OBRAS CONSULTADAS

El pantalón, la prenda que marcó otra historia

Una prenda práctica e irreemplazable que ya forma parte de nuestro guardarropas. Pero las que sumamos algunas décadas sabemos que en nuestra infancia y parte de nuestra juventud no podíamos usarlo libremente en la calle. Algo inconcebible para las jovencitas actuales.

TEXTOS. ANA MARÍA ZANCADA.

 

El año pasado la historiadora francesa Christine Bard publicó una “Historia política del pantalón” que analiza minuciosamente la verdadera lucha de las mujeres para lograr libertad e independencia en su indumentaria como símbolo de una emancipación que costó muchos años conseguir.

Ella misma admite que hay varias maneras de abordar el tema ya que la historia es completamente abarcativa: económica, social, antropológica, estética y simbólica, sin olvidar las luchas feministas. Por lo tanto no se reduce solamente a la evolución de la moda, destacando además que el pantalón ha sido siempre un doble marcador: de la masculinidad y del poder.

Rosa Bonheur, la pintora francesa del S.XIX, encontraba este atuendo totalmente natural, ya que la naturaleza dotó de piernas tanto al hombre como a la mujer. Pero la cosa no fue tan fácil. El hombre defendió la exclusividad del espacio como de la vestimenta. Así como Hipatia pagó cara la osadía de su inteligencia, las mujeres que comenzaron paulatinamente a cambiar su vestimenta fueron señaladas y escarnecidas por un rebaño que marcaba perfectamente los límites territoriales de cada sexo.

Simone de Beauvoir lo dice en “El segundo sexo”: “La ropa masculina es más cómoda y simple; está hecha para favorecer la acción no para entorpecerla”. Por otra parte, afirma Bard, la ropa femenina evoca la facilidad de acceso al sexo femenino, su disponibilidad, su penetrabilidad.

¿Hubo un deseo de igualdad o equiparación de roles en el abordaje de la prenda masculina por excelencia? Tal vez, pero también pudo ser que la practicidad y la libertad de movimientos haya influido en su adopción, por sobre un deseo de travestismo.

La Revolución Francesa fue un momento decisivo en la historia de la humanidad y los roles de sus protagonistas. Pero también lo prohibido tuvo su definitoria cuota de encanto. Madame Marbouty se fascinaba disfrazándose de hombre para acompañar a Balzac a Turín en 1836. Pero antes, en los convulsos días de la Revolución, ellas prueban el agridulce sabor del rol protagónico en pos de una libertad que será para todos. Pero las mujeres no son miembros plenos de las asociaciones revolucionarias y tienen que resignarse a contemplar la historia desde un segunda plano. Y estaba bien claro: la mujer no es igual al hombre sino su compañera. Sin embargo la historia avanza y al salir del ámbito hogareño, la calle le va dando otro protagonismo.

CAMBIO DE IMAGEN

Algo así como tres mil millones de mujeres estuvieron dispuestas a reivindicar su papel en la historia de la humanidad. No inferiores, sino iguales. Liberación política, liberación de costumbres. En 1899 la feminista Hubertine Auclert declaraba: “Los hombres libres han uniformizado su traje simple. Las que sueñan con ser igual que ellos no pueden pretender conservar los artificios de esclavas, el lujo antiigualitario que sólo se adquiere en detrimento de la libertad”.

La bicicleta fue el trampolín que sirvió de excusa a las mujeres para transformar su atuendo. Comenzó a tomar protagonismo a mediados del S.XIX y las mujeres adhirieron con entusiasmo a ella. Usada como medio utilitario de transporte y como diversión, sirvió de excusa para ir cambiando el uso de la falda por una especie de bombachudo amplio que llegaba hasta la media pierna, en algunos casos debajo de la falda. Los hábitos se iban modificando. Pero reservado a los hombres, prohibido para las mujeres, el pantalón permitía establecer un peligroso paralelismo. ¿Acaso la mujer pretendía igualar al hombre? Por otra parte, ¿podía un cambio en la moda influir en la conducta de la mitad de la sociedad que hasta ese momento callaba y obedecía?

