Editorial

La ilusión del poder eterno

  • Correa lanzó la propuesta de reformar la Constitución de Ecuador. Más allá de la retórica, el objetivo de fondo es la reelección, la reelección indefinida se entiende.

No hay populismo sin caudillo y no hay caudillo populista que no pretenda eternizarse en el poder. Los fundamentos objetivos o subjetivos de su legitimidad pueden ser diversos, pero las intenciones y los resultados prácticos suelen ser los mismos. El líder, caudillo o conductor siempre supone que está investido de una misión histórica que sólo él puede llevar a cabo. Los sacrificios en todos los casos se hacen en nombre del pueblo, fuente absoluta de legitimidad, aunque en la cultura populista si bien es el pueblo el que otorga el mandato, luego éste se encarna en el caudillo, transformado él mismo en el paradigma de la voluntad popular.

El proceso de construcción de esta ficción política no deja de ser interesante y, de alguna manera, perverso. El caudillo gobierna en nombre del pueblo, pero ese pueblo ha delegado en él todos sus atributos, motivo por el cual el caudillo es quien decide, dispone y, en definitiva, manda a un pueblo que ha renunciado o ha sido despojado de su soberanía.

En América Latina, los ejemplos de experiencias populistas abundan en los tiempos que corren. Hugo Chávez, Daniel Ortega, Evo Morales, Rafael Correa y los Kirchner, son un testimonio de esa realidad. La resurrección de los populismos y los liderazgos supuestamente carismáticos es el dato nuevo de esta primera década del siglo XXI.

Para lograr su cometido, el populismo necesita, en los nuevos contextos de las actuales democracias, reordenar el sistema político de acuerdo con sus intereses. La reelección indefinida es una de sus exigencias, el requisito para lograr el pasaje de una democracia representativa a una democracia delegativa, o de un orden democrático republicano a un orden plebiscitario y autocrático.

Precisamente en estos días, el presidente Correa lanzó la propuesta de reformar la Constitución de Ecuador. Más allá de la retórica, el objetivo de fondo es la reelección, la reelección indefinida se entiende. Fiel a un estilo que ya parece una marca registrada en la tradición populista, Correa hasta hace unos meses declaraba que éste era su último mandato, que su tarea ya estaba cumplida y que se preparaba para retornar a la vida privada al lado de su familia y lejos de las turbulencias de la política.

Como suele ocurrir en estos casos, sus seguidores comenzaron a reclamar que continúe en el poder, que el pueblo lo necesita y la patria lo reclama. Los consabidos reclamos provocan previsibles respuestas: Correa sale al balcón y anuncia que está dispuesto a sacrificarse por la patria una vez más, pero para ello es necesario adecuar la legislación a las nuevas necesidades históricas, advirtiendo para quien quiera escuchar que la Constitución no es de piedra, es decir que puede reformarse y, además, es necesario hacerlo.

La aspiración a perpetuarse en el poder va unida a su concentración, a la derogación de los controles institucionales y la censura a la prensa. Como se podrá apreciar, las diferencias con una dictadura es de matices, porque todo populismo tiende hacia la dictadura, aunque la posibilidad de lograrlo depende de múltiples factores, entre otros, la resistencia que la sociedad oponga a las aspiraciones cesaristas.

La posibilidad de que el populismo devenga en dictadura depende de múltiples factores, entre otros, la resistencia que la sociedad oponga a las aspiraciones cesaristas.