Crónicas de la historia
Crónicas de la historia
Nadie se bate a duelo en los tiempos que corren. El lance caballeresco está archivado junto con el miriñaque, las polainas y el fonógrafo. Intelectuales, políticos, empresarios, hoy saldan sus diferencias a través de la polémica o mediante la querella judicial. Como le gusta decir a mi tía, caballeros eran los de antes. Nadie se bate por una mujer, nadie golpea el rostro de su adversario con los guantes, ni le envía luego los padrinos para discutir con otros padrinos las condiciones del duelo: a sable contrafilo y punta, o a pistola a veinte, quince y, por qué no, a diez pasos.
No lo derrotó la ley, desde los tiempos de Richelieu los duelos se habían prohibido, pero los aristócratas no estaban dispuestos a obedecer. La prohibición fue derrotada por los años, la modernidad, otra manera de entender la vida y valorar el honor. El duelo se transformó en un anacronismo, un tema para nostálgicos o un pretexto para películas o novelas. Joseph Conrad escribió una novela en su homenaje. En “Las relaciones peligrosas”, la tragedia se resuelve a través de un duelo. En todos los casos, el duelo pertenece al universo de los caballeros, o al universo de los aristócratas y las élites del poder. El culto al coraje se celebra entre las clases altas, para las clases populares está la riña callejera, o ese facón que seducía a Borges.
Si las informaciones no me fallan, el último duelo por motivos políticos fue el que enfrentó en 1971 a Arturo Jauretche y el general Oscar Colombo, ministro de Obras Públicas del régimen militar de entonces. En ese momento, Jauretche tenía más de setenta años y el código de honor lo autorizaba excluirse. Rodolfo Galimberti se ofreció a reemplazarlo, pero el Viejo se opuso y marchó al campo del honor acompañado por su padrino, Oscar Alende.
Diez años antes el caudillo radical, Agustín Rodríguez Araya, se había batido a duelo con el general Rodolfo Larcher, funcionario del gobierno de Arturo Frondizi. Lo hicieron en un sótano, y Alfredo Palacios, padrino de don Agustín, increpó a los periodistas: “Esto es algo muy serio dijo- no es un espectáculo público, es algo privado”.
Durante el gobierno de Perón, radicales y peronistas cruzaron espadas o pistolas más de una vez. En 1950 Frondizi se batió con John William Cooke. Para la misma época, el controvertido Ernesto Sanmartino hizo lo mismo con Eduardo Colom. Los padrinos de Sanmartino fueron Gregorio Pomar y Luis Dellepiane; a Colom lo representaron Antonio Benítez y Héctor Cámpora. Los duelistas se citaron en la quinta de Héctor Sustaita Seeber. El duelo finalmente no se celebró porque el encargado de traer las pistolas llegó tarde. Según Sanmartino, Colom coimeó al encargado para impedir el duelo. Según Cámpora, a Colom había que pararlo porque ante la demora de las pistolas había propuesto que el duelo se hiciera con los revólveres que ambos lucían ostentosamente en sus cinturones.
En la segunda mitad del siglo XIX, entre los miembros de la élite, el duelo fue casi una moneda cotidiana. Los ejemplos llegaron de Francia, Inglaterra y España. Algunos lances dieron que hablar. Por ejemplo, el de Lucio Mansilla con el periodista Pantaleón Gómez, director del diario El Nacional. Mansilla se fastidió por una sátira escrita en su contra, casualmente, por Lucio V. López.
Los padrinos convinieron que el duelo se celebrara con pistolas. Gómez disparó al suelo y dijo: “Yo no mato a un hombre con talento”. Fueron sus últimas palabras. El disparo de Mansilla le partió el corazón. La última imagen que retuvo Gómez fue la del rostro de Mansilla llorando por haber tirado a matar. Esto ocurrió el 7 de febrero de 1880. Trece años después, Lucio V. López, el autor de “La gran aldea”, hijo del historiador Vicente Fidel López y nieto del autor del Himno Nacional, murió en un lance a pistola frente al coronel Carlos Sarmiento. En este caso no se cumplió el principio que sostiene que en estos asuntos gana el bueno. Por el contrario, en el caso que nos ocupa ganó el corrupto. Sarmiento fue un coronel ladrón que López, en su condición de interventor de la provincia de Buenos Aires, había mandado a la cárcel por un negociado de tierras en Chacabuco.
