrollar este trabajo en la Argentina y que la inundación de 2003 te terminó de decidir por Santa Fe. ¿Cuál fue el objetivo que te planteaste?

—Mi objetivo desde el principio ha sido motivado científicamente; el de aprovechar la posibilidad de indagar de manera empírica en un postulado teórico existente en el campo de estudios sociales sobre el desastre. Éste dice que las comunidades aprenden de las experiencias pasadas y -mediante los procesos de memoria- desarrollan estrategias de adaptación ante el riesgo. La inundación de Santa Fe en 2003 parecía dar cuenta de lo contrario, o sea, que a pesar de muchas experiencias históricas de inundaciones de desastrosa magnitud parecía haberles tomado por sorpresa tanto a las instituciones gubernamentales como a muchos de los habitantes, indicando más bien olvido que memoria y aprendizaje.

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POR QUÉ 2003 FUE DIFERENTE

—¿Fue distinto el impacto de la inundación de 2003 con respecto a las otras que registra la ciudad en su historia? Si es así, ¿a qué lo podés atribuir?

—No cabe duda de que la inundación de 2003 fue una de las más grandes y más severas en la historia de la ciudad. En este sentido, el impacto fue distinto a inundaciones anteriores y también ha sido inédito en cuanto a su interpretación. Si bien ha habido desastrosas inundaciones anteriores con muchas pérdidas, tanto humanas como materiales, ninguna ha suscitado tanta indignación, tantos reclamos y tanto trabajo de memoria. En mi análisis, lo atribuyo a dos cosas:

1) Los reclamos y el uso de la memoria se inscriben en un contexto mayor de la Argentina de las últimas décadas de democratización, hartazgo ciudadano con la elite política y lo que el sociólogo británico Olick llama las “políticas del arrepentimiento”. Este último se refiere a los procesos sociales y políticos de revisitar las atrocidades del pasado y tratar de reparar los daños simbólicamente. En el caso de la Argentina se trata, claro está, del terrorismo de Estado y las diferentes políticas en torno a esos hechos, y el trabajo de las organizaciones de DD.HH. Todos los procesos aquí mencionados forjaron el contenido y la forma de la movilización colectiva de los inundados en Santa Fe a partir del 2003, y esto ha contribuido a construir otros significados en la ciudad sobre este desastre en particular, en comparación con las anteriores.

2) La inundación en Santa Fe como fenómeno ambiental y social ha sido normalizado a lo largo de la historia de esta ciudad, al considerarlo como un problema natural (del río crecido) que afecta a “los inundados-de-siempre”. Esta vez afectó también a sectores de las clases medias que nunca antes se habían inundado, ni nunca se habían imaginado encontrarse entre “los inundados.” Existe un imaginario cultural e histórico sobre “los inundados” en Santa Fe que se asocia con la pobreza y la marginalidad. Que los barrios periféricos del oeste y en las islas del este se inunden ha sido “cosa de toda la vida” y sus habitantes “saben qué hacer cuando se inundan”, según me decían muchos santafesinos pertenecientes a las clases medias y las instituciones gubernamentales. Los “inundados de siempre”, en cambio, me hablaban del miedo a la crecida, de sus pérdidas constantes y las luchas por “levantar el rancho de nuevo” después de cada inundación. Otra idea instalada era la de creer que entre las crecidas del Paraná y del Salado hubiera una gran diferencia porque “el Paraná da aviso”. Es cierto que el Paraná es otro tipo de río que el Salado, y por ende tiene otra dinámica de crecida, y que el Paraná tiene un sistema de monitoreo y alerta temprana, cosa que el Salado no tenía en 2003 porque había sido reducido al mínimo en los 1990. Pero también es cierto que para los habitantes de los barrios del oeste de la ciudad les da prácticamente igual si es el Paraná o el Salado que crece, pues se han inundado por ambos ríos. También es cierto que aunque haya previo aviso y exista tiempo de evacuarse, no deja de ser un desastre para ellos con pérdidas difícilmente recuperadas. Es así que se ha construido el paisaje de memoria en torno a las inundaciones de Santa Fe; como un hecho recurrente pero natural, con lo cual el desastre se normalizaba.

—Para quienes seguimos el tema de la inundación de 2003, la percepción es que a partir de esa tragedia se tomó real conciencia de que Santa Fe es una ciudad vulnerable, por su condición geográfica. ¿Recogiste esa misma impresión?

—Sí y no. Creo que con la inundación del 2003 muchos habitantes de Santa Fe se dieron cuenta de que la condición geográfica genera condiciones vulnerables para todos, más aún por los cambios climáticos que estamos generando, tanto a nivel local como a nivel global. A mi juicio, el trabajo de memoria y los reclamos que han realizado desde el movimiento de protesta de inundados que se formó después de la inundación de 2003, ha contribuido a esta conciencia. Si bien sus reclamos son por justicia y reparación, han estado a lo largo de estos 10 años haciendo memoria con lo cual nadie se ha podido olvidar de este riesgo, y los gobiernos se han visto obligados a darle prioridad al tema. La municipalidad al fin y al cabo ha realizado una gestión importante, sobre todo después de 2008, en cuanto a fortalecer la capacidad institucional y la de la comunidad de gestión de riesgo. El gobierno provincial ha terminado el famoso “tercer tramo” y ha reforzado el sistema de defensas. Las obras se han demorado y a lo mejor no son aún suficientes, pero creo que es un proceso que al menos está en camino. La sociedad civil santafesina también ha puesto de lo suyo para fortalecer estas capacidades. Cuando suceda la próxima crecida grande, sabremos cuán eficaces han sido estos esfuerzos.

