Finitud y posibilidad

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“Kerze”, de Gerhard Richter.

María Teresa Rearte

La finitud del hombre, recibida de Dios y como posibilidad para hacerse cargo de la propia vida y seguir adelante, es algo que llena de alegría el corazón. Porque es la oportunidad de realización de sí mismo. Pero ese contentamiento desaparece cuando el hombre se rebela. La confianza en uno mismo se vuelve soberbia y desconexión con su origen.

Así, por decisión propia e influencias diversas, nace la desorientación. Y con ella la fuga de una realidad que desconcierta. La que resulta hostil para el ser humano, particularmente en algunas edades de la vida. Como lo es actualmente y se ve cómo el horizonte de lo previsible se desvanece. Entonces es triste comprobar la falta de motivaciones para vivir, tanto como de objetivos totalizadores. A lo que se suma la ausencia de valores evidentes, con fuerza vinculante.

La tendencia narcisista, el hedonismo, la diversión del fin de semana para embriagarse, la mezcla de bebidas euforizantes, la droga, la experiencia de relaciones intensas pero fugaces, no son caminos que despejen el horizonte. Por el contrario, y entre los “pretextos” para vivir mencionados, el de la droga es de particular complejidad. “El problema de la droga es como una mancha de aceite que invade todo. No conoce fronteras, ni geográficas ni humanas. Abarca por igual a países ricos y pobres, a niños, jóvenes, adultos y ancianos, hombres y mujeres. (...) Y especialmente a las nuevas generaciones”. (*) La droga no libera de la angustia. Tampoco despeja el horizonte. Por el contrario, es un flagelo para la humanidad.

Con la expansión de una cultura escéptica y relativista, se difunde también el nihilismo. Algunas personas mejor posicionadas refieren angustia existencial. Y los menos favorecidos, económica y socialmente, sienten que no hay una salida. Y que la vida vale poco. O nada. La negación de Dios, de modo fáctico o explícito, de ningún modo ha contribuido al crecimiento ni a la maduración de los seres humanos. Por el contrario, ha conducido al sin sentido de la propia finitud. Y de los condicionamientos de diversa índole que pesan sobre las personas, sobre todo en situaciones de enfermedad, o social y económicamente adversas.

“Hemos de ejercitar la crítica contra nosotros mismos, pero con lealtad hacia lo que Dios ha puesto en nosotros”, decía R. Guardini. (**) Y comprender que es necesario revisar la propia vida. Ejercitarla en el arrepentimiento de nuestros errores, para salir del engaño de la soberbia y el abismo de la desesperación, por un lado. Y por el otro, ser conscientes de que arrepentirse es también una expresión de la libertad, tan apreciada por nuestros contemporáneos. La vida siempre es reformable. Más todavía en la juventud. Sólo será definitiva después del último aliento.

La reflexión ayuda a la búsqueda y consolidación de la interioridad de las personas. De modo particular, al crecimiento de la interioridad de los jóvenes, con la finalidad de que desde sí y en libertad, no obstante las dificultades, puedan asumir la forma totalizadora de su existir en el mundo. La que es expresión de su ser personal. Y constituye la vocación del hombre.

La vida es don y responsabilidad otorgada por Dios. Cada uno la recibe en lo íntimo de su ser personal. Y debe conocer sus capacidades y fuerzas, sus posibilidades y límites.

El conocimiento de una figura de valores que lleva implícita la vocación del hombre es mucho más complejo y arduo, que el conocimiento de una realidad empírica. El error de Sócrates consistió, precisamente, en creer que el conocimiento de la verdad, oculto en nuestro interior, era suficiente para vivir bien. Pero no se trata sólo de una operación racional. Si esperamos una buena cosecha, debemos saber que no se logra rápido ni fácilmente. Por eso, es necesario el esmero y la perseverancia en la siembra.

(* ) V Conferencia Gral. del Episcopado Latinoamericano y del Caribe: Documento de Aparecida, 422.

(**) Romano Guardini: “La aceptación de sí mismo. Las edades de la vida”.