“El trabajo de un migrante es reinventarse”
Son más de 50 millones los latinos que persiguen el sueño en suelo americano. “Sam no es mi tío” muestra la relación de la principal minoría y Estados Unidos. Veinticuatro crónicas de trashumantes, sobrevivientes y aventureros. Diego Fonseca, el editor, lo cuenta aquí.
TEXTOS. SOL LAURÍA. FOTO. GUACAMOLE PROJECT/FNPI.
Irse es partirse. Balancearse entre dos fuerzas, sin querer, sin notar, sin entender: la que te mueve a nuevos horizontes, expansiva, y otra, contraria, a pertenecer, arraigarse. Me voy y me quedo. Sigo y vuelvo. Ya siempre, añorar y añorar.
No sabemos si los más de 50 millones de hispanos que viven hoy en Estados Unidos sienten lo mismo. Pero tenemos una idea de muchos de ellos, de lo que es llegar y quedarse y volverse, por “Sam no es mi tío”, un libro de crónicas migrantes y un sueño americano.
Diego Fonseca -escritor y periodista argentino que vive en Washington DC- es el ideólogo y editor. El latino en crisis, el que pensó que “mostrar cómo un grupo de intelectuales que tienen a América Latina metida en el ADN ven la relación de USA con los latinos” era una buena idea. En un café rodeado de monumentos monumentales de la capital de mundo, habló de ese proceso, y varios más, con Nosotros.
“Sam no es mi tío” es -clásico- la oportunidad en el caos: “En la mañana del primer día de la luna de miel, un domingo en Arizona, suena el teléfono del hotel: era la gente de la revista que me había contratado para trabajar en Estados Unidos para avisarme que me quedaba sin trabajo desde el lunes porque se habían congelado los avisos y eso los empujaba a la quiebra. Fue el regalo de casamiento más extraño que haya visto”.
Fonseca entendió que ahí había una historia extensa. Quiso contarla pero a nadie le interesaba publicar una crónica de esas de largo aliento. ¿Dónde, entonces, mostrar estas vidas de latinos con sueños rotos? En un libro, pensó. Y en un libro se cuentan 24 historias narradas por 24 escritores, cronistas, intelectuales como Edmundo Paz Soldán, Yuri Herrera, Aileen El-Kadi, Daniel Alarcón, Hernán Iglesias Illa, Juan Pablo Meneses y Guillermo Osorno, por citar algunos.
Ahí, en las 320 páginas de “Sam no es mi tío”, ese universo de hispanos que son la primera minoría étnica cultural -la sexta parte- del país y protagonizan una enorme transformación política y social. Alguien tenía que contarlo.
- ¿Qué historias te interesaban contar en Sam...?
- La agenda alrededor de la inmigración en general es la del inmigrante indocumentado y del sufrimiento que tiene al cruzar la frontera. Mayoritariamente los inmigrantes que entran, entran por la frontera de México. Y yo traté de empezar a buscar, además, otras que no estaban narradas.
- ¿Cómo viven la experiencia del migrante los personajes del libro?
- Hay gente que posterga su pertenencia y vive en una especie de limbo mientras está acá, trabajando y trabajando y trabajando con la sola idea de volverse. Gente que lleva 10 o 15 años sin ver a sus hijos: los crían los abuelos, papá los ve por skype y no pueden volverse porque no podrían volver a entrar a Estados Unidos por los papeles. Luego está el inmigrante que viene por una mejor vida, que al final es lo que uno busca en su propio país pero no están dadas las condiciones... Y el migrante intelectual, que es distinto, gana experiencia y después puede evaluar si retorna o cambia de lugar. Por último, tenés esa especie de migrante trashumante, que no sabe dónde va a terminar. Una vez que uno sale del terruño donde está, abre tanto la cabeza que ya no es la misma persona. Viajar no está en el viaje, está en la cabeza y la transformación que produce en vos la apertura de fronteras, no tiene vuelta atrás. No volvés a mirar las cosas de la misma manera.
- Los autores también son migrantes, ¿qué viste de ese desgarramiento en el proceso de edición?
- Ves de todo, el modo de apropiación es complejo.Ves al cronista que intenta entender el espacio donde está. Aquel que critica ciertos modos en que la cultura americana se comporta. Tipos que tratan de ver cómo encajan y se integran a ese proceso.
- Iglesias Illa habla de “reinventarse”, esa promesa tan yanqui de convertirse en una persona nueva...
- En este país, en todos los países, un migrante puede reinventarse, cambiar, empezar de nuevo. No hace falta salir de tu país, aunque es más difícil porque hay una mirada externa sobre vos. Pero afuera vos podés empezar a recrear esa mirada en función de los pasos que vas dando. Llegás con una mochila, la abrís y elegís qué cosas vas a poner en negociación. Cualquier migrante va a pasar por eso.
- ¿Y el país integra en el relato al inmigrante latino?
