Desde Varsovia a Potsdam

Desde Varsovia a Potsdam
 

El lago de Malta con sus fuentes centrales, lugar de la Regata Internacional Europea anual.


Esta ciudad, cuyos orígenes fueron los primeros cimientos del futuro reino de Polonia, a veces Potsdam -polaca-, otras Breslau -germana- según los vaivenes de la historia, está situada entre Varsovia y Berlín, y era mi última estancia en la república polaca.

TEXTO Y FOTOS. DOMINGO SAHDA.

El viaje, en el más confortable tren, fue amenizado con una larga charla. El interlocutor, un polaco joven, original de Lublin, viajero curioso del mundo, me contó de sus experiencias por América del Norte. Me ayudó con la ya pesada valija que a duras penas podía cerrar. En ella se iban acumulando recuerdos de viaje, regalos, libros... Bromeando me dijo: -¿Qué lleva? ¿Piedras? Al escuchar sus relatos parecía escucharme a mi mismo en mis andanzas por el mundo.

Nos despedimos con un jovial ¡hasta siempre! cuando el tren se detuvo en la estación de Poznam.

Un taxi me trasladó hasta el hotel previsto, en los límites de la urbe. Situado sobre el lago de Malta o “Maltanka” me permitió ser testigo indirecto e impensado de las competencias de remo que en ese momento disputaban el título europeo de ese deporte acuático. Grupos de distintos países se entremezclaban.

Llamó mi atención un contingente italiano formado por remeros con discapacidad motora. Este equipo había sido varias veces campeón en Europa, según me anoticiaron. Admiré el coraje y el afán de superarse frente a la adversidad.

En la mañana siguiente caminé desde el magnífico parque arbolado hasta el lago; lo rodeé caminando. me llevó cuatro horas hacerlo. Hice una pausa en un almacén-bar-kiosco para verificar una dirección. Conversé un rato con los parroquianos. Me miraban como si fuera un “bicho raro”. Yo hablaba, vestía y provenía de un lugar remoto, para muchos absolutamente desconocido, de “otro mundo”.

En la Archicatedral, enorme construcción que mezclaba estilos arquitectónicos a modo de sumatoria de siglos -obviamente restaurada-, fui partícipe oyente de un concierto sinfónico coral con coreutas niños, adultos, a mas de músicos. El diálogo de voces y sonidos vinculaba el coro desde lo alto hacia abajo, junto al altar, en un arco de sonoridades conmovedoras. Pude conversar, a la salida, con un sacerdote que hablaba (¡oh!) castellano, para ellos español. Hacía semanas que no escuchaba sonido alguno en esa lengua, ni siquiera en los canales de televisión.

Por el camino, me llamó la atención un grupo reducido de escolares acompañados por dos mujeres. Eran maestras; los niños, sordomudos. Presencié el acto de aprendizaje ante el altar de la capilla románica, del siglo VIII según lo señalaba alguna placa, de rezar frente a las imágenes sagradas a puro gesto, en absoluto silencio. Quedé sobrecogido por la emoción.

La ciudad bella y ordenada, en gran parte reconstruida, siempre ajustada a los parámetros preexistentes. Nada de novedades arquitectónicas en todo el casco de la ciudad antigua.

La Galería Nacional de Escultura y Pintura (Museo Naradowe Galería Malartswa) me produjo cierto dejo de envidia al recordar y comparar con nuestros museos. La amplitud de sus salas, la luz natural, la presencia constante de personal en todas sus salas, sencillamente notable. La pintura polaca, desde los años ‘50 en adelante, nada tiene que envidiarle a los mayores museos de arte visual de cualquier capital europea. Recorrí algunos barrios mirando, preguntando, regateando. Lentamente me iba despidiendo de Polonia. Quedan en mi memoria luces, sonidos, paisajes urbanos, la gente con sus particulares historias. Mixtura de culturas diversas sazonadas por una fuerte identidad, el orgullo de ser y pertenecer.

Al día siguiente iniciaría el final de mi periplo que ya llevaba cuatro semanas. El destino era Berlín. Pero ésa es otra historia.

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En los jardines del Palacio de Sans Souci.