En noviembre de 1800, una ordenanza en París prohibió a las mujeres el uso de prendas del sexo opuesto. Pero hecha la ley, los transgresores comienzan a aparecer. George Sand se convierte en el modelo tan estigmatizado como envidiado con su vestimenta varonil. Rosa Bonheur (1822-1899) fue autorizada a usar pantalones para poder así frecuentar las ferias de ganado y copiar sus trabajos del natural.

Con anterioridad, en 1806, se permite también el uso de ropa masculina a la Srta. Catherine-Marguerite Mayer, para poder montar a caballo. Pero seguían existiendo las viejas ordenanzas que prohibían formalmente a las mujeres vestirse de hombre.

En 1843, Catherine Barmby (1820-1881) publica en Londres la “Demanda por la emancipación de las mujeres”.

EL “BLOOMERISMO”

Siguiendo el hilo relator de Christine Bard, en 1851 el pantalón comienza a afianzar su protagonismo a través de varias mujeres que tuvieron la valentía de arremeter contra los prejuicios de una cerrada sociedad.

Amelia Bloomer (1818-1849), fue una de ellas. En 1848 asistió a la Convención de los Derechos de la Mujer en Séneca Falls y a través de la publicación de un diario, “El Lirio”, promovió el cambio en la vestimenta femenina con la incorporación de una especie de bombachudos amplios que daban más libertad de movimientos. En realidad iban cubiertos por una falda que apenas pasaba las rodillas.

La idea prendió, recibía cientos de cartas de mujeres entusiasmadas que le pedían moldes para confeccionarlos. Pero el bloomer fue denunciado como licencioso y masculinizante, facilitando ¡el divorcio y el amor libre!. A esta altura el cambio de vestuario femenino rivalizaba con el derecho al voto y al divorcio.

LA LIBERTAD DE ELEGIR

Pero en la saga de la vestimenta femenina, el rol desempeñado por George Sand fue definitorio. En sus obras, en su correspondencia, en su vida, ella va marcando el camino de una nueva forma de encarar con valentía y desparpajo a una sociedad tan cerrada como el corsé que oprimía cintura y pulmones femeninos. El pantalón pasó a ser sinónimo de libertad, igualdad y cadenas rotas. La libertad de movimiento también se asoció a la libertad en el rol social y la igualdad de los sexos.

Y a la hora de agradecer, las mujeres no debemos olvidar a Jane Dieulafoy (1851-1916) quien, en su calidad de arqueóloga paseó su vocación por el mundo enfundada en cómodos pantalones y luciendo una práctica melena corta. Y no nos olvidemos de la monja Catalina Erauso, que en el S.XVI dicen que obtuvo del mismo Papa la autorización para usar ropa masculina.

Pero la lista de bravas mujeres que osaron desafiar las rejas pacatas de las convenciones sociales es larga. Debemos admitir y admirar el coraje que tuvieron para lidiar con las murmuraciones. Sarah Bernhardt, la gran trágica, que en sus horas libres era pintora y escultora, Marguerite Eymery, escritora, Adile Hommaire de Hell (1815-1883) que acompañó en los viajes a su marido, explorando la zona del Mar

Caspio, vestida con ancho pantalón bajo una túnica, lo que le daba libertad de movimiento para cabalgar. Isabelle Eberhardt (1877-1904) podría también figurar en esta lista de mujeres audaces, independientes, amantes del travestismo, que recurrieron a los atuendos masculinos, no solamente por comodidad, sino también como escudo para proteger su identidad femenina.

INDEPENDENCIA Y LIBERTAD

El pantalón se fue convirtiendo con o sin intención, en un símbolo de libertad, de sonido de rotas cadenas, de afirmación de identidad en un mundo que iba incrementando sensiblemente su velocidad. Si la bicicleta fue un vehículo revolucionario para las mujeres, imaginemos lo que significó el automóvil.

No nos olvidemos de nuestra Victoria Ocampo, que escandalizaba a los porteños luciendo su perfil rotundo y su descarada inteligencia. La mujer evoluciona, se rebela, no más corsé, no más falda, hasta se atreven a usurpar la corbata. Los deportes para ambos sexos: esgrima, alpinismo, patinaje, tenis, golf, y para eso necesitan la ropa adecuada. Pero el atributo mayor sigue siendo el pantalón. Como bien afirma la feminista austríaca Rosa Mayreder, la bicicleta ha hecho más por la emancipación de la mujer que todos los movimientos feministas juntos. Y así avanzamos y aparece la aviación, que también seduce a las féminas.