- El componente latino no está incorporado en el relato americano. Esta nación tiene un enorme dinamismo y una dificultad inherente por definir cómo manejar esto: la actual Reforma no es la mejor reforma pero es la mejor posible en el estado actual. Es una discusión que va a transformar a los Estados Unidos. Por otro lado, es un profundo laboratorio social, especialmente por los inmigrantes latinos que van a transformarse en primera minoría en no mucho tiempo y todavía no están incorporados al relato americano. El relato americano es un relato extremadamente blanco.
- ¿La Reforma aportaría a que se incorpore?
- Aunque salga la Reforma va a costar. Por un lado tenés mucha gente que quiere venir a vivir a este país y, por otro, mucha gente que no quiere que vengan. ¿Cómo convive en un proceso de frontera este laboratorio de mixturas culturales? La Reforma funciona, pero cómo integrar a tu relato a gente que no está integrada.
LLEGAR Y CAER
- ¿Por qué viniste vos a Estados Unidos?
- Yo llegué por error, un error acertado en todo caso. Estaba en México buscando moverme y tenía pensado ir a Barcelona y en el medio salió una oportunidad para venir a dirigir la competencia de la revista que dirigía en México. Acepté y vine. A los 20 días de empezar, con mi pareja nos vamos a Arizona y nos casamos ahí, y el primer día de luna de miel recibo aquella llamada.
- Te llamaron en tu luna de miel y no desesperaste, ¿esa tranquilidad estuvo influenciada por las oportunidades del país?
- Creo que la edad incidió más que el lugar. Yo ya tenía 39 años, varias carreras corridas, unos cuantos tropiezos, y aprendes a levantarte antes de reaccionar con el piamontés. Lo que hacés es parar la pelota y pensar bueno, a ver cómo arreglo esto. Sí, probablemente Estados Unidos incidió. Si hubiera estado en Argentina hubiera sabido que el mercado es chico y las limitaciones son grandes, quizás me hubiera preocupado un poco más. Pero estando aquí dije “aquí hay chances, es cuestión de reinventarse”. Parte del trabajo de un migrante y de un periodista es reinventarse.
- La crisis como oportunidad...
- A la oportunidad la buscás. En Washington me ofrecieron un trabajo y vine. Como tenía tiempo, empecé a hacer cosas que venía postergando hacía mucho tiempo. Cada vez me acomoda más la idea a crisis como oportunidad, más que crisis como desesperación. Para que no sea desesperación necesitas condiciones y oportunidades potenciales. Algo que aprendes cuando te vas del lugar en el que naciste es que estás solo, al final del día siempre estás solo. Y aprendés a cargar esa mochila que llevás todo el tiempo. Tu vida, tus rollos, tus conflictos, tus aciertos. Aunque el golpe sea grande tenés que levantarte. Ese aprendizaje de crisis me parece que es familiar en Argentina. Los latinos llevamos las crisis enredadas en los genes.
- ¿La imagen que tenías de Estados Unidos varió mucho? ¿Cómo ves hoy el país?
- En Estados Unidos, el contrato social todavía funciona. Y en el contrato social está ese destino manifiesto: el estadounidense todavía cree en la idea, la ficción orientadora -que no la podés probar pero tampoco la podés refutar- de que este país nació para llevar la libertad al mundo. Por eso, es raro que un americano vea como intervencionista que el gobierno intervenga en otros lados, si crecen con la idea de que estás llevando la libertad. Éste es el lugar de los libres y la tierra de los bravos; mientras funcione, van a seguir reproduciendo esa lógica. Segundo, “You are on your one”: el individualismo como mecánica de tu propia vida es central aquí, por ende sí o sí tenés que hacer.
- Y la pelea que no termina nunca...
- Sí, por más que tengas cierto renombre, al día siguiente tenés que levantarte a trabajar para poder mantener ese nombre. Todo el tiempo tenés que estar justificando aquello por lo que la sociedad apostó por vos. En nada podés quedar en la calle. Y en el momento en que estás en la calle todo cuesta. Cada paso que das cuesta mucho dinero: salud, educación, comprarte una vivienda, tener un hijo.
- ¿Cómo explicar un país como éste?
- Es difícil poder tratar de explicar una nación en términos absolutos, pero una nación del tamaño continental de ésta, en la que efectivamente los Estados preceden a la idea de gobierno federal, es complicadísimo. Éste no es un país sino que son Estados y el modo en que se comportan las personas entre un Estado y otro es completamente distinto. Es tan distinto entre costa y costa y con el centro, que no podés hablar de un Estados Unidos. Fijate que -como nunca en la historia de la humanidad- estamos cerca de lo más parecido a una cultura universal (nos entendemos, cuando menos), pero acá vas a encontrar diferencias muy marcadas, que hacen muy difícil poder sintetizar lo que es Estados Unidos. La visión que tenemos en “Sam..” es, primero, la idea de romper con las identidades y segundo una mirada caleidoscópica.
- ¿Qué se pierde acá?
- No te juntás mucho con amigos, el convidio colectivo no sólo se reduce sino que se programa. En cualquiera de nuestros países decís “vamos a tomar un café” y en una hora son 15. Aquí no. Privatizás la vida, eso es algo muy fuerte, meterse puertas adentro.