Ahora bien, la vulnerabilidad ante un riesgo de este tipo no se constituye solamente por condiciones geográficas, sino también mediante procesos económicos, políticos, sociales y culturales. En la medida que no se abordan los problemas de desigualdad, pobreza y discriminación en Santa Fe, siempre habrá gente que se encuentre viviendo en condiciones de vulnerabilidad. Para ellos será mucho mayor el riesgo de inundarse porque tienen menos recursos para mitigarlo y afrontar las consecuencias. No nos encontramos todos en el mismo barco cuando lo peor sucede.

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Portada de la publicación fechada en abril de este año.

NO TODA EXPERIENCIA PRODUCE UN CAMBIO

—¿A qué conclusiones llegaste, en general, con tu trabajo?

—Como decía arriba, que las formas de recordar la inundación como un problema “natural” ha normalizado la vulnerabilidad para ciertos sectores y por ende se ha normalizado el desastre, hasta 2003 cuando cambió. A modo científico, concluyo que mi estudio demuestra que no hay ninguna correlación absoluta o precisa entre la experiencia, la memoria y la acción o el cambio. El paisaje de memoria en una comunidad no es un proceso lineal, estable y homogéneo sino que es selectivo, heterogéneo y dinámico que está sujeto a significados culturales, procesos económicos y decisiones políticas en el pasado y en el presente.

—¿Considerás que la experiencia recogida aquí puede extrapolarse, por sus características, con otras catástrofes?

—Creo que sí, aunque no siempre se pueden aplicar soluciones universales a rajatabla porque cada caso es único y ocurre en tiempos y espacios situados, y porque el tipo y la magnitud de la amenaza también hace a las particularidades de cada evento crítico. No obstante, a pesar de sus particularidades, el caso Santa Fe no es único porque inundaciones (u otras amenazas) y condiciones de vulnerabilidad hay en muchas partes del país y del mundo. La inundación en La Plata es un caso reciente donde evidentemente no extrapolaron las experiencias de Santa Fe. Sí, creo que en general es posible capitalizar la experiencia propia y ajena. Tu desgracia puede ser mía el día de mañana, y debería servir para la autorreflexión, discusión y acción para reducir el riesgo de manera integral. Eso requiere no sólo de un esfuerzo mancomunado sino, sobre todo, de voluntad política y que se sostenga en el tiempo sin tener que ver con que gobierno está de turno.

  • En una ciudad rodeada por ríos, las inundaciones son noticia frecuente. Sin embargo, no todas impactaron de la misma manera en la memoria de los santafesinos. Éste fue el punto de partida de la investigación de la antropóloga social sueca Susann Ullberg, cuyas conclusiones resultan oportunas para repasar este año, cuando se cumplieron 10 años del desborde del Salado y el Paraná volvió a ser una amenaza.

"Que los barrios periféricos del oeste y en las islas del este se inunden ha sido ‘cosa de toda la vida’ y sus habitantes ‘saben qué hacer cuando se inundan’, según me decían muchos santafesinos pertenecientes a las clases medias y las instituciones gubernamentales. Los ‘inundados de siempre’, en cambio, me hablaban del miedo a la crecida, de sus pérdidas constantes y las luchas por ‘levantar el rancho de nuevo’ después de cada inundación”.

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Susann Ullberg


2003

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“IN SITU” Y A LA DISTANCIA

—¿Cuánto tiempo te demandó el trabajo de campo en esta ciudad?

—Mi trabajo de campo fue transtemporal, realizado durante varios años y por etapas. Llegué la primera vez en 2004 y la última en 2011. Tuve la suerte de recibir la colaboración en el quehacer etnográfico de dos antropólogas santafesinas: Eugenia Martínez Grieco y Alicia Serafino, quienes aportaron muchas observaciones y entrevistas durante este tiempo. Las tecnologías de comunicación también me brindaron la posibilidad de hacer observaciones, entrevistas y trabajo de archivo mediante Internet. La pregunta de investigación merecía un trabajo de campo que se extendiese en el tiempo para ver cómo de desarrollaban los procesos de memoria, así que agradezco que haya podido realizarlo así.

—¿Seguiste conectada con el tema?

—Sí, aunque después de 2011 decidí ponerle punto final al proceso de investigación para dedicarme a terminar la tesis. No obstante, he seguido los sucesos y sobre todo ahora en 2013, con el 10º aniversario de la inundación de 2003, que además fue muy interesante desde el punto de vista de la política de la memoria, ya que de pronto la municipalidad dio un vuelco casi absoluto en cuanto a la conmemoración, cosa que a muchos, dentro del movimiento de inundados, les parecía como una especie de cooptación, no sólo porque ellos venían llevando a cabo ese trabajo de memoria, sino porque lo recuerdan como un desastre previsible y fraudulento, mientras la municipalidad y el gobierno provincial prefieren recordar el desastre como una tragedia imprevisible.

—¿Es una coincidencia que el libro haya sido publicado prácticamente en ocasión de los 10 años de la inundación del Salado?

—Sí, eso es una coincidencia. Yo hubiese querido terminarlo antes pero por razones de trabajo y familia no me daban los tiempos. En 2012, me dieron la posibilidad de dedicarme exclusivamente a la tesis y eso fue decisivo para poder terminarlo.

2007

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El dato

La publicación

  • “Watermarks. Urban flooding and memoryscape in Argentina”, de Susann Ullberg, Stockholm University, Department of Social Anthropology, 2013.