Cuando recuperó la libertad, Sarmiento publicó una nota en el diario La Prensa donde agraviaba a López con los términos más insultantes. López podría haberlo querellado, pero hijo de su tiempo, prefirió el duelo. Sarmiento era un hombre experto en el manejo de armas y López apenas un aprendiz. Los padrinos de López fueron Lucio Mansilla y Nicolás Levalle, luego reemplazado por Francisco Beazley. Los de Sarmiento, Francisco Bosch y Daniel del Solar. El duelo se realizó el 28 de diciembre de 1893 en el Hipódromo Nacional, ubicado entonces en el barrio Belgrano. Se hizo a pistola y a doce pasos, una distancia no permitida por el reglamento. A la tercera palmada de Bosch, los contrincantes dispararon y erraron. Era el momento para la reconciliación, pero la leyenda dice que con su curioso sentido del humor Mansilla dijo: “Un tirito más antes de amigarse”. López erró, pero Sarmiento dio en el blanco. El joven político fue trasladado por sus amigos a su domicilio de Callao al 1800. Lo atendieron los mejores médicos de Buenos Aires, pero murió a las pocas horas.
El día del entierro lloviznaba, pero en la Recoleta hubo más de dos mil personas. Miguel Cané y Carlos Pellegrini lo despidieron. Don Vicente Fidel López estaba destrozado. También sus amigos. Lucio era una de las promesas políticas más lúcidas de aquellos años. Fue en esta ocasión que se levantaron las primeras voces de la élite contra los duelos. “Lucio murió en un duelo con un hombre a quien vio por primera vez en el campo del honor”, escribió Miguel Cané. Paúl Groussac fue más categórico: “Tenía que morir López para demostrar que el honor y el talento no cuentan en este juego sangriento de la destreza y el azar. Y que en este juicio de Dios, sólo Dios está ausente”
Cuatro años después, el 6 de septiembre -fecha negra para los radicales- el joven Lisandro de la Torre se batió a duelo con Hipólito Yrigoyen. El dirigente santafesino había dicho en la Convención radical de ese año que “el Partido Radical ha tenido en su seno una influencia hostil y perturbadora, la del señor Hipólito Yrigoyen, un señor que antepone a los intereses del país y los intereses del partido sentimientos pequeños e inconfesables”.
El duelo se pactó a sable y se celebró en los Galpones de las Catalinas. “Lo voy a moler a planazos a ese viejo de mierda”, dicen que dijo Lisandro. “Le voy a bajar los dientes a ese cajetilla perfumado”, masculló don Hipólito. Rodríguez Larreta y Carlos Gómez fueron los padrinos de De la Torre; Marcelo T. de Alvear y el coronel Tomás Vallée representaron a Yrigoyen. Don Lisandro practicaba esgrima, mientras que Yrigoyen tomó unas improvisadas lecciones con Alvear. Sin embargo, el que resultó herido en la cabeza, el brazo y la mejilla fue De la Torre, motivo por el cual debió usar barba toda su vida para disimular la cicatriz.
Cuarenta años más tarde, Lisandro de la Torre se batió a duelo con Federico Pinedo. Fue en ocasión del escándalo en el Senado que culminó con el asesinato del senador Enzo Bordabehere. En el debate De la Torre le dijo a Pinedo “cotudo”, referido al bocio que padecía el ministro. Pinedo entendió que lo había tratado de “cornudo” y De la Torre se negó a rectificarse. El otro que pidió duelo fue el ministro Luis Duhau, pero el caudillo santafesino le respondió que el duelo era para hombres de honra y que él no la tenía. No era para menos. Bordabehere había sido muerto en el recinto del Senado por los disparos de Valdez Cora, un matón pagado por Duhau para cuidarle las espaldas
Pinedo y De la Torre se enfrentaron con pistolas en El Palomar. Manuel Fresco y Robustiano Patrón Costas fueron los padrinos del ministro. Jorge Robirosa y Lucio F. López, representaron a De la Torre. El general Adolfo Arana fue el director del lance. Entre los asistentes estaba presente el dirigente santafesino Pío Pandolfo. El líder demoprogresista disparó al aire, pero Pinedo apuntó a la cabeza y erró. Cuando a De la Torre le preguntaron si estaba dispuesto a reconciliarse, respondió que él no se reconciliaba con quien nunca había sido amigo.
(Continuará)