No se puede concebir una mujer luciendo faldas y trepando a un avión. Vemos a una delgada Amelia Earhart (1897-1937) luciendo su melena corta, sus camisas y sus anchos pantalones. Katherine Hepburn la interpretaría luego en el cine, con toda la soltura y la elegancia de que era capaz. Porque ya no se trataba sólo de practicidad. La mujer iba poniendo su sello personal en esta prenda que formaba parte indiscutida de su atuendo.

EL TRIUNFO FINAL

A pesar de todos los inconvenientes, el pantalón se impone, o tal vez sería mejor decir: las mujeres triunfan en su obcecación y finalmente lo convierten en una prenda indispensable del guardarropas femenino.

El arte y el cine contribuyen a ello. Actrices famosas, como Marlene Dietrich, imponen una imagen andrógina que recorre el mundo. Aún hay diseñadoras como Marcelle Dormoy que declara: “Estoy en contra del pantalón que no tiene nada de femenino. Roba a la mujer su encanto natural”. Pero ya nada puede detener su avance.

Ya en pleno S XX, el pret-à-porter hace lo suyo y la moda se va simplificando. El jean hace su irrupción y en 1965 la producción de pantalones supera a la de las faldas.

En sus últimos capítulos, Christine Bard habla de lo que ya es evidente: el triunfo del unisex en lo que se considera la Revolución Cultural que en realidad va más allá de un simple atuendo y el “Prohibido prohibir” de 1968 francés.

Sin embargo hasta muy entrado el S XX, en muchos lugares de trabajo aún existía la prohibición del uso de pantalones para la mujer. Sobre todo en las líneas aéreas. Las azafatas de Alitalia, por ejemplo, recién obtienen autorización para incorporarlo en 2006.

Pero sin lugar a dudas el pantalón, o las mujeres, ganaron la batalla. La pregunta que se me ocurre es: ¿Pasará lo mismo con la falda para los hombres? En realidad, nosotras quisimos dejarla de lado por su falta de practicidad. ¿Lo sabrán ellos?

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Marlene Dietrich, una precursora en el uso del pantalón.

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“Instantánea de Mar del Plata”, Atlántida, 1944.

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“La moda en Buenos Aires”, Atlántida 1943.

+datos

OBRAS CONSULTADAS

- “Historia política del pantalón”, de Christine Bard (Tusquest Editores, Bs. As., 2012).

- “Historia de las mujeres”, Tomo 6 (Taurus Ediciones, 1993).

- “Mi Historia de las Mujeres”, de Michelle Perrot (Fondo de Cultura Económica de Argentina S.A, 2008).

LOS DISEÑADORES Y EL FEMINISMO

Los grandes diseñadores, con su fino olfato, se dieron cuenta del cambio y comenzaron a interceder a favor de las nuevas tendencias.

Paul Poiret (1879-1944), Jeanne Paquin (1896-1936), Béchoff-David y luego la gran Coco Chanel, van acortando las diferencias entre uno y otro sexo.

La moda, la lucha por la independencia y el feminismo, coinciden en lo que puede considerarse un campo de batalla.

El comienzo del S XX marca un hito en el avance del protagonismo femenino. Hay una clara coincidencia en el reclamo de las mujeres. Su libertad de acción coincide en pensamiento, sentimiento y atuendo. Comienza a manejarse sola, se atreve a opinar e imponer. Como todo comienzo fue duro. Las pioneras son las que pagaron el precio más alto, pero el camino se iba abriendo. La ropa, el pensamiento y la acción eran un solo rumbo que debían seguir.

Madeleine Pelletier (1874-1939), otra precursora, quizá demasiado radicalizada decía: ”Quien es realmente digno de la libertad no espera que se la den, la toma”.

De todas formas, el pantalón fue siempre el símbolo del poder y la mujer perseguía con su uso, no sólo una mayor libertad de movimiento sino acceder al símbolo de un poder compartido.

El pantalón se fue convirtiendo en un símbolo de libertad, de afirmación de identidad en un mundo que iba incrementando su velocidad.

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Publicidad del año 1942.