Crónica política

Bandas callejeras e intimidación estatal

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Víctor Hugo Morales, como una estrella de rock, redobla ante la prensa su ataque contra Magnetto rodeado de militantes. Foto: Télam

Rogelio Alaniz

“El fascismo es un relato contado por un matón”. Ernest Hemingway

Me esfuerzo por ser objetivo. Hasta donde es posible. No me gusta que lo querellen a un periodista, entre otras cosas porque yo soy periodista. Pero que no me guste, no quiere decir que un ciudadano no tenga derecho de iniciar una querella civil. Defiendo la libertad de expresión, incluso la libertad de equivocarse, pero si un periodista es un ciudadano debe hacerse cargo de sus deberes. Dicho con otras palabras, el periodista Víctor Hugo Morales es libre de ejercer su derecho a la crítica, pero como cualquier hijo de vecino, es responsable de sus actos. Para no navegar en las nebulosas de las ideas abstractas vayamos a los ejemplos. Morales dijo de Magnetto: “Socio de asesinos, apropiador de niños, extorsionador de gobiernos, ladrón de jubilados”. En otra parrafada afirmó: “No tiene ningún problema en lavarse todas las mañanas la sangre que le corre por los dedos”.

No hace falta ser un experto en Derecho para admitir que Morales no puede probar ninguna de esas afirmaciones, entre otras cosas porque los insultos son muy difíciles de probar y él, a diferencia de Emile Zola, no acusa, insulta. Si despojamos a estas parrafadas de las adjetivaciones quedan algunos hechos, todos opinables, salvo uno: el referido al secuestro de niños, una imputación que quedó en su momento absolutamente descalificada.

De la lectura de las palabras del periodista uruguayo, se desprende que las imputaciones no son menores. Morales lo acusa a Magnetto de asesino, socio de asesinos y de lavarse todas las mañanas la sangre que le corre por los dedos. Dicho sea de paso, las manos manchadas con sangre parece ser una imagen obsesiva de ciertas zonas del oficialismo, porque algo parecido dijo el venerable Guillermo Moreno de una periodista de Clarín hace unas semanas en la embajada de Estados Unidos. La observación no es anecdótica, es sintomática.

Los manifestantes que marcharon en defensa de Morales insultaron a Magnetto y a los principales periodistas de Clarín. La descalificación, la injuria y las amenazas no van sólo dirigidas a un empresario, también alcanzan a colegas, es decir, como a ellos les gusta decir, a trabajadores de prensa. Jorge Lanata, por ejemplo, fue una de las víctimas preferidas. “Gordo puto”, decían los seguidores de quienes aseguran luchar contra la discriminación y defender el matrimonio igualitario.

“Magnetto mafioso y asesino”. Ante estas imputaciones, al empresario del Grupo Clarín le quedaban dos posibilidades: quedarse callado o iniciar acciones civiles. Esto último fue lo que hizo. Como dijera uno de los abogados del empresario “no se persiguen sanciones penales de ningún tipo, y menos de prisión, tampoco busca silenciarse o acallar ninguna expresión, sino que apunta a la retractación pública y reparación civil del daño causado, en los términos que establezca la Justicia”. La querella, como toda querella es opinable, y los que deben decidir son los jueces. En los últimos treinta años abundaron casos parecidos y nadie se cortó las venas por eso.

Magnetto no hizo nada diferente a lo que hicieron políticos, empresarios o ciudadanos en circunstancias parecidas. ¿Está en su derecho? Por supuesto que está en su derecho. Negárselo sería negar su condición de ciudadano y de persona. ¿O Magnetto no es persona? ¿o no tiene derechos humanos? Me consta que algunos de los que el jueves marchaban por la calle defienden posiciones garantistas. Consideran que hasta al asesino más sanguinario se le deben respetar sus derechos, que ningún delito borra su condición humana y que, por lo tanto, le cabe la presunción de inocencia, el derecho a la defensa y la preservación de su vida. Pues bien, pareciera que esos derechos son universales, menos para Magnetto.

