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“Diario de Guerra (1914-1918)”

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Ernst Jünger en su juventud. Foto: Archivo El Litoral

Ernst Jünger nació en Heidelberg, en 1895 y falleció a los 102 años en Wilflingen. Sus libros son el testimonio de un testigo privilegiado de los tembladerales del siglo XX, sobre todo por su participación en la primera guerra mundial (experiencia que aparece relatada en el libro que nos ocupa y en Tempestades de acero) y en el alto mando alemán a partir de 1941, aunque en 1942 el régimen nazi prohibió la publicación de sus obras.

Los apuntes de Jünger sobre la primera guerra mundial (a los que él mismo dio el título de Diario de Guerra (1914-1918) se hallan en quince libretas de apuntes o “cuadernos”, que describen de primera fuente esta “catástrofe primigenia de siglo XX” y que, como decía Raymon Aron, constituyó una “segunda guerra de los Treinta Años”, que abre las compuertas a violencias y conmociones sociales, revoluciones que instalan regímenes totalitarios y la práctica de exterminios.

La fuerza de estas anotaciones radican precisamente en el registro cotidiano y personal. Así cuenta, por ejemplo, cómo es tomada la orden de movilización en julio de 1914, mientras él está sentado acompañando a un obrero que está arreglando un techo en la casa de su padre: “Pasó el cartero en su bicicleta. Sin bajarse de ella nos gritó las tres palabras: ‘orden de movilización’, que sin duda difundía el telégrafo incesantemente desde hacía horas por la ciudad y el país. El techador acaba de levantar su martillo para pegar un golpe. Entonces se detuvo, a mitad del movimiento, y volvió a colocarlo muy suavemente. En ese momento, era otra agenda la que para él entraba en vigor. Era un hombre que había servido en el ejército y que ya en los días siguientes había de presentarse en su regimiento. Para él, también era inminente el llamamiento a filas. Yo, al igual que cientos de miles en ese momento, tomé la determinación de participar en la guerra como voluntario. Así, de golpe, al igual que en todos los lugares de Alemania donde había hombres reunidos, nuestra pequeña y apacible comunidad se convirtió en comunidad militar. Recogimos las herramientas y decidimos ir al pueblo a beber un trago. Delante del ayuntamiento, vimos que ya habían fijado la orden de movilización. En la taberna, no se notaba ninguna animación especial: el campesino de la Baja Sajonia es ajeno al entusiasmo, la tenaz fuerza de la tierra es su elemento propio. Esa tarde volvimos a casa cantando por la solitaria carretera el hermoso himno: ‘Adelante camaradas de la infantería,/ se trata de nuestra vida...’”.

En 1916, hasta su entrada en acción en la batalla de Somme, a mediados de agosto, Jünger recogió escarabajos y lo documentó en un libro de hallazgos bajo el título de Fauna coleopterológica douchyensis, al final del primer cuaderno de Diario de Guerra. Se trata de un listado de 143 coleópteros, que Jünger capturó entre el 29 de enero y el 27 de julio de ese año, en el entorno de Duchy. Las preparaciones las hacía durante los descansos entre los períodos de trinchera, a menudo interrumpido por explosiones de granadas. Casi al finalizar el siglo se comenzaría a conceder un premio de entomología que lleva su nombre. Publicó Tusquets.