En querellas de este tipo se supone que la víctima posible es la persona injuriada. Morales se las ingenió para invertir esa situación. Él es la víctima y Magnetto el verdugo. Según sus propias palabras, el periodista consideró que estaba sufriendo una persecución política. “El personaje en cuestión mete miedo, la mafia mete miedo”, dijo mientras repartía sonrisas y se acomodaba sus lentes ahumados.

Para un observador con pretensiones de objetividad, los hechos no tenían nada que ver con las palabras. Veamos los detalles. Magnetto llegó a Tribunales acompañado de cuatro custodios; Morales llegó escoltado por mil quinientos manifestantes. Maravillas del lenguaje: los custodios de Magnetto eran despreciables matones; la jauría de Morales eran militantes populares.

No tengo conocimientos de que Magnetto o sus abogados hayan amenazado a nadie. Por el contrario, los insultos provenían del otro lado. Magnetto bajó del auto y con pasos furtivos se refugió en una de las oficinas del juzgado. Morales arribó como un galán de cine, repartiendo sonrisas y abrazos, firmando autógrafos. ¿Quién es el perseguido y quién es el perseguidor?

Morales se retiró como si fuera el capitán del equipo ganador del partido, Magnetto se tuvo que quedar en el edificio hasta las cinco de la tarde y cuando salió sufrió más insultos y escupitajos. Su abogado, Damián Cassino, no la sacó tan barata. Uno de los agresores fue el señor Alek Freire, candidato a diputado nacional por el oficialismo. Como se dice en estos casos: más claro echarle agua.

Conviene detenerse en el detalle del abogado agredido. ¿Cuál fue su pecado? ¿ejercer el derecho? No sólo se le niega a Magnetto ese derecho básico, sino que también son castigados los abogados que osan patrocinarlo. Mientras tanto, el abogado de Morales hacía declaraciones a la prensa con la soltura y elegancia de Perry Masona. El abogado es Barcesat, el mismo que defiende a Hebe Bonafini, aunque, bueno es aclararlo, Morales no siempre recurrió a abogados de izquierda, salvo que alguien crea que su anterior defensor, Miguel Ángel Pierri, sea también un abnegado militante de la causa nac&pop. Y a propósito de Pierri, ¿por qué Magnetto no puede iniciar acciones civiles contra Morales, pero Morales puede hacerlo contra Majul? ¿por qué en un caso estamos ante el ejercicio de un derecho, y en el otro, ante un ataque mafioso contra la libertad de expresión?

Otra pregunta: ¿Qué habría pasado si los manifestantes hubieran logrado salirse con la suya? Quienes se abalanzaron contra Magnetto y Cassino no disimulaban sus intenciones. La violencia estaba en las palabras y los gestos. Eran barrabravas con intenciones y consignas de barrabravas. No exagero si digo que hubiéramos estado al borde de un linchamiento. ¿Justicia popular? ¿rebelión de los justos? Imagino algunas de las respuestas: “Magnetto es un millonario? Chocolate por la noticia. ¿Eso autoriza a lincharlo? ¿la consigna es linchar a los millonarios? Cuidado con las consignas, porque si así fuera Morales también es millonario. Y cuidado con las generalizaciones, porque entre los jefes espirituales de los energúmenos hay muchos millonarios y alguna que otra millonaria.

Más allá de matices e ironías, lo que sucedió el jueves es grave. La multitud que marchó a Tribunales no se convocó de manera espontánea. Sobre este tema la historia nos autoriza a ser claros: patotas soliviantadas desde el calor oficial para amedrentar ciudadanos e impedir el ejercicio de derechos es un atributo exclusivo del fascismo. La violencia, lumpen de barrabravas, trasladada a la política es una práctica clásica del fascismo. “No son bandas son militantes”, dicen. No jodamos: cuando la movilización es organizada desde el poder y el objetivo es la violencia contra civiles estamos ante bandas, bandas fascistas. En el caso que nos ocupa estos requisitos se cumplieron al pie de la letra. Las patotas dispusieron de apoyo oficial y territorio liberado. Sería una exageración hablar de terrorismo de Estado, pero sería interesante reflexionar acerca de la antesala del terrorismo de Estado, es decir, de la intimidación de Estado.


Sería una exageración hablar de terrorismo de Estado, pero sería interesante reflexionar acerca de la antesala del terrorismo de Estado, es decir, de la intimidación de Estado.